Este versículo lleno de esperanza describe lo que será la vida de todo verdadero cristiano en el Paraíso de Dios; poseerán una vida plena de gozo y felicidad, algo mucho mejor y total de lo que es la vida en esta tierra. Seremos vestidos de gloria y delicias sin fin. En resumen todo será así: No habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas ya pasaron. El dolor y la carga que sentimos es un fruto de la caída, una marca de la rebelión contra el Creador; entonces para ser feliz hay que quitar no sólo el pecado sino también la aflicción.
En el cielo no habrá ni siquiera vestigios de sufrimiento, ya no tendremos más dudas del amor de Dios, ni sentido de Su disgusto contra el pecado, pues las aflicciones, en parte, tienen como objeto recordarnos el aborrecimiento divino contra el mal.
En este cuerpo mortal no podemos tener sólo miel, sino también amarguras para saborear el dulce. Sobre la tierra tenemos un cuerpo de pecado, que es a su vez la raíz de enfermedades y dolores; nuestras debilidades corporales recuerdan que estamos vestidos de corrupción.
La fealdad y deformidades del cuerpo son un monumento del disgusto que el cielo mandó por causa del pecado de Adán y los nuestros, pero en el cielo no será más así: En tu presencia hay plenitud de gozo, delicias en tu diestra para siempre. No habrá allí impíos, ni asaltantes, ni violencia, los cuales son pesada carga con sus burlas, maltratos y persecuciones; Cristo los enviará al infierno, la tierra será limpiada: El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que causan tropiezos y a los que hacen maldad. Más aún, el hambre, la sed, el estómago y la lascivia que a menudo causan aflicción, serán eliminados, o destruidos y de otras cosas no tendremos necesidad. Amén.