Hubiera sido mejor…

Hubiera sido mejor…

¡Fuimos a Haití! Soldados dominicanos están en Haití coadyuvando en la pesarosa tarea de resguardar el orden entre gentes secularmente hambrientas. Pero ¡qué espectáculo ofrecimos! Cual muchachos descarriados facilitamos los fusiles a un grupo de irresponsables médicos puertorriqueños. Esos galenos en ciernes se hicieron retratar con éstos y con botellas de licores. El alto mando militar dominicano, sin duda alguna, se permitió dedicar largos minutos a un acto de reflexión compulsado por tan descocada conducta.

Una de las consideraciones que la introspección casuística ha debido sacar a relucir es la del papel a desempeñar por un soldado dominicano en el exterior. Yo salgo y puedo comportarme como díscolo ciudadano. Después de todo, no tengo que guardar más que el nombre de mis antepasados y preservar el de mis descendientes. El soldado ha de enaltecer, además, la dignidad de la República y salvaguarda el honor de las armas. Estas últimas son algo más que el fusil que se porta. Sus armas son la historia de quienes, colecticios y conscriptos, o enrolados formalmente, escribieron el nombre mismo de la Nación Dominicana en los campos de batalla.

Un soldado, por otro lado, no presta su arma. Aún sacando peines y cargadores, un soldado no facilita su arma a nadie. El arma que le entrega la intendencia es parte íntegra de su cuerpo desde el momento que la recibe hasta el instante en que la entrega. Bajo ninguna circunstancia debe cederla, aún cuando el objetivo del solicitante no sea más que practicar la fantochería y hacer notar la ineptitud mental.

Lo más probable es que el alto mando también se dijo que en Haití hemos de exhibir una conducta de entereza y responsabilidad absolutas. Territorio que fue nuestro hasta 1605, el atolondramiento de un Antonio de Osorio lo tornó tierra de nadie en ese año. Al retornar a él como soldados dominicanos, hemos de mostrar grandeza de ánimo ante lo que la estulticia económica botó y la miopía política convirtió en prenda de regateadas codicias.

Un soldado brasileño, un soldado chileno, aún el soldado estadounidense, son viajeros de paso en el desolado paisaje de Haití. Un soldado dominicano está llamado a otear el horizonte para contemplar a la sombra de sus antepasados glorias marchitas. Tales quimeras fueron discutidas por los dos pueblos y con sus jirones nos alzamos, en buena lid, nosotros. De ahí la necesidad de que, en función de soldados, los nuestros esgriman en el territorio vecino la entereza que, sin duda, no guardamos aquí. Estoy seguro que los integrantes del alto mando se han dicho todo ello y todavía más, tras contemplar, asombrados y más aún, iracundos, las fotografías que vimos los demás. Porque Haití no está para bebentinas ni festejos como la cumplida por los médicos puertorriqueños, conforme se deduce de las fotografías. Ni los soldados dominicanos están para facilitar sus armas.

 

 

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