Idearios nacionales

Idearios nacionales

En mis lecturas sobre desarrollo económico caigo en la cuenta casi siempre de que previamente se me habían escapado aspectos importantes. Uno de ellos es la necesidad de idearios nacionales que motiven a los miembros de una sociedad en la voluntad de llegar al desarrollo, o sea de cambiar no sólo el modo de hacer economía, sino de la vida en casi todas sus dimensiones. Desarrollo es cambio. Cambio significa desprendimiento de hábitos adquiridos y construcción de nuevas perspectivas y de nuevas costumbres.

La naturaleza humana tiende a dejarse llevar por la inercia y a resistir cualquier nuevo modo de actuar y de pensar. Esta propensión a la tradición sólo es superable cuando dirigentes carismáticos en situaciones socialmente difíciles galvanizan las voluntades de un grupo social importante para seguirlos en pos de nuevos mundos.

Con cierta frecuencia el nuevo mundo pertenece a la categoría del realismo mágico de Alejo Carpentier, cuando describe el encantamiento de los esclavos al oír a Mackandal prometiéndoles justicia y libertad y muerte a los colonos blancos. Tal vez pertenezcan al mismo género los ideales de la nación guaraní, buscada afanosamente por Rodríguez Francia y los López, el padre y el hijo, aunque habría que cambiar lo de «mágico» por nacionalismo patriótico.

Pero también hay casos en los que lo que parecía mágico se convirtió en desarrollo económico. Yergin y Stanislaw se refieren al ideario de Goh Keng Swee gobernador de Singapore, pequeño país de tres millones de habitantes con una «minoría» china del 75% sin sentido de identidad nacional, quien proclamaba en los 1940 un poco atractivo ideario: «énfasis en cursos de matemáticas y ciencias en nuestras escuelas, y urgencia de que las madres insistan en que sus hijos tomen ciencias y matemáticas. Son las madres las verdaderas responsables de nuestro éxito».

El compromiso con la educación fue notable, pero, a nivel universitario, no gratuito. «Nada en Singapore debe ser gratis». En 1968 el país no graduaba ingenieros, en 1995 la meta era de 20,000 ingenieros por año. El sentimiento de vulnerabilidad y la misma pequeñez del país ayudaron a crear un sentido nacional de superación vía educación tecnológica usando el potencial movilizador de las madres.

En varias de las economías que han entrando con éxito en el proceso de desarrollo, el ideario muestra claros indicios motivacionales nacionalistas e incluso antihegemónicos, como en los conocidos casos de Francia, Alemania y Japón. El ideario en otros países tiene raíces más pragmáticas como las de mejorar niveles bajísimos de bienestar económico (Singapore, Malasia, Indonesia) aunque en ellos se perciba también la fuerza del sentimiento de humillación provocado por el desarrollo de otros países. En estos países, además de la motivación anticolonial, el ideario nacional da al Estado un papel principal en el desarrollo.

Los países de tradición anglosajona muestran, en cambio, idearios nacionales menos abiertamente intervensionistas y menos antimetropolitanos. Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda viven como países bien dotados donde es posible a quien trabaja llegar a ser rico («tierra de sueños») e incluso sentirse como depositarios del destino manifiesto de expandirse para incorporar otras tierras a aquellos sueños.

Nada en la vida real exhibe límites sociales claros; por ejemplo entre idearios nacionales e idearios familiares o microsociales. Pero unos minutos de reflexión sugieren que hay países, como nosotros, donde no está claramente definido el ideario de nación, quitando el de independencia de otros, sea por haber aceptado nuestra pertenencia a la metrópolis ( «ayer español fuí, hoy francés soy, mañana etíope seré», resumiendo al poeta), sea por heterogeneidad étnica, sea por mera sobrevivencia económica o simplemente porque no ha aparecido o no ha sido descubierto el profeta carismático de un ideal nacional económico.

Las carencias de ideales no es sólo una falta estética; es un obstáculo apreciable para el desarrollo del país. Presentaré el caso basado en las dificultades de todo proceso de desarrollo, es decir de todo cambio sustancial en el modo de vida.

[b]1. Las dificultades del desarrollo[/b]

Hay al menos tres cambios que el proceso de desarrollo, aun el frustrado, imponen a una sociedad: cambio de lugar de trabajo, entrada al mercado laboral de las mujeres y de los niños, rigor del trabajo asalariado. El proceso social de Alemania y Japón ayudan a comprender estos cambios.

En Alemania, más claramente que en ninguna nación europea, el desarrollo industrial quebró no sólo el lugar de trabajo, sino las reglas que lo regían. En esa notable institución que eran los gremios el maestro tenía, en principio, el derecho exclusivo de producir y vender bienes en su lugar de trabajo y la responsabilidad de adquirir las materias primas y los bienes de capital. El «maestro» era empresario y padre de familia de los otros componentes del gremio: oficiales y aprendices. La explosión de la demanda, la sofisticación tecnológica y las protestas contra la limitación de las competencias, acabaron con este modo de producción.

