Antes de que se anunciara que la temporada ciclónica en el océano Atlántico venía con más del doble de los huracanes normales, y que por lo menos siete serían de categoría 5, teníamos la información de que, debido al calentamiento global provocado por el cambio climático, los huracanes vendrían más fuertes por la elevación de las temperaturas de las aguas.
En un documental de principios del presente siglo, ya se había avanzado la información de que estos fenómenos, que se forman en el verano y el otoño, serían más intensos y frecuentes. Se predijo que ese calentamiento pondría en riesgo la fauna marina y que debíamos prepararnos para fenómenos naturales nunca vistos.
Durante el paso del huracán Beryl, escuchamos de los expertos la aseveración de que los próximos fenómenos serían más fuertes y mortíferos. El fenómeno que nos azotó el martes 2 de julio, al pasar cerca de la costa sur de la isla, ha dejado muchas marcas: por primera vez se formó en junio, y en pocos días se convirtió en un gigante de categoría 5 en la escala Saffir-Simpson que define y clasifica la categoría de los huracanes. Se adelantó a los que usualmente nos visitan entre agosto y septiembre, y su impresionante proporción nos asustó en los primeros días de julio.
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En el año 1998, concretamente el 22 de septiembre, nos sorprendió el huracán Georges. En la época no se disponía de los instrumentos de prevención requeridos como los tenemos ahora, de modo que venimos aprendiendo sobre la marcha. Pero ahora, con las previsiones de que tendremos huracanes más fuertes y frecuentes, las medidas para adaptarnos deben triplicarse.
En el presente siglo hemos experimentado los efectos del cambio climático, con las memorables tormentas Olga y Noel ocurridas en el 2007, las cuales nos sorprendieron con severas inundaciones, derribos de puentes, crecidas y desbordamientos inusuales de ríos y arroyos. Nuestra isla está entre las diez más vulnerables al cambio climático. Existe la proyección de que algunos lugares serán cubiertos por las aguas, incluyendo zonas de playas con vocación para el turismo, actividad que genera gran parte de los ingresos del país.
Desde 1998 no hemos tenido huracanes que hayan penetrado en el territorio, aunque sí tormentas tropicales que, aunque traen inundaciones, no son tan catastróficas como un huracán categoría 5. El huracán Georges fue de categoría 4, afectó el 60 por ciento del territorio nacional, dejó un saldo de 600 muertos y daños económicos por encima de los 1,200 millones de dólares.
El desafío es la adaptación, es decir, tomar las medidas que sean necesarias para resistir las embestidas de los fenómenos que debemos sortear este año. Creo que deben triplicarse los esfuerzos para luego no buscar culpables. Salir con vida será ganancia y debemos aprender que, pese a la furia de Beryl, en las islas por donde pasó primero, las muertes fueron pocas.
Respecto a la mitigación referida a las tormentas y huracanes, hay que reforzar las estructuras viales, hacer una reingeniería de los drenajes en las ciudades y en las vías públicas, y revisar las estructuras de los puentes y elevados, ya que hemos tenido experiencias lamentables. Los sistemas de alertas deben activarse. Es preferible prepararse para lo peor que no estar prevenidos y que ocurran desgracias como las del 4 de noviembre de 2022 y 18 de noviembre de 2023. ¡Es solo para pensar!