De lo peor que le puede pasar a un individuo o comunidad no es ignorar quiénes son sus ancestros. Los judíos son el pueblo con la identidad más sólida del planeta, pero Abrahán, su fundador, fue obligado a olvidar su procedencia. Luego, por cuarenta años, fueron sometidos a un cambio total de cultura, llevados a ser una nueva nación, con un nuevo proyecto.
Actualmente, tradiciones y culturas particulares están volviéndose inadvertidamente en anacronismos, según las redes de comunicación están creando multitudes de “extranjeros” cohabitando en el vecindario donde nacieron. Lo cual puede llegar a ser grave si los Estados no son suficientemente sólidos económica e institucionalmente, para mantenerlos leales y bajo control. En pocos años podría quedar como base identitaria tan solo un paisaje deteriorado y contaminado, y familiares que muchas veces son solo restos de vínculos emocionales mal administrados. Hay, desde luego, un contingente poblacional, clase media y trabajadora, que mantiene vínculos emocionales con su cultura, tradición y valores espirituales de origen principalmente cristiano, que son el elemento sustentador y estabilizador que, desde los sustratos emocionales de cada individuo, mantienen el sentido de comunidad nacional. Dicho segmento social, distribuido de manera irregular y bastante aleatoria en el territorio nacional, es el que actualmente da soporte a nuestra sociedad-estado; aceptando diariamente el costo de vivir siendo maltratados por gobiernos corruptos y sistemas institucionales deficientes.
Gentes que temen a Dios, aman a su patria y a su prójimo lo suficiente para no pensar siquiera, ni tampoco apoyar rebeliones e inconductas fuera de su sentido de lo moralmente correcto.
Sobre esa base, soporte de lo nacional, de nuestra cultura e instituciones, es que individuos y bandas de desarraigados e indolentes se dan el injusto lujo de depredar lo poco valioso que viene quedando.
Por otra parte, la solución de este desastre sociocultural, está de nuevo en lo patrio, como lo ideó y propuso Juan Pablo Duarte. Partiendo de una historia llena de vicisitudes, como dijera el padre Boil, de estupro, expoliación y todo lo demás; siendo la Hispaniola considerada por historiadores coloniales como la población más corrupta de todas las posesiones españolas. Con influencias culturales y raciales tan diversas y dispersas que hicieron dudar de su viabilidad como nación a hombres que tanto lucharon contra invasores y opresores como se aliaron con estos.
Un dominicano podría no amar el suelo de Norteamérica, pero la seriedad y rigor de sus instituciones los llevan a respetar y suscribir sus leyes y normas desde que pisa aquel suelo. Y aunque no entienda ni ame su proyecto nacional, termina respetando y amando al llamado “melting pot”, el crisol común de una nación que protege a sus ciudadanos y les promete un futuro creíble.
No es el sentimiento hacia el pasado ancestral; ni siquiera hacia el paisaje generoso lo que hace el mejor sentimiento patrio. Por eso el Proyecto de Duarte tuvo y mantiene sentido: Porque está formulado hacia el futuro, sobre la mejor herencia de los dominicanos y toda la humanidad: La fe y los valores cristianos. ¡Viva Duarte!