El rey era sabio por ser un amado de Dios, o tenía sabiduría porque adoraba al Señor, y de eso quería estar mejor enterada. Los insensatos desprecian el conocimiento, pero el buen hombre ama la sabiduría. Nótese el valor que ella daba al conocimiento de Dios, que trajo un valioso cargamento, indicando su disposición a pagar cualquier precio para ser inteligente: “Y vino a Jerusalén con un séquito muy grande, oro en abundancia, y piedras preciosas” (v2), resuelta a adquirir sabiduría, trajo un cargamento para sus gastos y recompensar a Salomón por las atenciones que le diera. Es claro, que la reina de Sabá valoraba la sabiduría. Ser sabio requiere esfuerzo y empeño, los que aman la comodidad o están inclinados a la pereza, no se toparán con la sabiduría; podrán ser diestros en sus profesiones, pero no para sus almas.

La noticia le despertó el interés o la curiosidad de averiguar más acerca de este famoso hombre, y vino para probar si era como le habían dicho. De manera que no vino por asuntos de Estado, ni intereses comerciales, ni a discutir temas de fronteras o dominio, sino por curiosidad. Las cosas que había oído acerca de la sabiduría de este hombre eran tan grandes que ningún informe le sería suficiente, sino venir a comprobarlo.

Esas noticias le produjeron fuerte impresión, y emprendió el largo viaje. Se infiere que sentía buenos afectos por el cultivo del intelecto, o que era una persona de cierta cultura, con el interés de ampliarla. Vino para recibir instrucción o sabiduría y mejorar la suya, entendiendo que habría de ayudarle a gobernar mejor los asuntos de su reino. Si Dios te ha puesto a gobernar, haz el esfuerzo para mejorar tus conocimientos de modo que se aumenten tus calificaciones al puesto y te capaciten para desempeñar mejor tus funciones, sean estas públicas o privadas. La lección es esta: Que si la fama de la sabiduría llega a tus oídos, sal a buscarla. Amén.