Ideales engurruñados

Ideales engurruñados

Es preciso llegar a viejo para saber lo que es importante. Antes de la vejez, lamentablemente, es imposible distinguir lo superfluo de lo esencial. Los palos que da la vida obligan a jerarquizar los asuntos en un orden distinto del “propio de jóvenes”. Con los años aprendemos que los cojines de las butacas no son tan importantes como las ollas de la cocina. Es claro que la comodidad de los cojines facilita la conversación y la convivencia familiar. Pero el uso constante de las cacerolas garantiza la buena salud de los niños mientras crecen y la de los adultos que envejecen.
Las “fatigas del trabajo”, que tantas veces lamentamos o rechazamos, nos insuflan la disciplina imprescindible para sobrevivir en un mundo “competitivo y peligroso”. Existe una famosa novela de William Faulkner, titulada “La paga de los soldados”; como es obvio, la mayor parte de los que reciben paga en una sociedad no son soldados; son trabajadores de cualquier tipo. Cuando “las pagas” no abundan, o las reciben solamente soldados, puede decirse que hay “desempleo” o crisis económica. Todas las felicidades del mundo, sin excluir las del amor, pasan por las cacerolas y las pagas. Cocinas y empleos sostienen unas familias que, tanto sacerdotes como sociólogos llaman “células-ejes de la sociedad”.
Los franceses tienen un refrán según el cual, cuando se acaba el dinero se acaba el amor. “L’Argent fini, l’amour est envolé”. Los cojines, las cacerolas, los salarios, las familias, las disciplinas laborales, no son temas que interesen demasiado a los jóvenes. Y lo mismo salud y enfermedad, que no suelen estar en “el horizonte” de muchachos pugnaces, atrevidos, desafiantes. La idea de que el hombre viejo “se apichona” o se vuelve conservador no es enteramente justa.
La experiencia reiterada es que muchos soldados van a la guerra y quedan muertos en el campo de batalla; otros regresan mutilados, enfermos, sin memoria. Hombres que no participan en guerras, luchan por otros motivos y de otro modo. Los más “feroces” y “contestatarios”, “cambian el chucho” a medida que se acerca “la edad de jubilación”. Dulcifican las expresiones sin perder el amor por sus ideales. Pero los “engurruñan”, contando con las espinosas particularidades del “nuevo orden mundial”.

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