Hurwicz, Maskin y Myerson
Nóbeles  de  Economía

Hurwicz, Maskin y Myerson <BR>Nóbeles  de  Economía

POR JOSÉ  LUIS  ALEMÁN  SJ

De los seis Nobel que se conceden anualmente tres -Medicina, Física y Química- pertenecen a las mal llamadas “ciencias duras”,  dos a las  Humanidades -Literatura, Paz- y  uno a las Ciencias Sociales: Economía.

Situada la Economía a medio camino entre las ciencias de la naturaleza, aquellas en las cuales la actividad perturbadora del hombre parece ausente y son más rígidas las relaciones estructurales, y las Humanidades donde la naturaleza figura  sólo como escenario, es comprensible que en unas ocasiones se considere a sí misma como parte de las ciencias sociales, “blandas”, y en otras como ciencia dura por la simplicidad de supuestos y amplio uso del instrumental  matemático.

Esta dualidad de enfoques exige que la lista de los Nobel en Economía incluya representantes de la Economía como ciencia “blanda”  -Myrdal, Hayeck, North, Kahneman, Sen- aunque haya aumentado más el peso de quienes defienden también en Economía los métodos de las ciencias duras. La mayoría, por supuesto cultiva ambos enfoques aunque unos prefieran a ratos el enfoque social para identificar el problema y el científico para examinar la estructura.

Hurwicz, nacido en Rusia y con 90 años de edad el mayor galardonado con el Nobel, es  uno de los nueve Chicago “boys” que han ganado esa distinción, además de otros cuatro que realizaron en ella buena parte de sus mejores trabajos, lo que hace de Chicago con mucho la universidad con mayor número de los así premiados.

La Universidad de Chicago no se caracteriza por la belleza de su campus ni la magnificencia de sus edificios sino por el cultivo de una visión “científica” de la Economía. La tradición de Chicago se distingue según van Overtveldt por cinco notas: trabajo fuerte, convicción de que la Economía es una verdadera ciencia (ciencia dura), actitud critica radical frente a la cultura científica dominante, promoción por excelencia y pésimo medio geográfico entre el lago Michigan y barrios violentos donde las discusiones  académicas jamás cesan porque sencillamente no hay nada más que hacer.

En ese ambiente de trabajo, seriedad y cuestionamiento trabaja Hurwicz en la “compatibilidad de los incentivos”. Desde fuera de Chicago Myerson elabora su “principio revelación”, métodos para estimar  reglas eficientes para que la gente revele sinceramente  sus conocimientos y objetivos. Maskin, en Princeton, desarrolla el “principio implementación”, que busca  mecanismos para generar equilibrios que sean  Pareto-eficientes.

Normal que no entendamos casi nada de lo así resumido por The Economist (Octubre 20, 2007). Eso sucede en todas las ciencias duras desde que  pasaron los tiempos newtonianos de descubrir la ley de la gravedad observando como caían las manzanas.

Sin embargo el que los profesionales y los académicos tengan una idea general, no técnica, de lo que se está buscando mediante sofisticados análisis basados en la teoría de juegos y la programación computacional, tiene su importancia social, en parte por las posibles consecuencias que se deriven de esas investigaciones y en parte por la ampliación de los horizontes intelectuales de una sociedad, condición indispensable para su desarrollo.

1. ¿Qué busca el trío de nuevos Nobeles?

a) Sencillamente: encontrar instrumentos prácticos de políticas públicas para aumentar el bienestar social. Su esfuerzo arranca de una crítica constructiva de los supuestos psicológicos que motivan a cada miembro de la sociedad a alcanzar mediante el intercambio de bienes y servicios una solución material óptima mediante el intercambio de los bienes con que cuenta sean éstos muchos o pocos.

b)   El trabajo seminal de esta tremenda afirmación (que el bienestar social  óptimo de una sociedad se logra sin intervención estatal mediante la búsqueda del de cada persona sea ésta rica o pobre) se la debemos a Pareto a principios del pasado siglo. Su argumentación parte del supuesto de que cada persona se siente inclinada, y así actúa, a intercambiar lo que posee de su dotación inicial por lo que otros igualmente movidos están dispuestos a ceder de las suyas  para aumentar su utilidad.

      En el fondo hay en cada ser humano la tendencia a mejorar cediendo algo de lo que tiene por lo que otros poseen. El equilibrio maximizador del bienestar social se alcanza cuando todos y cada uno de los actores económicos de una sociedad no tienen ya ningún aliciente para variar su oferta o demanda de bienes. Estas seguirán dándose en la misma escala. En ese momento los precios formados inclinan al mismo tipo de inercambio; son precios de equilibrio.

