El orden dicho en esta promesa ha sido experimentado por todo quien es hoy un verdadero creyente. Un día surgió en la mente el buen deseo de buscar de Dios, nos puso a oír el Evangelio, creímos, confesamos la fe, y luego nos bautizamos, o sea que esos frutos de Gracia los limpió. Es la forma que Cristo emplea para llamarnos a salvación.

En el comer es así: Experimentamos hambre o deseo de comer, luego comemos: nutre el cuerpo, sostiene la vida. En la vida cristiana es semejante con una diferencia, con el cuerpo da lo que necesitamos, en la Gracia hace crecer lo que ya tenemos. La buena comida abre lugar para desear esa misma comida; los consuelos de la Gracia hacen algo semejante con el crecimiento: “Aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto”; nótese que se trata de una promesa, la cual es dulce al paladar del creyente.

La promesa de banquete hace crecer el deseo por el banquete; dicho de otro modo, que los cristianos tienen un paladar para gustar la dulzura que hay en Cristo. Experimentan una gran dosis de consuelo y dulzura en Él; así lo dice el apóstol: “Si es que habéis probado la benignidad del Señor” (1 Pedro 2:3).

Unos conocen a Cristo de oídas y otros por experiencia, y los que han tenido esta dulce experiencia hacen buen uso de los consuelos divinos como medio o estímulo para crecer en la Gracia. Es cierto que las cosas oídas no hacen tanto efecto en uno como las probadas o disfrutadas. Quien ha comido miel la disfruta muchos más que quien sólo la conoce en libro. Abundo la idea: el cristianismo no sólo es algo para ser entendido, oído o discurseado, sino –y sobre todo–  para ser probado. Las instrucciones o principios morales pueden dar una visión espiritual, pero la fe verdadera da gusto o sabor por el Evangelio, y como comenta Piper: “El Evangelio es Dios mismo”. Y el salmista agrega: “Gustad, y ved que es bueno Jehová; dichoso el que confía en Él Amén.