Hugh Wilson: siluetas, rostros, etnicidad: impronta por los bucólicos senderos de América y el mundo

Hugh Wilson: siluetas, rostros, etnicidad: impronta por los bucólicos senderos de América y el mundo

«Mientras recorro las playas que no conozco, mientras escucho la endecha de las voces de los hombres y
mujeres náufragos, mientras aspiro las brisas impalpables que me asedian, mientras el océano, tan misterioso
se aproxima a mí cada vez más, yo no soy sino un insignificante madero, abandonado por la resaca de un
puñado de arena y hojas muertas que me confundo con las arenas y con los restos del naufragio».
Walt Withman. (Con el reflujo del océano de la vida, versión del inglés de Leandro Wolfson)

Todo viaje (or every journey) implica un acopio de imágenes que desde el siglo XVI hasta el XIX han construido el imaginario de exploradores y exploradoras (porque las hubo) que luego dieron forma y suspiros al mundo que venía, para que la nostalgia de hoy solo fuera un triste y dulce truco de la memoria, para ocultar el miedo al futuro.

En la fabulosa construcción de ese imaginario, el retrato ha sido un transmisor de todas las formas y usos de la humanidad.

Altamira (para mejores señas situada en el municipio español de Santillana, región de Cantabria) y sus paredes llenas de vida primitiva con poética visual naíf, apenas nos narraba lo que luego Lascaux, situada en la región francesa de Dordoña, nos maravillaría: arte rupestre -del latín rupestri -, punto de partida del gran viaje de las imágenes en el tiempo.

Más que el paisajismo, con su carnaval cromático de gran impacto visual, los retratos, apasionada afición pública de la monarquía a falta de las huellas fotográficas en un tiempo, han sido unos relatores exquisitos de rostros y efemérides que al llegar a nuestros días, valiosas informaciones de historia y época han brindado.

Más cercano al pasado siglo XX, Jorge Pavez Ojeda con agudeza analítica (1), recuerda el valor de la fotografía entre 1900 y 1920, para que la antropología naciente estudiara la santería en aquel lugar, en otras palabras, entre el retrato y su carga estética existe también una frontera clara e innegable con la antropología visual, cuyo valor social hoy día se ha visto alimentado por el auge, en su favor, de las altas resoluciones de las nuevas tecnologías para crear imágenes.

Si miramos detenidamente la inspirada obra de Hugh Wilson (Detroit, 28 de septiembre 1969 ) es muy difícil no extrapolar sus temáticas y sus viajes con algunos de los versos de errância de Walt Withman, quien en sus Hojas de Hierba hace el gran inventario de la América y su capitalismo naciente bajo el vapor de las fundiciones y el gran movimiento de las masas humanas, hacia las grandes urbes de rascacielos en pañales. Wilson se decanta por los rostros y los caminos, dejando la sensación de un gran diálogo de imágenes diversas, plurales, de altos y bajos tonos emocionales, aferrado al instante cotidiano, haciendo galas de un alto tributo humano.

Es un golpe de visualidad, no juega totalmente alla prima (2), le fascinan los rostros de las personas, las escenas de la vida y sus tránsitos, de ahí su gran amor al cosmopolitismo y la fresca sociabilidad desparramada en óleos intensos y vibrantes.

En cifradas lecturas, la clave es el viaje y su impacto en el artista, su apertura y su ubérrima sensibilidad, donde hay un tramo invisible entre viajes y rostros, que solo la tela puede narrarnos en cada cara y en cada rasgo, como una aventura universal de fraternidad humana.

Tomo nota de su viaje a Argelia, su contacto con la cultura Berber, lo que me lleva a una reflexión que es vieja y perpetúa: el valor del cosmopolitismo como un proyecto individual y universal, para abrirse al mundo con las mejores de las amplitudes. Todo ello implica un valor agregado, a una obra que necesita esa materia prima para nutrirse al compás del tiempo y sus avatares.

