Hubert Matos historia de la prisión de un revolucionario

Hubert Matos historia de la prisión de un revolucionario

(Archivo).-Silvestre Antonio Guzmán Fernández, Presidente Constitucional de la República (1978-1982), nació el 12 de febrero de 1911 en la ciudad de La Vega, y murió en Santo Domingo el 3 de julio de 1982. El Nacional/Archivo 06/04/08

«Durante siete años, Matos estuvo virtualmente alejado de todo contacto humano. Se le confinó en un calabozo con las puertas tapiadas. Respiraba por un pequeño agujero por donde se filtraba apenas la luz del Sol.

La prolongada prisión de Hubert Matos, en condiciones deplorables, confirmó a Fidel Castró como un inveterado violador de los derechos humanos. El ex-comandante de la provincia de Camagüey y uno de los líderes de la revolución que derrocó a la dictadura corrupta de Fulgencio Batista era, cuando finalmente fue liberado, el más antiguo preso político cubano, a los 60 años de edad, después de casi dos décadas de encarcelamiento.

Su prisión fue una comedia tan grotesca como el juicio por el que se le condenó por alegada «traición» a la causa revolucionaria.

Matos fue detenido en octubre de 1959 y llevado ante un tribunal revolucionario que le condenó a 20 años un mes más tarde. Fue una ocasión propicia para exponer los objetivos del nuevo gobierno y para exhibir las innegables dotes de actor de drama de Castro, quien compareció al juicio como testigo de cargo.

Fue condenado sin que se le proporcionaran medios efectivos para su defensa. No hubo prueba alguna de sedición en su contra. Los jueces actuaron en base a conjeturas y bajo la influencia del hombre que desde enero de 1959 movió hasta su muerte todos los hilos de la vida en esa nación antillana.

Se le negaron todos los derechos que asisten a un prisionero de su clase. En los cuatro primeros años de encarcelamiento, no se le concedió la oportunidad de ver a su familia, que finalmente pudo abandonar el país en 1963.

Cuando iban a verle su esposa e hijos, dijo su esposa María Luisa Matos en una entrevista que le hiciera para El Caribe en 1979, eran devueltos de las puertas del Castillo del Morro. El prisionero no quiere visitas, se les decía. A Matos se le atormentaba diciéndole a su vez que su familia se negaba a visitarle.

Desde que partió al exilio, en 1963, su esposa no desmayó en sus esfuerzos para lograr su libertad. Apeló al Congreso, al Departamento de Estado de los Estados Unidos, a la Comisión de Derechos Humanos de la OEA, de las Naciones Unidas y de Ginebra.

Gestionó el concurso de estadistas y personalidades extranjeras. Pero todo le resultaba en vano. Como resultado de su gestión, el gobierno militar del general Augusto Pinochet, de Chile, propuso a los comunistas dos canjes de prisioneros. A la Unión Soviética, el intercambio de Vladimir Bukovsky, uno de los más connotados disidentes rusos, por Luis Corvalán, secretario general del Partido Comunista Chileno.

A Castro, le sugirió el canje de Montes por Matos.
Los soviéticos aceptaron. Bukovsky, víctima de los campos de concentración y de las clínicas «especiales» de siquiatría del Kremlin, pudo viajar al exterior y Corvalán a Moscú. Castro no dijo nada.

Durante siete años, Matos estuvo virtualmente alejado de todo contacto humano. Se le confinó en un calabozo con las puertas tapiadas. Respiraba por un pequeño agujero por donde se filtraba apenas la luz del Sol.

Los crueles castigos a que fue sometido durante 20 años no doblegaron su férrea voluntad. «Su moral está intacta», me dijo su esposa cuando la entrevisté, cuando vino a Santo Domingo para aprovechar la visita del papa Juan Pablo II para gestionar una apelación del Pontífice y del presidente Antonio Guzmán Fernández a favor de su esposo.

No logró ni una cosa ni la otra. «Él ha dicho que ni cien años de cárcel lo doblegarían, ni lo harían pensar de otra forma».
Su apelación al Papa incluía la libertad de otros prisioneros políticos que, según ella, corrían peligro de muerte. Una carta con su exhortación le fue entregada aquí al Sumo Pontífice a través de la Nunciatura después que fallaran los contactos para una entrevista personal con el jefe de la Iglesia Católica.


Faltándole todavía diez meses de condena, se veía entonces que Castro obligaría a Matos a permanecer en la cárcel hasta el último día. Cuando ésta se cumpliera, Matos será probablemente, un hombre débil y cansado, tras pasar sus años de fertilidad y madurez en medio del estiércol y la crueldad de las cárceles revolucionarias. Pero su nombre será, por siempre, el dedo acusador contra el régimen comunista de Cuba.

(*) Miguel Guerrero, periodista y escritor, es Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Historia.

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