Ignacio Iturria en Santo Domingo

Ignacio Iturria en Santo Domingo

Entre los grandes nombres del arte uruguayo está Ignacio Iturria, y escribir sobre él es disfrutar su obra. La consideramos algo inolvidable, inagotable e irrepetible, sujeta a revelaciones continuas.

Observemos cuadros, pintados hoy o hace veinte años, siempre descubrimos un elemento nuevo, una proporción, una figura, un signo, un ambiente, que provocan la reflexión porque él artista la quiso suscitar, consciente o subconscientemente, y le respondemos.
Pero sólo los grandes provocan esa participación incontenible por la riqueza de su mundo, el cual suele aun tener una faz escondida que tal vez descifremos más que el propio creador: ellos estimulan la visión, sino la videncia, del contemplador…
En el caso de Iturria, ¿cuántas veces en sus pinturas no percibimos pequeños rostros y personajes que aparecen como duendes, a cada nueva mirada, aparte de las estructuras contentivas y de las referencias? Así mismo sucede en cantidad de retratos imaginarios, verdaderos íconos, que el artista multiplica en sus obras recientes y aquellas pintadas en Santo Domingo.
Iturria en Santo Domingo. La galería Lyle O’Reitzel Arte Contemporáneo acaba de presentar una muestra del maestro uruguayo y la exposición estremeció la sensibilidad fuera de una reacción habitual. Debemos elogiar el montaje que instaló las obras, pinturas y bocetos (algunos), siendo la obra entendida como conjunto creador. Hay un proceso singular que conduce simultáneamente idea y realización, una práctica ya anterior en su trabajo. Fluyeron los comentarios, e Ignacio Iturria ha decidido permanecer, durante unos meses, en la República Dominicana, y pintar aquí. ¿Serán sus impresiones últimas y lo que siente en el trópico?
Si Ignacio Iturria, evidentemente, no atraviesa un proceso de metamorfosis, sus ojos, ahora portadores de palma y mar caribeños reflejan gente, tierra y vegetación dentro de su atmósfera pictórica tan personal, y si él dirige su mirada a nuevos horizontes, reales y oníricos con más luz, no cambia su estilo. Él siempre ha pintado con una completa libertad, adoptando un expresionismo muy particular.
Ignacio Iturria deja sus propias asociaciones desarrollarse, con un tratamiento a la vez íntimo, poético y teatral, pues sus cuadros son escenarios, a menudo evocadores de mobiliarios e interiores, donde el espacio –que no evita el vacío, elemento fundamental, ni la sombra– dialoga con figurillas excéntricas y atípicas. De repente surgen los insulares caribeños –rostros, siluetas, oficios–, una identidad que él habrá descubierto.
Ignacio Iturria logra apropiarse de otro contexto en cultura y circunstancias, con su consabida capacidad de reinvención de la alteridad. Propicia una relectura de su propia obra.
La obra de hoy. Iturria elabora en Santo Domingo una secuencia especial. Ignoramos si tendrá una continuación, pero en la actualidad se compone no solamente de pinturas, en diferentes formatos, sino de obras tridimensionales, muy pequeñas. Vacilamos en llamarlas esculturas o instalaciones, sino miniaturas lúdicas: no sabemos si las expondrá, pero son encantadoras. La reacción del contemplador se sitúa entre asombro y sonrisa…
Respecto a las pinturas, perduran los “subterráneos” misteriosos y algo ‘carcerales’, no obstante surgen composición ‘mosaicada’ y panel con cuadritos colgantes –que, en imágenes, recuerdan la literatura de cordel–. Como siempre, en la obra de Ignacio Iturria no basta con una primera mirada de conjunto, esencialmente cromática y espacial. Aquí y prácticamente siempre, hay cuadros dentro del cuadro: esta “puesta en abismo” obliga al espectador, a acercarse y prolongar la mirada. Una iconografía, a menudo enigmática, suscita una interpretación, cuya libertad el propio Iturria acepta y hasta provoca su sonrisa interior…
En estos motivos miniaturizados, contorno y color se conjugan en una formulación visual de lectura discrecional, también por la temática y/o su colocación. Debajo de la pincelada se esconde un dibujo impecable, que, excepcionalmente, constituye una obra gráfica secundaria. Mejor dicho segunda, pues ninguna expresión en Iturria es secundaria…
Las obras se construyen en torno a los protagonistas –sujetos, objetos, artefactos–, con una distribución generalmente simple en el espacio. Los personajes –seres humanos, animales también– se desparraman, se representan en su soledad, pocas veces se enredan –así frente a una boca de cañón–. Suelen colocarse contra la pared, verticalmente, encaramados en una escalera.
Por cierto, la escalera es una “presencia” reiterada, en distintos cuadros, y una fuente de enigma. ¿Será ilusoria e inútil para salir de la soledad o del encierro, o finalmente llevará a la luz… del destino? La condición humana está en juego, el hombre quiere salir del marco que se le ha asignado.
No reina el pesimismo, hay criaturas que pintan, tocan guitarra, juegan… y, sobre todo en la “obra tropical”, la alegoría del género humano y su indefensión ceden ante la alegría del paisaje, del paseo, del baño… Y a la rica monocromía de los grises suceden la iluminación del verde y sus variaciones tonales.
En Ignacio Iturria, lo físico se vuelve metafísico. Una suerte de génesis se ha producido: un gran artista se convierte en hacedor todopoderoso a través de su creación y su universo –sugerido por aquel cielo de constelaciones–. Deseamos hacer una observación –aunque sea una digresión–: la paleta de Iturria, sus pastas y pigmentos mezclados, son deleite para la mirada.
Síntesis. Ignacio Iturria persigue el acto creador totalizante y lo consigue. La sensibilidad y el caudal plástico no fijan límites a su talento. Las sorpresas y la fruición que él ofrecerá en el porvenir son (im)predecibles y conservarán la coherencia de una producción fundamentada en la introspección y el humanismo la vida y la sociedad. No en vano su compatriota, el historiador de arte y curador Ángel Kalenberg, le ha comparado con Goya.
La originalidad del proceso creador, el potencial estético de la representación, el contenido de las obras hicieron que Ignacio Iturria haya motivado a los historiadores y críticos de arte de manera excepcional. Textos sobresalientes se han escrito sobre su personalidad, su obra, su evolución. Ha sido, gracias a Lyle O’Reitzel, una suerte conocer su creación en Santo Domingo, y que además él se sienta a gusto, pintando en el país.

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