Humor sin fronteras

Humor sin fronteras

POR DOMINGO ABRÉU COLLADO
El humor espeleológico no tiene límites para la hilaridad, ni fronteras para los cómicos que quieran explotarlo como recurso de risa en cualquier parte del mundo, sea en su patria o en las islas allende el mar… o en Las Indias, como nos dicen todavía los europeos. Uno de los chistes más famosos relacionados con las cuevas de la República Dominicana fue aquel de que los Taínos tenían escritura y que, por lo tanto, no era la suya una cultura ágrafa.

El genial chiste constituyóse en una cantera de creatividad cuando cada quien –en libre uso de su imaginación– le dedicó al chiste largas horas de seso creativo, imaginando a nuestros indios redactando en unas máquinas de escribir de piedra para el periódico «La Yagua Matutina», o levantando enormes vallas en la más blanca roca caliza para la promoción política: «Guarionex Síndico», respaldado por el «Partido pero no Desbaratado».

Imaginaron algunos a un grupo levantisco de taínos, a las 2:00 de la mañana, escribiendo grafitis políticos subversivos en las paredes de las plazas ceremoniales: «Go Home españoles», y firmados por el «Movimiento la Piedra Rebelde». Como también es posible –siguiéndole la corriente al chiste de la escritura indígena– que algunas pictografías ilegibles no sean más que grafitis de los «tígueres» taínos que identificaban su zona para el tráfico de cohoba.

Pero si ese fue un chiste genial, el chiste de los calendarios no tuvo madre. Según el chistoso de marras, los taínos tenían varios tipos de calendarios, incluyendo calendarios de bolsillo, aunque para la época todavía no se habían inventado los pantalones en esta isla.

Lo de los calendarios dio motivo a que la imaginería de la gleba jocosamente insurrecta diera rienda suelta a las más variopintas ocurrencias para calendarios: «el calendario de Guaronita la grande, con fotos de la doña bañándose en una pileta de piedra, llena de espuma de mar, mientras toca un mayohabao sobre la barriga».

El chistoso no se detuvo ahí. Se le ocurrió un día que había encontrado la única pieza de oro taína de la prehistoria. Y así lo hizo publicar. Y como en este país los periodistas creen cualquier cosa que les diga un extranjero, así mismo lo dijeron. Pero eso no era más que el preámbulo del chiste. El risotón se regó cuando luego se supo que la famosa «única pieza de oro taína» no era más que una de cinco réplicas traídas desde Colombia por un vivo que las vendió más como antigüedades –por mucho más dinero– que como oro, engañando así a cinco ambiciosos.

Más recientemente ha sonado otro espeleochiste de lo más divino. Dizque las antorchas que utilizaban los taínos para alumbrarse en la Cueva de las Maravillas estaban ahí mismo, junto a sus pictografías, hasta que vinieron 16 obreros y las despedazaron con sus picos.

Pero lo más chistoso es que las antorchas todavía humeaban, o sea, que además eran llamas votivas de los taínos. Pero lo que no se ha dicho es que además de las antorchas estaban los encendedores. Unos artefactos pequeños, de piedra, cuyo encendido resultaba de la fricción entre dos pedacitos de pedernal que generaban una chispa, y ésta encendía un hilo de gas metano almacenado en un trocito de tallo hueco. El gas metano era obtenido por los indios en los pantanos del río Higuamo, lo envasaban en cilindros de piedra y tubos de caña brava, lo distribuían por toda la isla, llevándolos en canoas por todos los ríos y arroyos, además por toda la costa alrededor de la Isla.

Y para no desperdiciar espacio, déjenme contarles este otro chiste engendrado en la misma matriz que el anterior, aunque es de protagonistas recientes. Los grafitis modernos de la Cueva de las Maravillas no fueron hechos durante todos esos años en que estuvo abandonada, no, sino durante el tiempo que duró su habilitación, pues los trabajadores no trabajaban, no movían un dedo, cobraban solamente por dañar las pictografías.

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