Hoy La Noche Larga de los Museos

Hoy La Noche Larga de los Museos

Cada tres meses se celebra en la Ciudad Colonial, también en La Romana e Higüey, La Noche Larga de los Museos, como una bienvenida a cada estación, y, desde la mañana hasta la medianoche, se ofrece al público, en diferentes establecimientos museales, una serie de atracciones musicales, folklóricas, escénicas, artesanales, y aun talleres y variedades típicas. Es evidente que, aparte de los espectáculos y casetas especialmente instaladas, figura, en esta programación periódica, la visita a museos, probablemente guiada.

Sin duda alguna, es una iniciativa positiva: su carácter alegre y popular acerca una asistencia numerosa a los monumentos y museos, y en principio a la visita de las colecciones permanentes y las exposiciones temporales. Que miles –los hay– de curiosos, cuatro veces al año, tengan la oportunidad de conocer, mirar, admirar los caudales históricos y artísticos, reunidos e investigados por especialistas, significa un avance en un medio donde no se tiene el hábito de frecuentar los museos y tampoco se estimula esa práctica como un placer –individual, familiar, colectivo–, donde se plantea una convocatoria “extraordinaria” como medio de atraer a los visitantes, cuando ya debería ser una costumbre, una diversión, una afición constante.

Incentivos a desarrollar. ¡Ojalá esas noches trimestrales de los museos se extiendan más allá de la parte intramuros y de dos urbes provinciales! Así, las aprovecharían los demás museos y centros culturales, situados en la “periferia” capitaleña, igualmente otras ciudades del país y en primer lugar Santiago –que por cierto constituye una real y reconfortante excepción en esta clase de frecuentación–.

¿El problema a resolver consiste en los costos que una programación generalizada significaría? Ahora bien, si lo que importa es la visita a los museos, a su identidad y patrimonio atesorado, a sus actividades normales, los gastos serían más promocionales –un requerimiento que falta en todo momento y circunstancia– que festivos: se incentivaría e invitaría a la gente a acudir y no necesariamente a disfrutar otros espectáculos.

Hasta cierto punto acompañar el recorrido museal con la fiesta presenta el peligro de que se consideren los museos en sí como aburridos para los jóvenes, particularmente si no hay una educación. ¡Esa opinión no ha desaparecido pese a la evolución de exposiciones, informaciones y museografías!

La frecuentación diaria- de los museos aumenta en circunstancias excepcionales, motivada por una bienal –y más si hay controversia–, un escándalo, un evento masivo en el entorno geográfico como la Feria del Libro –tampoco siendo la bibliografía motivación prioritaria–. Si la inauguración de las exposiciones suele ser concurrida, con variantes múltiples –desde los recursos mediaticos y los orígenes sociales hasta la fundamentación cualitativa–, la asistencia posterior decae notablemente, la ociosidad de los fines de semana influye poco –a diferencia de muchos países–; la respuesta de los establecimientos escolares y el público del futuro es imprevisible.

Tampoco incide el origen socio-económico de las personas: las mismas que visitan los museos en el extranjero pueden ignorar los de aquí.

Desgraciadamente, cuando una iniciativa excelente como las exposiciones en las rejas del Parque Independencia pudo convertirse en una galería al aire libre para todos, el menosprecio institucional, la oscuridad nocturna, la falta de exigencia cualitativa, llevaron aquel espacio museal progresivamente a la inacción, la degradación ¡y la supresión! Si ahora nos referimos al turismo– a menudo, fuente mayor de visitantes… hasta en el Louvre–, en ese renglón, nuestra promoción es pobre, y hemos escuchado al respecto a no pocos turistas “playeros” quejándose.

 

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