Humanistas y físicos

Humanistas y físicos

Hace algunos años tuve el placer de filmar dos programas de TV, con el doctor Enerio Rodríguez, acerca de los intelectuales y el poder político. Entre los distintos aspectos que componen el problema de la responsabilidad social de los intelectuales, mencionamos el caso de los físicos teóricos que trabajaron en programas militares para producir bombas de alto poder explosivo, tanto en Alemania como en los Estados Unidos. No es lo mismo trabajar en los laboratorios de las universidades que en recintos militares, rodeados por cercas electrificadas y soldados armados con ametralladoras. Los físicos de antes de la Segunda Guerra Mundial averiguaban las “propiedades de la materia” con el mismo espíritu lúdico que lo hacían Demócrito o Aristóteles.

Pero desde el momento en que descubren que liberando la energía prisionera en los núcleos atómicos se puede volar una ciudad, todo sufrió un vuelco radical. La emoción espontánea que es descubrir algún secreto de la naturaleza, se vio alterada por el terror frente a la muerte colectiva. Un nuevo conocimiento podía convertirse en secreto de Estado; anteriormente, cada descubrimiento era objeto de intercambio académico o de colaboración profesional desinteresada entre científicos.

Una buena amiga, doctora en historia del arte, persona con formación rigurosa en humanidades, me ha prestado un libro de Michio Kaku, titulado “El universo de Einstein”. Kaku es catedrático de física teórica en la Universidad de New York; me ha encantado comprobar que los conocimientos en artes y humanidades no “atrofian” la curiosidad por la ciencia física. Al leer esta obra, he podido enterarme de que Max Planck visitó a Hitler para pedir que no se persiguiera a tantos científicos judíos. Planck, creador de la mecánica cuántica, también fue “protector” de Einstein.

Einstein ayudó, en 1948, a escribir un “Mensaje a los intelectuales” donde dice: “el hombre no ha conseguido desarrollar unas formas de organización política y económica que garanticen la coexistencia pacífica entre las naciones del mundo. Nosotros los científicos, cuyo trágico destino ha sido ayudar a hacer los métodos de aniquilación más horripilantes y efectivos, debemos considerar nuestro solemne y trascendental deber hacer todo lo que esté en nuestras manos para evitar que estas armas se utilicen para el brutal objetivo para el que fueron inventadas”.

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