Huyendo de la prosperidad

Huyendo de la prosperidad

Hay jornadas en la historia de la humanidad que sobrecogen el espíritu. La reconstrucción de epopeyas a través de documentos, evidencias arqueológicas o geográficas, mueven al asombro sin límites. Ejemplo es el caso de  los vikingos y otros pueblos que navegaron miles de leguas orientados por la posición de las estrellas y la dirección en vuelo de algunos pájaros, para descubrir nuevas tierras, al igual que muchos exploradores que, pasando de uno a otro continente, con fines o no de conquista, descubrieron otras civilizaciones.

Ahora, con la superficie terrestre casi totalmente explorada, quedan pendientes las profundidades del mar, el centro de la tierra y el espacio exterior. Pero en la intimidad de cada región, país o continente, hay un fenómeno social llamado emigración, que tipifica la “habitabilidad” del medio y traduce la tolerancia colectiva a las condiciones existentes.

Hoy pocos se desplazan para descubrir civilizaciones y nuevos territorios. Se hace turismo o se emigra en busca de mejores condiciones de vida y ambas actividades reflejan un estándar socio-económico: Los que viven mejor, hacen turismo, los que viven peor, emigran y ese indicador falla solamente cuando las condiciones son tan adversas, que las facilidades para emigrar son mínimas o no existen y los pueblos se quedan rumiando su miseria en un círculo cerrado por la miseria misma, sin ningún  tipo de transporte para explorar nuevos mundos. El turismo no es para los pobres y la falta de visas los motiva para exponerse al ataque de tiburones de mar y de tierra.

Es absurdo hablar de desarrollo y progreso donde mucha gente permanentemente  emigra.

En su sano juicio, nadie intenta escapar de algo bueno.

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