Humanidades y animalidades

Humanidades y animalidades

FEDERICO HENRIQUEZ GRATEREAUX
Krisztian Szabó se levantó de la silla para saludar a los que llegaban. – ¡Bienvenidos a Praga y a esta taberna! Encantado de conocerles; ya me habían anunciado que muy pronto entraría en relación con nuevos húngaros, simpáticos e inteligentes. El químico, sonriente, tendió la mano a Ignáz y besó en ambas mejillas a su compañera turca. – Maritza ha venido conmigo hoy; quiero presentar a usted a mi compañero Miklós y a su amiga Panonia; ella acaba de llegar de Alemania; esperamos que pueda quedarse entre nosotros.

– ¿Conoce ya la ciudad vieja? – Sí, la conozco; estuve aquí durante algún tiempo cuando salí de Hungría. – ¿La familia suya, señor, es de Hungría? – Bueno, mis abuelos emigraron de Hungría, por razones políticas, en el siglo XIX; yo nací en Praga, vivo en Praga, trabajo en la Universidad de Praga. Vamos, sentémonos todos en esta otra mesa; somos cinco.

Szabó separó las sillas de la mesa para que pudieran sentarse Panonia y Maritza. Miklós e Ignáz se acomodaron rápidamente. El químico levantó el brazo para indicar al mesero se acercara al grupo. – Señores, hoy es viernes, tenemos buen tiempo y libertades públicas. ¿Qué más hace falta? – Ignáz, creo que hace falta buena salud y buena suerte… para disfrutar de las tres cosas que dices.. ¡También hace falta el buen vino! agregó el químico a las palabras de Miklós. Panonia parecía feliz de tener compañía o de haber regresado a un lugar conocido. Fuera por lo que fuera, estaba radiante, con sus ojos azules inmensos y los labios fruncidos, como preparados de antemano para la risa. Miklós la miraba sorprendido. Hacía largo tiempo que no veía un rostro tan confiado y satisfecho como el de Panonia. ¡Claro que es la misma mujer! ¡Sólo que ahora es más hermosa que antes! ¡El pelo de Panonia es como una aureola flotante que le rodea la cara! Maritza, complacida, examinaba cuidadosamente a la recién llegada; y de reojo, espiaba también los gestos de Miklós.

– Todos ustedes son jóvenes; yo soy el único viejo aquí. Tengo, por tanto, el privilegio de los decanos: hacer el brindis, iniciar «los parlamentos», romper las formalidades. Pero hoy tenemos dos mujeres sentadas a la mesa. Ellas deben hablar primero. – Panonia debería decirnos cómo se siente al volver a esta ciudad. Ignáz, al decir esto, se inclinó hacia Panonia. – Me parece que ustedes deben hablar de lo mismo que hablan cuando no estamos presentes las mujeres. Me siento muy bien de estar aquí, rodeada de amigos y de amigos de mis amigos. – La última vez que hablé con Ignáz mencionamos a los religiosos de Bulgaria en el siglo X y al escritor búlgaro Elías Canetti. Este hombre escribió: «de los esfuerzos de unos pocos por apartar de si la muerte ha surgido la monstruosa estructura del poder. Para que un solo individuo siguiera viviendo, se exigieron infinidad de muertes. La confusión que de ello surgió se llama Historia. Aquí es donde debería empezar la verdadera ilustración, que establece las bases del derecho de todo individuo a seguir viviendo» – ¡Dios mío, es un tema terrible para mi primer día en Praga! ¡Atrae los malos recuerdos!

– Los pueblos olvidan y recuerdan, alternativamente o simultáneamente. Los gobiernos despóticos producen tantos traumas dolorosos en la convivencia, que las heridas tardan varias décadas antes de cicatrizar. Son muchos los pueblos de esta región que sobreviven aferrados al rencor, a la memoria de los abusos cometidos por políticos radicales. Crímenes de los fascistas, crímenes de los comunistas, crímenes de los nacionalistas, son todos crímenes espantosos. Chapoteamos en un lodazal de crímenes impunes. Lo mismo en Hungría que en Bulgaria, en Rusia, en Chequía, en España. Antiguamente los humanistas ilustrados mantenían viva la llama del descontento. Pero ya los humanistas están de capa caída. Un reflexivo novelista de Chicago, de origen judío, mostró hace poco el anacronismo de los humanistas; en las sociedades industrializadas de hoy, regidas por un mercado cada vez más extenso, el humanista de antaño tiene poco que hacer. El químico bebió el vino gozosamente, como si buscara aclararse la garganta para seguir hablando.

-Panonia observaba atentamente el copioso bigote del químico, las abultadas y rosadas mejillas. Los ojos de Szabó eran grandes y negros; sus pupilas parecían dos lentes de optómetra. – Ignáz, sé que recibes cartas de Ladislao Ubrique. ¿Está ahora en Cuba o en Santo Domingo? -No lo sé; creo que él está en Santiago de Cuba. – ¿No te ha contado nada acerca de un libro titulado La mala memoria? Un libro que circula clandestinamente en La Habana. – No, Panonia, no sé nada de ese libro. ¿Pero qué tiene que ver con lo que ha dicho el señor Szabó sobre Bulgaria? – Es que la tradición humanística moderna, la que arranca en el Renacimiento y continua con la Ilustración, ha sido colocada en entredicho en gran parte de Europa, sobre todo en nuestros dos países y en los vecinos. Las guerras mundiales, las matanzas ideológicas, han provocado el rechazo de las actitudes nacionalistas y del pensamiento sistemático en el que se fundaron diversos fanatismos políticos. Ladislao opinaba que, a pesar de todo eso, las desdeñadas «humanidades» seguirían siendo, en la forma y en el fondo, lo contrario de las «animalidades». El hombre – afirmaba sonriendo – ha sido una especie zoológica que logró, trabajosamente, crear poesía, música, literatura, ciencia, filosofía, derecho, técnicas aplicadas y danzas. Al cabo de milenios consiguió alzarse sobre su propia naturaleza animal. Praga, República Checa, 1993.

henriquezcaolo@hotmail.com

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