“Hoy… ¡No voy a escribir más de las ametsitas!”

“Hoy… ¡No voy a escribir más de las ametsitas!”

“Hoy, no voy a escribir sobre las ametsitas entaponando nuestras calles… -vocea Píndaro al bajarse de su vehículo- No merecen que les dedique unas líneas, luego de que en el día de ayer salí de una reunión a las cinco de la tarde en la Calle Del Carmen… doblé a la izquierda en la esquina detrás de Haché… llegué hasta la avenida Tiradentes y, en ella, doblé a la derecha para seguirla hasta pasar al lado del parquesito de las canquiñas de Cristo Rey… crucé la Ovando y pasé frente al Zoológico, para caer luego entre la Plaza Botánica y Farmax de Arroyo Hondo y llegar a otra reunión… ¡¡¡56 minutos después!!!

“Es un trayecto que hago muy frecuentemente, y el tiempo calculado por frecuencia de uso es de… ¡23 minutos! –exclama un exaltado Píndaro-… Pero, no… Hoy no voy a escribir de las ametsitas… ¡No se merecen que escriba sobre ellas! Total, los guantes blancos –que a muchas les quedan más grandes que sus propias manos- y el pito que, en la mayoría de los casos, no pueden soplar bien, sólo les sirven para que las escuchen los pocos carros en el tapón que ellas mismas han creado…”.

“Esta tarde inicié el mismo trayecto, saliendo a las 5:40 del mismo punto del origen mencionado… Caí en el gancho de entrar de nuevo en el tapón y -¡por desgracia!- llegué una hora y cinco minutos más tarde… ¡Nueve minutos más que en el día de ayer! –grita Píndaro-… Pero, como hoy no voy a escribir más de las ametsitas –y sacándole el sentido gracioso a estas amargas experiencias- les comento que la que estaba “de guardia” en la Tiradentes con Kennedy estaba usando un solo guante blanco -y lo tenía en la mano izquierda-… Como es natural, me llamó mucho la atención y -justo una cuadra más adelante ahora al cruzar la San Martín- alcancé a ver otra ametsita en su empeño de servir a entaponar… Para mi sorpresa, tenía también un sólo guante blanco ahora en la mano derecha… A mi mente, vino la imagen de un par de guantes siendo usado por dos personas al mismo tiempo… entaponando simultáneamente, para no perder el entrenamiento…”.

“Pero hoy –vuelve y remacha Píndaro- no voy a escribir más de las ametsitas… no vale la pena… Acabo de leer en El Nacional, unas declaraciones del superior de ellas en las que manifiesta que la designación de ese personal es necesaria porque en horas pico ayuda a romper el nudo que, de no ser así, tomaría unas dos horas solucionar… Y, agrega –según el periódico- que no es por capricho que un agente prioriza el paso en determinada dirección… Estas declaraciones, realmente, me lleva a reiterar que hoy no voy a escribir más de las ametsitas…”.

“Hoy, mientras hacía mi ruta mañanera en ruta inversa a las descritas más arriba–murmura Píndaro para sí- recuerdo haber salido a las siete y treinta y dos y llegar al punto de mi proyecto… ¡a las ocho y veintiocho! ¡Casi una hora entaponado!… Y… ¿cuál fue la razón? –se pregunta- Pues, muy sencillo… Desde frente al Estadio Quisqueya hasta cruzar la Tiradentes con San Martín… ¡me tomó veinticinco minutos!… Y, un poquito más adelante, cruzar la Kennedy… ¡unos doce minutos!… ¡Todo este tiempo en sólo cuatro cuadras de distancia entre una esquina y otra!… Por si el superior de estas amesitas quiere saber la razón básica, aquí se la dejo: estas dos jovencitas se mantuvieron… ¡sólo permitiendo el paso a los vehículos que transitaban de Este a Oeste y viceversa! Y, nosotros que íbamos de Norte a Sur… ¡No estábamos!… ¡No existíamos!… ¡No teníamos por qué transitar por ahí en ese momento para no complicarle su mundo a esas dos jovencitas vestidas de verde y enguantadas de blanco…”.

“Pero… realmente… ¡No vale la pena perder mi tiempo y tinta del periódico… Hoy… ¡no voy escribir más de las ametsitas!”.

 

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