Hoy con Cristo
Dios llama a sus hijos a ser pacientes

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La palabra paciencia es sinónimo de soportar o esperar con viento contrario. Incluye gastar no poco tiempo en esa espera. El Señor, nuestro Dios, es paciente. Y si Él, siendo jefe de la casa, es paciente, los miembros de la familia por necesidad  también han de serlo.

De manera que cuando el escritor divino habla de  paciencia, entre líneas, se desprende que se trata de una exhortación a que los hijos de Dios también lo sean.

Ahora bien, hay épocas donde la paciencia es más necesaria que en otras. Nuestra época parece dar señales de que el fin se aproxima y, en tales situaciones, las adversidades se multiplican, la espera se alarga, la esperanza parece debilitarse, da la impresión de que el Señor se tardase en volver, la melancolía se acentúa más allá de nuestra paciencia, y precisamente allí viene el apóstol con el debido antídoto contra el desespero natural, y nos llama a ser de buen ánimo.

Es como si nos dijera: Hijo, Dios tiene paciencia, y eso hace que no se olvide de lo que nos ha prometido, sino que por el contrario, contribuye al cumplimiento de Sus gloriosas promesas.

Por eso dice: “Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación” (v15).

Esta dilación no es descuido, sino más bien dulzura; misericordia más que desprecio. Esto es que si viene, es para recibirnos, y si se tarda, es para probarnos, de una manera u otra es para beneficiarnos.

Un alma muy amada por Dios y muy bendecida, por necesidad tendrá abundantes frutos y también ramas quebradas.

Los hombres más vanidosos y miserables son los que nunca han conocido las miserias de la aflicción. Comentando sobre las aflicciones, el puritano Thomas Brooks dijo: “Los santos son internamente más fortalecidos cuando por fuera son más afligidos.”

Por tanto, consideremos la paciencia de Dios como  confirmación para nuestra eterna salvación.   Amén.

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