Curioso: ¿Un hombre del continente rompiendo atavismos entre océanos como si fuera un insular ansioso cualquiera, con una pulsión acelerada en la que la pasión brota de inmediato al tocar un pincel?…

Ha sucedido, un hijo de la clase obrera de Detroit descubre su vocación y comienza a viajar hacia los Estados Unidos profundo, para hacer de eso la tentación suprema, donde ejerce sus influjos, Lousiana y todo el pequeño cosmos de la cultura Bayou, porque es tentador hacer el inventario de la cultura cotidiana en los Estados Unidos de América. Montana, donde los lagos son húmedos filósofos que no duermen, viven dialogando con los pinos juguetones que lo rodean, los lagos tienen sus pinceles de gotas de agua para reflejar en el lienzo de sus espejos hídricos toda la belleza, cuyo gran ruido es el silencio entre ecos de montañas coquetas empolvadas de tierra colorada que iluminan el alba.

Atravesando Nebraska, habrá cruzado por Omaha, aquel lugar donde los grandes edificios se interrogan cuando todavía miran pequeños lagos y meandros, como si la naturaleza quieta se negara a morir. Arizona será un cactus gigante, un espacio lunar en la geografía del mundo, voces latinas como ecos irrenunciables y la humana marea de inmigrantes mexicanos que pronto poblarán las telas de Hugh Wilson.

El Central Valley de California será otro de sus grandes destinos en una bitácora y orgías de rostros que cuentan, como lo hizo Withman, la misteriosa historia de América, San Joaquín, los sembradíos y una fina neblina, posiblemente ante sus ojos largas columnas de aguas dulces libres y serpenteadas.

Hugh Wilson es también América, pero aquella que brota entre campos y ríos, arboledas hirsutas y antiguos caminos, la que marca sus rostros entre la existencia y la fatiga, el ser humano y su efigie, sus detalles, su melancolía visual y otras añoranzas prefiguradas.

En su paso por la Quinta Dominica, en el mes de junio, ha dejado una estela y grandes inquietudes, la República Dominicana, media isla de contrailusiones y mares de colores vivo, diaria leyenda de pan regateado e hipocresías vetustas, todo esto ha pasado a formar parte de su caminar absorto por el mundo.

Si antes había vivido con los Tuareg, si antes había pintado a las mujeres Berber con sus paños oscuros alrededor de la cabeza, ojos almendras obligan, si antes también el Africa del norte había sido un destino cosmopolita, ahora nuestra media isla se une a su fabuloso censo de humanidad absoluta.

Su obra crecerá, no importa que su errancia no nos lo devuelva, no importa ahora mismo en cuál plataforma de tierra rodeada de agua en el Pacífico sur se encuentre.

Se tendrá la seguridad entonces, desde lejos, que Hugh Wilson alguna vez con el faro turquesa de sus luces del norte, encontrará el camino insular que le pertenece, porque lo ganó imaginando mares como los nuestros, en algún lugar del mundo (CFE).

(1) Jorge Pavez Ojeda. Investigador de la Universidad Católica del Norte, Chile. Escribió en el año 2009 en el número 46 de la Revista del instituto de estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile, llamada Aisthesis, un excelente trabajo antropológico sobre este tema titulado El retrato de los «negros brujos». Los archivos visuales de la antropología cubana ( 1900-1920 ), Dossier: Fotografia y Eternidad. Este investigador ha hechos otros trabajos excelentes sobre el tema de la fotografía y la mirada asiática, así como también un texto interesante sobre ciencia y poder en Cuba, Racismo, homofobia, nación (1790-1970).

(2) Alla prima: es un estilo de trabajar la pintura donde en vez de trabajar capa por capa, se usa la pintura fresca, en una acción de pintar única. En todo caso y en síntesis: la pintura no se mezcla previamente, se hace directo en el lienzo. Lo utilizó Rubens, Caravaggio, y uno que otro impresionista. Las Meninas de Diego Velázquez ( 1656 ) fueron concebidas con esta técnica cuyo nombre original viene del italiano.

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