Los fenómenos meteorológicos y sus embates pueden ser bien o mal recibidos, independientemente de cuán fuerte llueva, truene o ventee. Pasar un súper aguacero bajo el precario alero de una glorieta pueblerina podría hacernos rogar que las precipitaciones en cuestión resulten las mayores del siglo si estamos codo a codo y tete a tete con la novia del tiempo escolar a la que apenas dejaban salir de su casa.
Mirarse, tocarse y conversar esfuma los efectos hídricos de la naturaleza aunque lleguen con ráfagas. A las oportunidades las pintan calvas; y a la querida muchachita de los comienzos existenciales (por cierto de abundante y bella cabellera) tenía que valer la pena tenerla cerca gracias a un diluvio. Y si fuese con ruido de gotas ametrallando un techo de metales ondulados, mejor.
La lluvia, por fuerte que fuere, tampoco tendría importancia como barrera a la hora de tener que huir por la parte trasera si por los frentes alguien busca nuestra presencia para desagradarnos al máximo. No solo por razones judiciales con allanamientos de morada procede a veces poner los pies en polvorosa.
Llegada de gente a la que uno no quisiera volver a ver jamás en su vida por su falsía y enredos pecuniarios y no por faltas cometidas por mí mismo, que ese problema se lo dejamos a otros en estos tiempos en que se pretende echar lazos para fines investigativos que generan nerviosismo en algunos desplazados. Empaparse no sería lo peor que a uno pudiera pasarle en ese día D tropical si la huida nos salva de los engorros de cualquier naturaleza.
Ahora bien: si la apertura de compuertas atmosféricas vuelve intransitable las calles de drenajes defectuosos, que son casi todas, habrían de ocurrir confinamientos que no necesitan leyes de emergencias ni toques de queda.
Sin embargo, el «vamos a esperar a que escampe» como pretexto pone en suspenso más actuaciones personales de las que uno pudiera imaginar, aunque también la llovizna simple tiene poderes inhibidores cuando se necesitan motivos para eludir fastidios o cumplimientos del deber, porque cuando no hay sentido de responsabilidad, mucho se agradece el no disponer de paraguas ni capote.
En teoría, un poco de mal tiempo debería evitar a veces que haya quórum en el Congreso y uno se pregunta si será por eso que se procura mediante exoneraciones que cada legislador posea dos en vez de un solo auto nuevo al año, de buen techo y cilindrada, y que además les reserven un bojote de cuartos como dieta por cada comparecencia.
Una pletórica liquidez que no moja y de paso resta importancia a la que cae del cielo como razón para faltar a los escaños. ¡Oh Noé, y tú que creías que para salvarse de las aguas y seguir adelante con la vida (y los privilegios que a veces ella trae) solo se necesitaba un arca.
La posición que ante la H2o y sus llegadas en abundancia asume el prestamista de mis cercanía de apellido Roldán es ambivalente. Le riñó a uno de sus deudores por demorarse. «Usted me perdona pero está semana ha llovido todos los días» le habría dicho para justificar su retraso en rembolsar un efectivo.
-Si pero el año pasado, cuando la tormenta aquella estaba en sus buenas te arremangaste los pantalones y te pusiste los zapatos en forma de collar amarrados por los cordones para no mojarlos y poder cruzar la calle casi a nado para solicitarme 500 pesos» -le replicó, aun sabiendo Roldán que la necesidad tiene cara de hereje y que no es lo mismo enchumbarse para tener con qué comer que mojarse para pagar.