Ideología platónica

Ideología platónica

DARÍO MELÉNDEZ
De 193 estados o países que componen el mundo de hoy, la gran mayoría están constituidos conforme al sistema platónico o republicano y son los que tienen gobiernos menos estables. Sólo un reducido número de naciones no son repúblicas -comparten más bien la filosofía de Aristóteles- sus gobiernos están constituidos por sistemas distintos a la ideología difundida por el dialoguista ateniense, la cual ha orientado al mundo moderno en su forma de gobernarse.

Es sintomático que los países republicanos o repúblicas, constituidas al estilo platónico, no logren estabilizar su sistema de gobierno como lo mantienen naciones no platónicas; la diatriba, el desasosiego político, la pugna partidaria y la ingobernabilidad, son características sui generis del sistema republicano.

Países tranquilos como Barbado, Bélgica, Belice y demás naciones cuya existencia se mantiene sin conflictos políticos internos, tienen generalmente democracia parlamentaria, no gobiernos republicanos.

Los gobiernos republicanos se caracterizan por su inestabilidad y orgías políticas, reñidas elecciones, negocio de posiciones oficiales, corrupción institucionalizada y capciosa ideología institucional, que les impide mantener una convivencia armónica y estable.

Naciones como Haití, Dominicana, Venezuela, Argentina, Bulgaria, Alemania, Rusia, Italia, Guatemala y la mayoría de países con gobiernos republicanos, no consiguen establecer una convivencia estable, la política representativa les mantiene en interminable pugna partidista.

Si se observan naciones como Suecia, Bahamas, Hungría, Luxemburgo, Nueva Zelanda, España y otras, cuyos gobiernos no siguen la ideología platónica, se notará que en ellas predomina la estabilidad social y la política no ocasiona mayores preámbulos. El interés partidario que se impone en las naciones republicana -con naturales excepciones- no permite una razonable estabilidad social y la moral anda por el suelo en lo que concierne al manejo de los gobiernos.

Ahora que se menciona una posible reforma de la Constitución, debe pensarse en el sistema sobre el cual se establece la Nación y la consecuencias que contrae el sistema, al adoptar un régimen político que induce a la diatriba, a la ambición de manejar la cosa pública para lucrarse a la macroeconomía como supuesta herramienta de desarrollo, fuente de intranquilidad y discordia. No sólo debe verse el sistema como intocable legado de nuestros patricios y moda prevaleciente en al región o en el mundo -como en realidad lo es- sino, tomarse en cuenta los resultados que ocasiona a la moral ciudadana, un sistema que predispone las personas a la pugna partidaria y a las ambiciones de poder que caracterizan a al sistema republicano.

Cabe considerar la diferencia existente entre un sistema republicano y un sistema constitucional parlamentario o monárquico constitucional, cono en España, la estabilidad social que caracteriza a cada uno ha de ser motivo de meditación. No debe soslayarse que la política en los regímenes republicanos constituye un perjuicio social a tomar en cuenta, toda vez que sólo sirve para corromper la conciencia ciudadana, al negociar descaradamente posiciones oficiales y mantener las personas en permanente lucha por el poder.

En naciones pequeñas, como la nuestra, es política de arrebato conspira contra la existencia misma de la sociedad como Nación y conduce a lo que es hoy Haití; situación que no se presenta en países como Bahamas, Belice, Curazao, Jamaica y otras naciones vecinas, sin mencionar países con una existencia soberana más antigua que nuestra vecina más cercana, como Liechtenstein, San Marino, Andorra y otras naciones, más pequeñas que nuestra hermana república y no han sufrido el peculiar flagelo de la política partidaria, que les amenace a desaparecer como naciones.

Quizás parezca una sandez traer a la colación esto detalles, sobre todo, expuestos por un profano en política. Se comprende que un dominicano o un haitiano no es un cocolo, cuyo temperamento es estable y tranquilo, somos bastante díscolos y marrulleros, siempre dispuestos a la diatriba, al garateo y empuñar el arma que ufanamente nos complace lucir al cinto, como señal de prepotencia y valentía.

Pero, es posible que esas fanfarronadas tengan su origen en el sistema político que nos hemos dado, caracterizado por arribismos y montoneras, dictadores y guerrillas, perjuicios que -con excepción de Cuba- no han sufrido las islas vecinas y que, al igual que ente los habitantes de la isla mayor, constituyen nuestra funesta idiosincrasia.

Cándidamente, cabe preguntarse:
¿Debemos mantenernos así o cambiar de ideología?

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