Iglesia espera justicia caso violaciones

Iglesia espera justicia caso violaciones

POR MANASES SEPULVEDA
El obispo de La Altagracia, Gregorio Nicanor Peña Rodríguez; el arzobispo de Santiago, Ramón Benito de la Rosa y el padre Jorge Reyes Dirocié, ex administrador diocesano de la sede vacante de La Altagracia, dijeron ayer  que esperan que la justicia que determine los responsables de las violaciones seuales que ocurrieron en el albergue Ciudad de los Niños San Francisco Javier y se les aplique «todo el peso de la ley sea quien sea» afirmando también que no quieren que pague un inocente por ningún culpable.

Dijeron, en un comunicado, que la Diócesis de la Altagracia está dispuesta a proporcionar toda la colaboración que sea necesaria para esclarecer los hechos, con tal de que «resplandezca la verdad y se establezcan responsabilidades sin importar las personas que estén involucradas para que no haya impunidad» y que algunos comunicadores desconociendo la organización de la Iglesia, han hecho afirmaciones y exigencias que no proceden en el caso.

«Desde el primer momento y en cada caso, el problema ha sido puesto inmediatamente en manos de la justicia para que haga las investigaciones de lugar, determine los responsables y se les aplique todo el peso de la ley sin contemplación, sea quien sea: cero tolerancia en la búsqueda de la verdad, en la aplicación de la justicia y en la determinación de las responsabilidades.  Al mismo tiempo, afirmamos categóricamente que no queremos que pague  que no queremos que pague un inocente por ningún culpable», afirman los jerarcas eclesiásticos en un comunicado enviado a este diario.

Señalaron que a partir de esa dolorosa experiencia, los centros de menores atendidos por el personal de la Iglesia, sacarán enseñanzas para evitar que tales hechos se vuelvan a repetir y que lo mismo podrán hacer otras instituciones y las autoridades responsables de menores.

Expresan que la diócesis con su red de solidaridad  y sus organismos sigue comprometida en dar seguimiento y atención integral a los niños afectados, siempre en coordinación con las autoridades y de acuerdo con las leyes dominicanas.

Recuerdan que cuando se denunciaron los abusos y violaciones, aparte de la actuación inmediata de la dirección del centro y de las autoridades legales se buscó el auxilio de expertos para darles seguimiento, terapia y orientación a los menores.

«En esos momentos no se consideró necesario cerrar el hogar, porque se pensaba que todavía era viable y porque hay que hacer siempre todo lo posible para que una obra de bien y de esperanza continúe.  En septiembre del presente año, la Diócesis vio oportuno cerrar la Ciudad de los Niños y actuó en consecuencia», señalan.

Señalan que en el caso concreto de la Ciudad de los Niños el «mal que ya los había golpeado duramente, los siguió a ese lugar cuando se creía que habían encontrado pleno refugio y protección», y que las fuerzas del mal se resisten a abandonar a sus presas.

«Pero no puede uno darse por vencido ante ellas, aunque acontezcan daños tan increíbles como los ocurridos en la Ciudad de los Niños.  Ahora hay que enfrentar con renovadas energías y fe, esos daños causados y seguir trabajando para repararlos», puntualizan.

Agregan que el albergue o lugar de acogida fue concebido con mucha ilusión  para ayudar, de manera permanente a niños huérfanos y desamparados y que el propósito era recibirlos en su situación de abandono y orfandad y entregarlos a la sociedad una vez estuvieran preparados.

«La obra como  toda acción humana y divina, fue creciendo y desarrollándose , poco a poco: los primeros pasos formales se hicieron en 1998, la construcción de las instalaciones se impulsa en 1999, se terminó en el año 2000, cuando fue inaugurado.  Los dos primeros niños  legan a principios del 2001, para el año 2002 hay doce ( diez niñas y dos niños en pabellones distintos), la ciudad llegó a albergar un máximo de 24 niños con sus respectivos expedientes y al cerrarse en el 2004 había 19», recordaron.

Indican que grupos  y comunidades católicas  pusieron allí su cooperación económica, su tiempo sus energías, amor  y dedicación, una causa noble y justa que valía la pena apoyar.  «Hoy sufren el dolor de ver a esos mismos niños y niñas a quienes querían rescatar de sus males ya vividos, violados y maltratados.  A ese sufrimiento se añade el dolor de verse envuelto en una ola de juicios condenatorios  en la que se mezclan afirmaciones verdaderas y especulaciones sin fundamento», dicen.

Expresn que así acontece tantas veces.  Se inicia una obra de bien y en ella penetra el mal de la manera que menos se espera y en gente en la que se depositó confianza.

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