Durante el largo asueto del fin de semana pasado y el inicio de esta, revisé cosas que había escrito y leído.
Algunas de tiempo atrás y otras más recientes. Entre ellas encontré una advertencia que hice a principios del año pasado en el sentido de que cada vez que en el mundo se han presentado grandes crisis, normalmente han surgido nuevos movimientos y pensamientos.
Las crisis crean y obligan a cambiar de rumbo. En todos los aspectos, incluyendo por supuesto los económicos y políticos.
Ante la presencia del COVI 19, que en diciembre del 2019 y enero y febrero del 2020 todavía no era considerada por algunos como pandemia de magnitudes inconmensurables, señalé que podría traer nuevos cambios y el surgimiento de pensamientos diferentes.
Porque pondrían más al desnudo las grandes diferencias sociales que con frecuencia se ocultan.
En tal sentido me permito exponer algunos párrafos escritos, no por un pensador revolucionario ni dirigente de izquierda, sino por un conservador, que además presidió el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) por 15 años. Luis Alberto Moreno. Dice él:
“No debería sorprender a nadie que América Latina, la región con la mayor brecha entre ricos y pobres, también sea donde más se ensañó la pandemia.
Esta es una crisis que se viene incubando hace décadas, y no se resolverá con una vacuna. La profunda desigualdad venía debilitando a América Latina incluso antes de que apareciera el COVID-19: ya era la región con las mayores tasas de violencia y las economías menos dinámicas del mundo, donde el malestar social venía.
“Sumado a esos síntomas preexistentes, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha pronosticado que en América Latina los ingresos per cápita no recuperarán sus niveles previos a la pandemia hasta el 2025, más tarde que en cualquier otra parte del mundo.
Ese dato revela algo que toda la región ya debería saber: que el statu quo es insostenible. Ahora correspondería que la dirigencia política y empresarial de la región deje de refugiarse tras las murallas de sus mansiones para trabajar por compartir sus privilegios.
“En conversaciones con líderes en todo el hemisferio sostenidas en los últimos meses, percibí que una mayoría es consciente de la gravedad de este momento.
Muchos están dispuestos a aceptar un cambio profundo, siempre y cuando ocurra estrictamente dentro de los límites del capitalismo y la democracia y evite catástrofes donde las quimeras de perseguir una sociedad sin clases culminaron en mayores niveles de pobreza y ruina económica.
“Si es posible seguir otro camino, requerirá un grado de destreza tecnocrática y consenso político que lamentablemente ha sido esquivo en los últimos años.
Pero si no se hace nada, América Latina se convertirá en una fuente de inestabilidad aún mayor, de la cual nadie, ni sus élites ni los Estados Unidos, serán inmunes.
La idea de una región estancada, plagada de protestas callejeras, trastornos políticos y crimen organizado no es una visión aterradora de una década perdida por venir. Es la realidad que hoy enfrentan muchos países latinoamericanos”.
Valdría la pena dedicarle aunque sean minutos a reflexionar sobre esas ideas.