Hugo Mendoza, médico del mundo

Hugo Mendoza, médico del mundo

En cada familia hay siempre una persona que es el punto de referencia, aquel que se destaca sobre los demás y que inspira un orgullo especial… En mi caso, dentro de los que comparten mis apellidos, esa persona siempre fue tío Hugo.

Han sido muy escasas las ocasiones en que al conocer a alguien, no me haya hecho referencia a que él fue su médico, o de sus hijos, o de sus padres, o salvó la vida de alguien con un diagnóstico difícil y acertado. Mencionar el parentesco fue siempre una forma de romper el hielo al conocer a alguien de generaciones anteriores… inmediatamente se generaba una conversación salpicada de admiración y respeto.

Tío Hugo fue un hombre excepcional. Tenía como sello una insaciable sed de conocimiento y una disposición extraordinaria a servir a los demás, acaso reforzadas por los ideales masones de su abuelo Samuel. Tuvo el privilegio disfrutado por pocos de ser profeta en su época, su labor fue reconocida tanto en el país como fuera de el, y recibió el cariño y la devoción de sus discípulos y compañeros.

Siempre sentí un cariño especial por ese hombre, quizás porque mi infancia fue un constante ir y venir desde y hacia su consultorio… talvez porque fui la primera de entre sus hijos y sobrinos que le hizo recibir un miembro de la siguiente generación… acaso porque me recordaba tanto a mi abuelo, quien se marchó dejando pendientes muchas horas de compañía tan necesaria….

En tío Hugo encontraba las respuestas a la historia de los “viejos”, salpicada por supuesto de los mitos y leyendas típicos de las familias de emigrantes, cuyos ancestros se rodean de un halo de misterio y fantasía, incrementados por haber sido depositados por un tren en la ciudad de La Vega, Macondo local y postmoderno. Lamentablemente nos quedamos sin escribir el utópico recuento tantas veces conversado y del que no quedan ya testigos ni memoria…

Nuestra familia es corta, un puñado de almas descendientes de cubanos… aunque tío Hugo y Rosaleda se encargaron de alterar las estadísticas, teniendo cinco hijos, cuya unión y cariño les sirve de consuelo en estos momentos tan difíciles.

La última vez que lo vi me miró a los ojos y me dijo dos veces “no me olvides”, innecesaria despedida… sería imposible no recordar su recio carácter casi en contradicción con lo cariñoso de su trato y su entrega sin restricciones.

El mundo no parece igual sabiendo que él no está… nos queda su recuerdo, la alegría de saber que nosotros y nuestros hijos tuvimos tan excepcional anfitrión en la entrada a este mundo tan complejo y absurdo a veces.

Tenemos el deber de mantener su memoria, de propagar su ciencia y su bondad, sobre todo, de multiplicar su ejemplo y recordarlo siempre…

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