Mientras el salmista estuvo disfrutando facilidad terrenal, fue tentado a confiar en su propio  poder. Recordemos que los bienes terrenales no fueron dados para nuestro mero descanso, tales como honor, dinero, amigos, etc., sino para nuestro disfrute y consuelo en el camino al cielo, siendo la roca firme de sostén, no las criaturas, sino el Creador. Las porciones aquí son para gastarlas o más bien invertirlas en nuestra principal empresa, la gloria de Cristo. Dios ha sembrado la fe en nosotros, para que nuestras almas puedan ser llevadas a El mismo y no se echen sobre cosas vanas que perecen, hasta este punto son buenas si no confiamos en ellas. Si confiamos en amigos o en cualquier buen estado, más que en Dios, estaríamos haciendo ídolos. Un avaro es alguien que cree que el dinero le resolverá todos sus problemas.

Todo verdadero Cristiano sabe que las cosas de este mundo tienen un sabor diferente a las celestiales, más temprano que tarde sale su amargo y allí mismo se les da a saborear las del cielo, lo cual inclina el corazón a la salvación. Por naturaleza espiritual los Cristianos tienen la capacidad de gustar lo excelente y el Espíritu de Dios los conduce hacia ese manjar.

La naturaleza lo ilustra. Si tomas un recipiente cerrado y le echas agua, al cabo del tiempo desaparece para regresar a la fuente. Entonces se puede afirmar que el descubrimiento de la verdadera felicidad se inicia diferenciando lo verdadero de lo falso. Hasta que alguien no descubra esto no puede decirse que está en condiciones de llegar a ser feliz. Las criaturas son buenas mientras ayuden a tener los ojos de la fe abiertos; esto es, ver al Creador, en las buenas o en las malas: “Y sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman, esto es, a los que son llamados conforme a su propósito”. Amén.