      Pareto sabía bien que este mecanismo no funciona si algunos miembros de la sociedad, empresas o individuos, cuentan por la magnitud de su dotación inicial con poder suficiente para obligar a los más pobres y necesitados a aceptar sus precios de intercambio. Por eso la política económica del Estado debe orientarse a debilitar monopolios y monopsonios que permiten que éstos se favorezcan a sí mismos y perjudiquen a otros.

     Con semejantes desigualdades de poder económico unos quedarían en mejor posición que otros. El principio de maximización del bienestar social exige en cambio que nadie se encuentre peor aunque algunos se sientan mejor; idealmente que todos se sientan mejor y nadie peor. Estamos ante los óptimos de Pareto. Todavía hoy, a cien años de haber sido expuestos, los esfuerzos de los economistas cuando diseñan políticas económicas tratan de respetar los famosos óptimos paretianos.

c)    Obviamente una sociedad en continuo cambio tecnológico como la nuestra crea y destruye diariamente  incentivos que varían los precios de equilibrio. Además el Estado extrae recursos de los ciudadanos por vía coactiva y ofrece servicios a precios que nada tienen que ver con los mercados. Sin embargo el ideal  sigue en pie: el Estado debe portarse de modo tal que respete o al menos se acerque a los óptimos paretianos.

        Hurwicz al analizar la situación actual vio que un problema fundamental para llegar a esas metas está en la renuencia de los ciudadanos a compartir con el Gobierno sus verdaderas preferencias. Los dueños de tierras ocultan  sus verdaderas preferencias y simulan otras cuando se les impone la expropiación; las empresas callan sus costos de investigación  y diseño al concursar en subastas; los Gobiernos  dan incentivos a algunos  inversionistas aceptando contratos que permiten corregir estimados por aumento de costos o los desincentivan imponiendo contratos a precios inexorablemente fijos, etc.

      El mecanismo clave para disminuir la falta de confianza lo pone nuestro autor en lo que él llama “compatibilidad de incentivos”: diseño de mecanismos a través de los cuales resulta mejor para los ciudadanos compartir francamente con el Gobierno  la información privada que se les pida.

      Aun si los incentivos que ofrece el Estado a los ciudadanos tuviesen éxito quedaría sin resolver la parte “privada” de la retención de información de los actores económicos en sus relaciones entre sí. El problema no radica solamente en la retención de información ciudadano-Gobierno sino en hechos tales como disfrazar la situación o las preferencias reales a los privados con las que se está tratando.

      Si a esto añadimos la ya bien probada orientación de los individuos  a medir su satisfacción personal no por la “rentabilidad” personal sino por su comparación con la de sus pares de trabajo o de comunidad tenemos  derecho a proclamar la imposibilidad de alcanzar la plenitud de los óptimos de Pareto.

d)  Mucho sería, así cree Hurwicz, si nos acercasemos a la compatibilidad de incentivos Gobierno-Ciudadanos. Myerson busca por su parte la elaboración de modelos matemáticos que apuntan a buscar la revelación de las preferencias individuales y Maskin  el diseño de mecanismos que creen equilibrios con incentivos eficientes.

     Como vemos en última instancia la meta de estos tres economistas es la busca de una mayor confianza Gobierno-ciudadanos que nos acerque  a los óptimos de Pareto.

2. Los métodos de análisis del trío

Me parece que existen fundamentalmente dos métodos distintos para construir la confianza mutua entre personas y  Gobierno: el institucional tan defendido por  Oliver Williamson y North y el fundamentado en la teoría de juegos de Nash, Harsanyi, Selten y Myrless y en las matemáticas de Morgenstern y von Neumann. El institucional es el preferido por  administradores públicos y el derivado de la teoría de juegos por economistas inclinados a una concepción “dura” de la Economía.

 a)   Personalmente prefiero el modelo institucional. Durante mis estudios el profesor de microeconomía Sauermann de Frankfurt era, junto con Selten de Bonn quien recibiría más tarde el premio Nobel, el corifeo de la teoría de juegos aplicada a la micro. Como todo buen matemático era Sauermann extraordinariamente claro y preciso.

      A pesar del encanto de sus exposiciones me pareció y me sigue pareciendo que el tono de la composición se asemejaba demasiado al canto de la sirena del Rhin que atraía a los navegantes del río a chocar con las muy reales rocas de Scila y Caribdis. Una concepción más amplia de la Economía que supiese colocarla en el centro de la realidad social será mucho menos “exacta” pero su cercanía a la estructura psicológica del ser humano y a la lucha de intereses de la politología me prometía más.

