Identidad, y contención a los EEUU

Identidad, y contención a los EEUU

DIÓMEDES MERCEDES
La identidad es un proceso de continua simbiosis entre lo que hemos venido siendo y lo que necesitamos ser, decantado por lo que negamos. Se establece por el auto-conocimiento  y el reconocimiento de la pertenencia al ethos social que excluye a los demás con características diferentes, como integrantes de la comunidad, del mismo modo en que nos excluimos o somos excluidos de aquellas de las que somos diferentes.

En la formación de la identidad, raíces históricas, sociales, culturales, religión, idioma, costumbres, situaciones económicas y políticas básicas; se ligan entre sí armónicamente para hacernos reaccionar como cuerpo ante situaciones extrañas, expectativas, o peligros comunes, las que nos obligan a asumir un «Yo Soy» y el «Nosotros Somos», como afirmación social que niega a otros, por menos parecidos a nosotros o radicalmente opuestos a lo que somos o necesitamos ser en la competitividad por la supervivencia, que aún es parte de la convivencia humana.

La nación dominicana, martillada consecutivamente durante cuatro generaciones, posee una identidad fragmentada, incierta, que puja en su adversidad por reconstituirse, pero le falta el paradigma bajo del cual cristalizarse. Atada a los viejos iconos históricos del siglo XVIII, XIX y XX, descontextualizados, que no son referentes prácticos ni encarnan nuestro presente ni futuro, hemos de temer que se desvanezcan y agoten por no portar en sí los nuevos desafíos a la lucha por una actualizada razón de ser que nos redefina, en un tiempo diferente a aquellos y ante un orden internacional agitado, que se recompone estratégicamente, básicamente en patrias nuevas que se forman con el reencuentro de las identidades, en bloques de poder que se reparten por el mundo para la contención de Estados Unidos, Inglaterra y sus satélites, tendiendo a un nuevo equilibrio mundial, precipitado por las actuaciones de los países citados que procuran preventivamente barrer obstáculos a sus hegemonía por todas las vías y todos escenarios.

El mantenimiento de las demás naciones en el subdesarrollo, es cuestión básica de la aspiración de la hegemonía del poder imperial de occidente, quien teje estrategias para mantenernos en el, condenados a la inviabilidad. Haití, en el Caribe, es un escandaloso ejemplo del futuro al que se nos destina, presente además en 60 millones de latinoamericanos que padecen hambre crónica, en naciones con masas humanamente liquidadas, producto de la dependencia, del subdesarrollo, de la concentración de la riqueza y del poder, y del individualismo patrocinado por el sentido que dan a la libertad y a los derechos humanos las conveniencias financieras y comerciales de occidente.

Este status al que se nos obliga tiene que hacernos recapacitar (a la clase política) sobre nuestra identidad y su renovación para aglutinar y guiar a la nación hacia un diferente destino, decididos a no ser el fregadero de los excrementos políticos, culturales y comerciales de los Estados Unidos, en su traspatio, ni los esclavos de su mansión, teniendo a nuestros presidentes como sus complacientes mayordomos.

Esta recapacitación para activar y renovar nuestra identidad, implica un reconocimiento y la asimilación por parte de la ciudadanía dominicana con raíces ancestrales en nuestro pasado histórico de la otra dominicanidad no descendiente de aquellos criollos, sino que son emigrantes o descendientes de emigrantes originales de diferentes nacionalidades, a los que de hecho  mantenemos semi-segregados, a pesar de ser batalladores meritísimos en la conformación del país que le negamos, aunque continúan contribuyendo con el, sin recibir la compensación psicológica de nuestra identificación plena con ellos como parte integral de la nación que somos hoy; por lo cual propongo que sea el Estado quien inicie esta reparación y que todos la compartamos.

En el ámbito nacional e internacional, debemos relacionarnos más con quienes más identidades tengamos, pendientes al hecho de que en menos de 10 años emergerán nuevos poderes con los que se reequilibrará el mundo conteniendo la expansión de los Estados Unidos quien ha llegado al techo de sus posibilidades y comienza descender. Nuestra estrategia, sobretodo en política exterior y en la creación de un estado de conciencia actualizado en el conjunto social que somos, debe propender a abrir el abanico de relaciones, fortaleciendo todos los vínculos existentes, incluyendo a la nación norteamericana, pero muy especialmente con América Latina, propiciando recíproca solidaridad en la defensa de intereses vitales y los de nuestra identidad, como una civilización vástaga de la cultural occidental, pero diferente a ella la cual debemos proyectar.

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