Ida y Vuelta

Ida y Vuelta

POR ALANNA LOCKWARD
Villamayor de Monjardín–Torres del Río / 20 Km

Al principio de esta jornada conocí a un madrileño observador de pájaros. Me enseñó a reconocer las yerbas aromáticas que crecen a lo largo del Camino, a nombrar los árboles endémicos y los que no, cosa que por supuesto ya olvidé completamente; a mirar pájaros y a comer igual que ellos: nueces, granos y frutas.

Llevaba una mochila enorme de la que sacaba deliciosas raciones energéticas, la estera donde hacía pilates y fotocopias de los seminarios de conocimiento alternativo que se celebran a lo largo del Camino y que para los puristas que conocí mucho después, en Astorga, significan una corrupción insufrible de la que responsabilizan –agriamente- nada menos que a Paulo Coelho.

 Él observador de pájaros había decidido tras su divorcio que tenía que haber algo más en la vida que ganar plata y construir seguridad para él y sus dos hijos, le hizo caso a un colega banquero que había hecho el Camino y esta es la segunda vez que estaba allí. Yo he estado en tu país, pero no ví nada interesante, sólo playa, muy bonita claro, todo muy turístico. Así es, los empresarios españoles se llevan íntegramente el dinero que invierten, tendrías que ver los barracones en los que viven los pobres empleados. Y para colmo quieren construir más hoteles en una reserva natural impresionante, en Bahía de las Águilas. Sí, aquí en Europa todos muy ecológicos pero yo no veo que protesten contra los intereses depredadores de sus empresarios turísticos en nuestra parte del mundo. El banquero ornitólogo se adhería a mi indignación con sinceridad; nos comprendimos perfectamente.

Armonizar en el Camino no es siempre tan fácil. El Camino es un microcosmos, una película en la que vemos pasar los roles que hemos inventado para los demás repetirse uno tras otro. El banquero era  Julio, mi amigo guatemalteco de los años universitarios: incondicional, entretenido, respetuoso, atento a lo que le rodea, cariñoso y distante. El banquero y yo jugamos dominó en el patio del albergue esperando a que nos sirviera el almuerzo una cubana embarazada que estaba allí de paso ayudando a un cuñado en la cocina y el bar. En una de las mesas un chico muy flaco de enormes ojos negros se curaba las ampollas; la cara de dolor que hacía me encogió el corazón: él la víctima, yo la franciscana. “Julio” se unió al comentario solidario sobre el dolor en el rostro de “la víctima”, aunque él mismo no tenía una sola ampolla, y cuando “la víctima” pasó a nuestro lado me escuchó pacientemente pasarle la receta para curar ampollas que mejor me había funcionado: meter los pies durante media hora en agua fría con mucha sal y vinagre.

 idayvuelta@yahoo.com

Publicaciones Relacionadas

Más leídas