      Aliadas de esta preferencia las encontramos en la red institucional que el Fondo Monetario Internacional ha tratado, creo que para nuestro bien,  de imponernos reformas institucionales fiscales y monetarias con las que el país se comprometió oral pero no cordialmente. Ejemplos de reformas institucionales son la obligación de licitar obras y contratas públicas, la transparencia de todas las operaciones de entrada y salida de efectivo de todas las instituciones públicas y las muy exigentes normas  bancarias.

b) A cualquier observador le parecerá evidente que el objetivo primario de estas reformas institucionales apunta a crear  incentivos que aumenten la confianza de los ciudadanos en el Estado y en la Banca Comercial, establezcan una igualdad básica entre los actores de la economía y disminuyan la notable desigualdad de incentivos de las políticas públicas y bancarias  dominicanas. Precisamente los objetivos a los que aspiran Hurwicz, Myerson y Maskin.

     Esta coincidencia entre el método institucional y el basado en la teoría de juegos no es accidental. Las instituciones que se recomiendan han sido probadas también estadísticamente y los juegos construidos reciben de las instituciones exitosas el material que sólo la realidad social puede ofrecer con visos de éxito. Por supuesto, sin ese insumo de realismo social el método matemático de las ciencias “duras” resultaría demasiado simple en sus supuestos para su aplicación a la realidad aunque extremadamente complejo en su estructura matemática.

    Es bueno, sin embargo, destacar la posibilidad de que el efecto social de acciones movidas por una concepción simplista de psicología individual explique pasablemente bien fenómenos sociales. Si las motivaciones psicológicas individuales contempladas en el modelo matemático son tan importantes que neutralicen en conjunto motivaciones distintas a las elegidas, es posible una comprensión básica de la sociedad aun cuando bastantes personas persigan objetivos distintos de los supuestos en esos modelos.

3. La formación de la confianza social

Greenspan en una síntesis apretada de las condiciones institucionales requeridas para el crecimiento económico habla del papel básico de las instituciones o reglas sociales que faciliten la competencia, de la confianza de que en sus relaciones económicas las personas las seguirán   sin tener que recurrir constantemente a garantías contra fraude, y de la necesidad de castigar infracciones de las normas sociales económicas aceptadas. De ellas quizás la más importante es la confianza de los actores económicos de que los demás procederán de acuerdo a normas conocidas.

     Un ejemplo aducido por el propio Greenspan aclara la importancia de la mutua confianza en el crecimiento económico. En la bolsa se hacen cada día millares de operaciones por internet o teléfono en las cuales sin prueba documental en el momento se realizan compras o ventas de acciones y bonos por montos de más de decenas de millones de dólares. Solo unos días más tarde recibe el mandatario prueba documental del monto, precio y hora de la transacción. Si cada operación necesitase esa prueba en el momento mismo de la operación el ritmo de actividades se reduciría notablemente. El hecho de que exista un grado tal de confianza entre agente y mandatario que sea normal prescindir en el momento de esas pruebas es condición indispensable para la liquidez del mercado.

      En contra de esa conclusión podría argumentarse con razón de que los brokers son personas aprobadas por la bolsa y sometidas a toda clase de eventuales demandas. Es cierto pero no quita fuerza a la veracidad de la afirmación: cuando hay confianza mutua el número y monto de operaciones es más alto que en su ausencia.

     Es fácil ahora apreciar la importancia práctica de la investigación de Hurwicz, Myerson y Maskin sobre las posibilidades de aumentar la confianza entre Gobierno-ciudadanos. Sin duda puede parecernos excesiva  la parafernalia matemática requerida para diseñar instrumentos eficaces para  alcanzar la meta pero nunca estará de más toda garantía adicional a la experiencia y al sentido de administración que recomienda la implementación de reglas institucionales concretas para que estemos dispuestos a revelar lealmente al Gobierno nuestros intereses verdaderos no solamente porque no nos queda más remedio sino también porque es lo mejor para nosotros.

4. Conclusión

 La investigación verdadera -aquella que no se contenta con exponer el “estado de la cuestión”, algo nada fácil, sino la que busca nuevas formas de comprender la vida para mejorarla- es una actividad de más importancia social de lo que parece.

     Recuerdo haber leído una vez un artículo de Hurwicz. Seguramente no lo entendí porque no recuerdo nada. Al preparar este artículo he caído en la cuenta una vez más en la vida de la trascendencia de una buena investigación por aparentemente árida y extraplanetaria que parezca. Necesitamos sí indicaciones claras para saber si una investigación concreta merece o no días de estudio para atisbar su valor. En una sociedad de rápido crecimiento tecnológico no podemos estar al día de casi nada. Vivimos en la soledad de lo que nos atrae. Es bueno que exista una instancia que una vez al año nos indique temas interesantes de los que conviene informarse.

De paso hasta en literatura sucede lo mismo.

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