Hoy con Cristo
El avaro enreda al más generoso

<STRONG>Hoy con Cristo<BR></STRONG>El avaro enreda al más generoso

Hay pecados que al hombre le avergüenza que otros lo descubran, pero con la codicia no sucede así, más aún, cuando otros males decaen la codicia en ellos crece; mira el énfasis que hace Cristo con relación a esta plaga: “Y les dijo: Mirad, guardaos de toda codicia” (Lc.12:15); nótese que dice: “Mirad, guardaos”; porque contra este pecado hay que tener doble guarda, y esto así porque muchos otros pecados son fácilmente descubiertos, pero este se trata de  un pecado secreto, que constantemente obra contra el alma, y por más mal que pensemos contra este mal siempre nos quedaremos cortos de ver la profundidad de su maldad.

La codicia destruye el principio que nos llevaría a la obediencia Cristiana: “Si alguno ama el mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Jn.2:5); la fe actúa por el amor a Dios, y sin esta no  se podrá servir al Señor. Así como el imán atrae el hierro; la codicia las tentaciones: “Porque los que desean enriquecerse caen en tentación y trampa, y en muchas pasiones insensatas y dañinas que hunden a los hombres en ruina y perdición” (1Ti.6:9-10). Más aún, la codicia impide recibir el bien del alma, en particular las verdades que pueden reformar la vida.

¿Cómo saber si uno es culpable de codicioso? Esta enfermedad es hereditaria, más común de lo que se imagina: “Desde el más chico de ellos hasta el más grande, cada uno sigue la avaricia” (Jer.6:13); pero puede ser descubierta por el temperamento de los pensamientos: “El avaro maquina pensamientos para enredar, mas el generoso pensará generosidades” (Isa.32:7-8); las deliberaciones y debates del alma revelan su carácter. Inclina, pues, tu alma a la generosidad, que el espejo de tus deliberaciones no sea el egoísmo, sino favorecer tu prójimo. Amén.

Publicaciones Relacionadas