Huellas

Huellas

Hay casos en que la distancia andada no puede ser calibrada con apego a los convencionalismos acordados para establecer dimensiones o frecuencias, sino que es preciso valerse de métodos que relegan los resultados fríos de las cifras para dar preferencia a la dinámica de los efectos. Hay casos en que es preciso medir la distancia andada en función de las huellas dejadas en el trayecto.

Eso nos ocurre cuando debemos aquilatar los méritos de una de esas instituciones dedicadas al bien social sin pretender otro lucro que no sea el de devolverle felicidad y capacidad de servir a quienes hayan perdido esas facultades.

Para adentrarse en un cálculo de los logros obtenidos en 43 años por la Asociación Dominicana de Rehabilitación, necesariamente hay que contar  huellas y multiplicarlas por los efectos. Eso nos da dimensiones que los convencionalismos no pueden medir.

En esos 43 años Rehabilitación, como la llamamos de manera simplificada, ha dejado huellas en un número de personas que debe ser el producto de multiplicar los siete millones de personas atendidas directamente, por el efecto que esas atenciones produjeron en cada uno de los seres queridos de los rehabilitados más el beneficio brindado a la sociedad.

Devolver las facultades motoras a quien las haya perdido ha de producir siempre no sólo el efecto de rehabilitar al paciente como tal, sino también el de restaurar en sus familiares la alegría perdida en virtud de la atrofia de un ser querido.

En los tiempos en que la poliomielitis hacía estragos en nuestra niñez, atrofiando sus extremidades e inutilizando sus funciones motoras, Rehabilitación desempeñó un papel titánico para devolver las facultades perdidas en cada caso. A eso hay que agregar la atención de miles de casos de discapacidad debidos a otras causas.

En fin, hay distancias que hay que medirlas en huellas dejadas, y ese es el caso de Rehabilitación y de toda la gente que ha hecho posibles sus nobles servicios. 

Brechas
En tiempos que nos afanamos en la eliminación de la brecha digital recorre el mundo una fotografía que nos delata como habiendo descuidado, de manera imperdonable, la cobertura de una brecha elemental, como es la del déficit de condiciones adecuadas para la labor docente.

Los niños del liceo Manuel del Cabral, del barrio El Almirante, perteneciente a Santo Domingo Este, sentados en bloques de hormigón, están, como muchos otros en nuestro país, atrapados en esa brecha elemental para cuya eliminación no se invierte lo suficiente.

Sin duda, esta falta de butacas hay que cargarla al déficit de tres mil millones de pesos que tiene la Secretaría de Estado de Educación, que le impide cubrir la brecha elemental justo cuando se habla y actúa para acabar la brecha digital.

Los países que descuidan esta brecha tan elemental y primaria tienen poca vocación para integrar una sociedad del conocimiento que llene todos los requisitos para conducir al progreso. Suelen quedarse rezagados, dando tumbos y tropezando con los bloques que sirven de butacas a quienes deben, en tan precarias condiciones, prepararse para ser el futuro de la patria.

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