Cada vez que ocurre un feminicidio surgen varias inquietudes, nos preocupa la víctima, cuestionamos nuestro accionar en una sociedad cada vez más corrompida, también nos inquietan las actitudes del victimario, así como los hijos que a veces quedan heredando estas historias.
Entre tantas preguntas, posibles soluciones, reacciones y emociones encontradas, debemos prestar especial atención a las familias de las victimas, las cuales quedan heridas, dolidas y en sufrimiento; principalmente a los niños que quedan en orfandad, a los que hay que acoger, cuidar y proteger.Las primeras preguntas que surgen en estos niños son: ¿Cómo murieron sus madres?¿Por qué les ha tocado a ellos esta historia? Muchas veces son testigos del feminicidio lo que desencadena un trauma, un estado de angustia, ansiedad y depresión, a veces insuperables; sobre todo cuando el victimario es el padre, en estos casos se duplican las heridas y la desprotección.
La niñez es rica, pero también muy vulnerable, durante esta etapa el individuo formasu autoestima, el autoconcepto y la personalidad, además de que se desarrolla y consolida la percepción del mundo y las ideas sobre nuestros semejantes. Partiendo de esta realidad podemos comprender que tragedias como los feminicidios pueden influir de manera decisiva en los menores; de la atención que les prestemos, dependerá que se pongan en marcha los mecanismos de resiliencia que permiten que el trauma no sobreviva en sus vidas a través de una cadena de hechos.
El Estado y la sociedad deben involucrarse en estos temas y asumirlos como suyos, porque en realidad lo son; primero para establecer estrategias precisas de una educación que promuevan la inteligencia emocional y la madurez en la resolución de conflictos; esto como medios para prevenir las actitudes abusivas y las distorsiones que llevan a víctimas y victimarios a enrolarse en relaciones sufrientes e insanas. Debemos hacer una labor continua para frenar, detener y erradicar esta problemática, y así como diseñar planes especializados en soporte para estas familias, sobre todos para los pequeños que quedan al cuidado de abuelos o tíos dolidos y resentidos por la tragedia.
Como es comprensible, el feminicidio muchas veces implica que los menores sean criados por familiares y amigos cercanos que brindan su mano amiga y solidaria. Con esta acogida se busca reducir los efectos del trauma en los niños,así como las angustias, falta de amor, ansiedad, miedos, e inseguridades. Aún así, criar niños que vienen de estas historias, requiere orientación especializada, por lo que incluso en los casos de menores que encuentran manos amigas, el estado debe proveer servicios de salud mental,a fin de que puedan superar los traumas.
Debemos desarrollar la capacidad de compasión y saber ponernos en el lugar de estos niños, que pudiera ponerse triste, agresivo, inseguro e inconforme con la realidad que le tocó vivir. Estos niños necesitan y requieren un abordaje terapéutico dirigido por expertos que les ayuden a superar el trauma, el duelo y las secuelas de estas experiencias, así como a superar el dolor por las pérdidas. Es un trabajo que requiere años de constancia y de mucha entrega.
El impacto emocional ante esta pérdida puede causar en los niños estado de shock inicial, emociones de rabia, pena, miedos, inseguridad, irritabilidad, crisis de llanto, labilidad emocional, negación de la realidad, aislamiento; angustia, sobre excitación o conductas erráticas, impulsividad, conductas de evasión, reducción de la vida social, dificultad para concentrarse con tendencia a la dispersión; efectos físicos, tales como dolores de cabeza, agotamiento, taquicardia, entre otros. Estas conductas son respuestas esperables ante un hecho traumático.
El acompañamiento emocional a niños huérfanos por feminicidios debe incluir a los familiares o amigos.Es necesario asumir el compromiso de criarlos de manera sana, entender la condición del menor después de vivir la pérdida de la madre en estas condiciones, siendo comprensivos con la realidad. Debemos estar conscientes de que esta situación puede influir en su estado de ánimo y afectar su conducta, e incluso el desarrollo de su personalidad, sino se le brinda la ayuda necesaria para superar el trauma y reconstruir sus vidas. Sin embargo, no hemos de temer. Una mano amiga, dispuesta a llenar una vida de amor, junto a la orientación especializada requerida, pueden hacer el milagro de devolver sonrisas a estos niños.
Cada uno de nosotros podemos y debemos ayudar en este proceso a los hijos de las víctimas. Los educadores, profesores, psicólogos escolares, la comunidad educativa en general, debemos trabajar con estos jóvenes a través de un plan en formación en valores. ayudarlos a construir una consciencia del daño generado por la violencia de género y por el abuso; educándolos con las atenciones necesarias y proveyéndoles desde el amor.
Muchas veces con intención de ayudar presionamos con palabras inapropiadas como: “debes tratar de olvidar”, “supera ese dolor”, esto puede generarles un mayor estrés. Dentro del tiempo prudente debemos dar un espacio para la asimilación y la superación del dolor, pues mucha presión pudiera entenderse como falta de compresión y generar más dolor y angustia en el menor.
Es importante que hagamos consciencia y ayudemos a contribuir en el buen desarrollo físico, emocional y cognitivo de los niños huérfanos víctima de feminicidio.