Identidad partidaria

Identidad partidaria

CÉSAR PÉREZ
Los partidos Revolucionario Dominicano, PRD, Reformista Social Cristiano PRSC y de la Liberación Dominicana, PLD, acaban de realizar sus respectivos procesos de elecciones de sus nuevas direcciones nacionales, viviendo cada uno sus particulares crisis, además de las transformaciones de sus identidades, que evidencian las claras semejanzas existente entre ellos. Sin embargo, como reflejo de los matices que marcan sus diferencias, la forma en que cada uno eligió de sus máximos de dirigentes podría ser determinantes para su futuro.

En el caso del PRD, independientemente de todo cuanto se dice sobre la compra de votos y de conciencia para favorecer al senador Alburquerque, no cabe duda de que este partido eligió como presidente a uno de los pocos políticos de este país que combina una sólida preparación técnico-profesional con una gran capacidad expositiva y experiencia en el debate político del país. Se dice que ganó con el apoyo del PPH, pero hasta ahora ha demostrado una sagacidad que le posibilitaría hacer su propio camino y, en gran medida, ponerle su impronta a ese partido.

Sin el concurso del PPH no podía ganar, pero a veces en la política lo que parece ser una debilidad, en realidad es una fortaleza, ese grupo podía tener mucha gente y mucho dinero para ser determinante en la escogencia del presidente del PRD, pero no tenía la legitimidad para imponer un candidato incondicional al grupo. De esa fuerza-debilidad dependía la fuerza de Alburquerque, aparte de sus propias cualidades (su fortaleza). De cara al futuro, eso podría un importante factor para recomponer las fuerzas en esa colectividad.

En los debates sobre la reforma fiscal, sobre el TLC, las relaciones entre los poderes legislativo y ejecutivo, y los temas económicos, tiene larga experiencia y conocimiento, por lo cual se convierte en el interlocutor directo y clave del gobierno y de los grupos económicos, por lo que el PRD puede lograr un nivel en el debate diario como no lo ha tenido en los últimos ocho años. Las facciones que por mucho tiempo han dominado ese partido viven una profunda crisis de liderazgo, lo cual puede ser aprovechado por su nuevo presidente para imponer una cierta racionalidad.

El PRD es una colectividad con la rara cualidad de tener simultáneamente las características de partido de facciones, de notables y de estamentos. Lo demuestra su extendida presencia en todo el territorio nacional, pues aunque evidentemente el cuadro no debe ser el mismo, fue primero en 29 de las 32 provincias del país, en las elecciones del 2002, con tres segundo lugares y cero tercer lugar. Esas cualidades lo asume la dirección y la base de ese partido sin mayores problemas de identidad.

Es un partido de facciones, pero paradójicamente, de facciones en franco proceso de dispersión y rearticulación. Su condición de ser igualmente un partido de notables, que se manifiesta en el caciquismo local que han podido construir muchos de sus dirigentes, sobre todo los que ocupan las funciones de síndicos, algunos de ellos con sindicaturas de reconocido éxito, se constituyen en factores que podrían ser determinantes para que, para bien o para mal, esa colectividad política mantenga su importancia casi determinantes en el sistema político de este país.

Igualmente, el PRD ha tenido una significativa evolución en términos sociológicos que, como diría Weber, de ser partido de referencia de clases, con una dirección esencialmente de capas medias y de una base genuinamente popular se ha convertido en un partido de estamentos, fenómeno éste que también, esencialmente, se ha verificado en el PLD. Esa condición de ser partido de estamentos, dificulta que el nuevo presidente del PRD se convierta en el indiscutible líder carismático de esa colectividad, pero la historia de la política registra innumerables casos en que, por una suerte de necesidad existencial del partido, un líder logra imponerse sobre a la lógica de los jefes de los diferentes estamentos o grupos e imponer su racionalidad. Con sus matices es lo que ha logrado Leonel Fernández en el PLD.

Podría pensarse que la crisis de los partidos es tan aguda que el PRD, ni ninguno de los dos más grandes, está en grado de superar el trauma que ha significado los procesos de eleccionarios internos de ellos, pero ninguna sociedad sacrifica de manera abrupta sus canales de mediaciones con el estado sin contar con la necesaria alternativa. Esa circunstancia, más las evidentes debilidades del gobierno peledeista, inmerso en el debate sobre temas cruciales sin propuestas claramente elaboradas, podrían ser factores que posibiliten una reorientación de lógica de la lucha grupal en el PRD que evite en lo inmediato el desmembramiento y muerte anuncia por muchos.

En el caso del PLD, lo que ha ocurrido es diferente, Leonel logró calmar un partido amenazado por una ola de protesta que tendía a convertirse tsunami, por los desmanes que desnaturalizaron el proceso electoral interno, mediante el recurso del golpe de efecto que sólo pueden hacer los líderes carismáticos. Un recurso que pudo salvar momentáneamente el partido, pero que le resta fortaleza porque le suma falta de institucionalidad.

La forma que se le puso freno al desbordamiento de la acción de la burocracia que maneja la maquinaria interna no salva la existencia de esta, como tampoco evita la evidente pérdida de identidad del partido y de legitimidad en la población. Es claro que estos matices, salidos a flote por los resultados de los procesos eleccionarios en esos partidos, son expresiones de las diferencias entre ellos y pueden ser indicadores sobre el futuro de cada uno, de cara a la próxima fecha del calendario político del país: las elecciones del 2006.

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