Dos cambios surgieron de la apertura de fábricas y manufacturas: la entrada al mercado de trabajo de las mujeres y niños y el desplome de la estima social del maestro obligado ahora a ser operario en situación económica precaria, sometido a la probabilidad de despido. Como ulterior consecuencia, el andamiaje moral que daba sentido a la vida de familia y de trabajo quedó superado por la realidad. La vida del nuevo obrero fue mucho más dura y humillante, la de la mujer más desconcertante. Los abusos a los que mujeres y niños fueron sometidos están bien documentados en investigaciones inglesas. Baste decir que la reducción de la jornada de trabajo de los niños a ocho horas fue la gran conquista de los movimientos sociales. Alemania se libró de lo peor por la multiplicación de la pequeña y mediana empresa.

República Dominicana no experimentó del mismo modo la destrucción del antiguo modo de producción montonera. En ella peones y latifundistas convivían en cierta armonía social en un modo de producción de subsistencia no sometido al rigor de la competencia del mercado. De todos modos el aumento demográfico, que afectaba a peones y propietarios, fue eliminando la posibilidad de mantener el sistema y una corriente creciente de hombres y mujeres, más de éstas por la demanda de sus servicios en una sociedad urbana no industrializada, fluyó a los pueblos. De hecho tampoco aquí pudieron mantenerse las normas morales de convivencia ni las limitaciones al trabajo de la mujer o a la búsqueda del mismo.

En Japón la restauración de los Meiji significó también para la mujer casada una posibilidad de trabajar fuera del hogar, mayor educación y más trabajo. El trabajo sin límites y la falta de derechos políticos de la mujer, constituyeron el medio en que Japón se desarrolló. Obviamente los efectos negativos del desarrollo se equilibraron a largo plazo con otras ventajas innegables: mejor educación de niños y mujeres, mayor amplitud de horizontes y movimientos de la mujer, más demanda de trabajo y, por lo tanto, menor pobreza a mediano plazo.

Con todo, los sacrificios iniciales del desarrollo si quieren fructificar necesitan promesas creíbles de sustanciales mejoras futuras y de mejor retribución en términos de ingreso, vivienda, autoestima, empoderamiento social y político, orgullo de un trabajo bien hecho y mejor que el de los competidores. Para alcanzar estos objetivos la sociedad requiere un mínimo de dirección estatal y de consenso social. El ideario, expuesto por líderes carismáticos y visionarios debe encarnar las ventajas del futuro no sólo mayor producción, sino más participación popular en sus resultados y en la organización social.

La falla tremenda del liberalismo es la convicción de que bastan idearios personales o familiares, riqueza y bienestar económico sobre todo, para motivar exitosamente el proceso de desarrollo.

[b]2. El papel del Estado en el ideario[/b]

De dos modos principales entra el Estado en el ideario. En la versión minimalista el Estado ha jugado tres grandes papeles: el de agente protector de las empresas nacionales, pero generalmente haciendo pocas veces de empresario, el suministrador de servicios e inversiones públicas, y el de garante de la seguridad, de la propiedad y de la justicia. Inglaterra y los Estados Unidos encabezan el listado de los estados minimalistas.

Pocos dogmas teóricos y pocas propuestas de políticas más defendidas entre los economistas que las ventajas del libre comercio para cada nación. La historia, empero, contradice la teoría. La variabilidad de las ventajas comparativas a lo largo del tiempo es innegable. Políticas agresivas en favor de la educación, tecnología e infraestructura pueden modificar en poco tiempo la dirección de las ventajas comparativas. El Parlamento de la Unión Aduanera de los estados alemanes en 1840 escuchó el consejo de John Bowring, un librecomercialista inglés, que los exhortaba a cultivar trigo para comprar manufacturas inglesas. «Un sublime ejemplo de buen sentido común económico; pero Alemania sería más pobre si lo hubiese seguido. Las ventajas comparativas de hoy puede que no sean las de mañana», comenta Landes.

La otra manera de figurar el Estado en el ideario nacional la ejemplifican las economías emergentes de Asia Suroriental y, por supuesto, Japón. En general el Estado es el que fija el ideario económico nacional. Este objetivo ha estado orientado a tres objetivos: exportación de alta tecnología, elevada calidad y protección del mercado nacional mediante un variado sistema de protecciones que incluye la demanda del gobierno. Para conseguir esos fines hay que elegir «clusters» de empresas complementarias alrededor de sectores líderes evaluados más que por sus oportunidades internas por la calidad de la dirigencia empresarial. El gobierno, a través de supertecnocracias relativamente neutrales políticamente, guía esos «keiretsus» o «chaboels». Los instrumentos usados para estimular las empresas son créditos fáciles, bajos impuestos, pedidos de instituciones públicas, externalidades como puertos diseñados «ad hoc», etc.

Evidentemente la cooperación entre políticos y empresarios se presta a dos males comprobados: tráfico de influencias con corrupción más prestamos irrecuperables. No podemos tampoco olvidar el trabajo excesivo que postulan metas tan altas.

[b]Resumiendo[/b]

Sin un ideario nacional que implica a corto plazo ética de trabajo prolongado, aceptación nacional por grandes grupos sociales, elevadas metas tecnológicas, competencia con el exterior, y educación exigente centrada en calidad, parece difícil superar las dificultades mayores de todo gran proceso de cambio. Condensando al máximo: desarrollo es productividad más participación.

Nosotros, en nuestra pequeña extensión territorial, sí estamos experimentando muchas de las dificultades y algunas de las ventajas del desarrollo, pero nos falta un ideario nacional confiable.

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