Nueva Jersey. — El viento y tormentas habían demorado la llegada del Hindenburg desde Alemania el 6 de mayo de 1937. El padre de Werner Doehner, un niño de ocho años, regresó a su cabina tras filmar algunas escenas de la base aeronaval de Lakehurst, Nueva Jersey, desde el comedor del dirigible.
“No lo volvimos a ver”, relata Doehner, quien hoy tiene 88 años y es el único sobreviviente a la tragedia que permanece vivo. Treinta y cinco de las 97 personas a bordo entre pasajeros y tripulación fallecieron, incluidos el padre y una hermana de Doehner, y 62 sobrevivieron. También murió alguien que estaba en tierra.
Doehner, sus padres, un hermano mayor y una hermana regresaban de una vacación en Alemania. El plan era llegar en el Hindenburg a Lekehurst, volar a Newark y allí tomar un tren a la vecina Nueva York, desde donde viajarían a la Ciudad de México, donde el padre de Doehner era ejecutivo de una empresa farmacéutica.
Los niños hubieran preferido las cubiertas y los salones de un transatlántico porque en el dirigible no había tanto espacio para moverse, dijo Doehner en una poco frecuente entrevista telefónica que concedió esta semana a la Associated Press desde su casa en Parachute, Colorado.
La madre había comprado algunos juegos para que se entretuviesen. Visitaron la cabina de control y las plataformas suspendidas adentro del dirigible. Recuerda que pudieron ver una masa de hielo mientras cruzaban el Atlántico.
Cuando se acercaban a su destino, surgieron llamas en la parte alta de la nave por el contacto del hidrógeno de la nave con electricidad estática, generada por una tormenta eléctrica. En cuestión de segundos se expandió el fuego y se generó un infierno. La parte delantera de elevó y la trasera cayó.
“De repente había llamas en el aire”, cuenta Doehner.
El dirigible ya estaba muy cerca de tierra firme.
“Estábamos junto a una ventana, mi madre tomó a mi hermano y lo arrojó hacia afuera. Luego me agarró a mí. Caímos hacia atrás, pero también pudo tirarme afuera”, agrega. “Luego trató de sacar a mi hermana, pero era demasiado pesada. Ya estábamos muy cerca de la tierra y mi madre decidió entonces saltar”.
La madre se fracturó la cadera.
“La recuerdo tirada en el piso. Mi hermano me dijo que me levantase y que nos fuésemos de allí”, dice Doehner. La madre se les unió poco después y pidió a alguien que sacase a su hermana. Esa persona la sacó de entre los restos de la nave en llamas.
Un autobús llevó a los sobrevivientes a una enfermería, donde una enfermera le dio a Doehner una aguja para que reventase sus ampollas.
De allí la familia fue trasladada a un hospital de Point Pleasant. Doehner había sufrido quemaduras en el rostro, las manos y la pierna derecha. Su madre tenía quemaduras en el rostro, las piernas y las manos, y su hermano en la cara y la mano derecha.
La hermana falleció en la mañana.
Doehner permaneció en el hospital tres meses, al cabo de los cuales fue llevado a un hospital de Nueva York para ser sometido a operaciones. Lo dieron de alta en enero y para entonces el muchacho ya había aprendido a hablar algo de inglés.
La familia regresó a la Ciudad de México, donde se hicieron los funerales del padre y la hermana de Doehner.
Una investigación determinó que el accidente fue causado por una fuga del hidrógeno que mantenía el dirigible a flote. Al entrar en contacto con el aire se produjo un fuego.
Ocho décadas después, Doehner es el único de los sobrevivientes aún vivo.
El sábado se cumplen 80 años del accidente y se hará una ceremonia conmemorativa.
“Quedan vivas otras dos personas que viajaron en el dirigible”, según Carl Jablonski, presidente de la Navy Lakehurst Historical Society. “Pero no estaban en ese último vuelo”.
El interés en el desastre sigue siendo tan intenso como siempre, de acuerdo con Jablonski.
“La internet y las redes sociales generan el interés de las nuevas generaciones”, señaló.
El Hindenburg, dijo Doehner, “es algo que uno no olvida”.