Hoy con Cristo
Lo más sano es poner en operación la razón

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Nuestro texto es una regla de mucha importancia, porque el enojo carnal no solo es un perjuicio a nuestra felicidad, sino también resta hermosura y consistencia a la profesión de un cristiano. La ira carnal es una manifestación muy nociva, debido a que en la mayoría de los casos es una ebullición de orgullo, egoísmo y necedad. Lo que prohíbe el verso no es tanto el airarse en sentido absoluto, sino la precipitación en irritarse. Porque solo un muerto no experimentará enojo si es testigo de injusticia contra él o contra sus semejantes.

Dios ha decretado que visitará al creyente con abundantes misericordias, y la manera de obtenerlas, por lo general, será por medio de la oración, pero la ira injusta cierra el oído de Dios a las peticiones: “Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contiendas” (1Ti. 2:8); el corazón irritable aparta con facilidad la mente recta y pacífica requerida para orar. La irritabilidad no sólo impide el orar, sino que también nos hunde en los problemas si se persiste en este mal espíritu: “El que es irascible hará locuras” (Pro. 14:17). El raciocinio es la guía del individuo, y si un vehículo en tránsito pierde su guía, de seguro que atropellará a otros. O que el individuo que se apresura en enojarse hará cosas irracionales, y le costaría amargos pensamientos. Sería como meterse gratuitamente en problemas.

El remedio contra la ira es dilatar el calor de tus pasiones. El enojo es de inicio y rápido desarrollo, crece súbitamente. Madura desde que empieza, su calentamiento y furia son desde el principio. Su curación es diferirla o dilatarla. Por eso ante el menor indicio de calentamiento o ira, lo más sano es poner en operación la razón o tu facultad intelectual. Alguien ha dicho que para enfriar la ira, contar en chino y al revés del cien al uno. Tú dirás, pero es que no sabemos chino. Piensa y dilata tu boca antes de hablar. Amén 

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