Hoy con Cristo

Hoy con Cristo

POR OSCAR AROCHA
“El avaro maquina pensamientos para enredar. Mas el generoso pensará generosidades” (Isa. 32:7-8).
El mensaje de este texto puede ser resumido así: que las deliberaciones y debates del alma revelan su propio carácter. Entonces, si tú has de mortificar este mal de las codicias necias y ruinosas, entonces ocúpate de hacerlo contra su raíz: La desconfianza y el descontento. Es muy corriente que pienses que no puedes hacer el bien a otros a menos que poseas muchos bienes materiales, porque es tanto lo que necesitas para ti que requiere tener mucho para haya también para otro, pero eso es desconfianza de la providencia divina.

¿Cómo curarnos de este mal?

Confiando en las promesas de Dios: «Echad sobre él toda vuestra ansiedad, porque él tiene cuidado de vosotros» (1Ped. 5:7). Para curarte de eso solo necesitas observar el curso habitual de la providencia de Dios, y en especial con aquellos con quienes el Creador ha hecho pacto por medio de Cristo. Tal es el argumento que usa Jesús: Dios provee para los cuervos y viste con hermosura los lirios del campo. ¿Será Él más favorable a una hierba que a uno de Sus hijos? Modera, pues, tus deseos y de seguro que el Señor no te fallará: “Mejor lo poco con justicia que gran abundancia sin derecho” (Pro. 16:8).

Medita en la vanidad de las cosas de este mundo; todas esas cosas son más espuma que chocolate. Ninguna de ellas te puede dar verdadero gozo, ni paz de conciencia, ni seguridad contra los males futuros. ¿Estarás tú turbado con cosas vanas? Además, que mientras tú más tienes, mayores serán tus deberes, tus peligros, tus tentaciones y los lazos contra tu alma. Pero peor aún, que mientras más tengas, más difícil será salvarte. Ahora si no puedes evitar el crecimiento de tus deseos, he aquí lo que siempre ha de ser tu deseo: “Con todo, anhelad los mejores dones. Y ahora os mostraré un camino todavía más excelente… Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1Co. 12:31;13: 13); tú que profesas ser un hijo de Dios, cultiva una santa codicia por los dones y las gracias del Espíritu. Amén.

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