Ignorancia fatal

<p>Ignorancia fatal</p>

PAÍNO ABREU COLLADO
Pocos dominicanos saben de un importante proyecto educativo que está ejecutando la Secretaría de Estado de Educación. Se trata de la instalación en cada plantel de los llamados Comités Ambientales Escolares (CAE) y de los Comités Ambientales de Aulas (CAA). Es un excelente plan de educación ambiental que busca llenar el vacío que traen los niños de sus hogares y del cual espero hablarles detalladamente en un próximo artículo.

Traigo a colación el tema por la coincidencia de que el pasado día 1ro. de Diciembre, cuando se realizaba el acto de lanzamiento de los CAE en Jánico y los técnicos de la cartera explicaban a los maestros como se organizan y como funcionan estos Comités, nos enteramos de la celebración del novenario de un trágico accidente ocurrido en la laboriosa comunidad de Cebú, de ese municipio.

Aunque en La Sierra había estado lloviendo mucho en esos días, la mañana del 22 de Noviembre se mostraba reluciente. El cielo despejado y un sol brillante elevaban la temperatura, transformando en una ligera nubecilla de vapor los últimos restos de agua en la hierba y en el suelo. Como el día anterior les había ido muy bien, obteniendo un cubo de miel de una colmena que hallaron en un árbol de Guásima (Guázuma ulmifolia), José Andrés Morán de 18 años, acompañado por José Luis y Joel, dos jóvenes amigos de la comunidad, pensaron que sería un buen día para salir de nuevo a “catriar” abejas.

Armados de hacha y colines, cuaba, fósforos y vela (tela de mosquitero), salieron los amigos, avanzada ya la mañana.

Caminaron los escasos bosques que aun quedan en estas lomas, pero sólo encontraban panales secos y colmenas nuevas. Así llegaron a un bohío donde Wilson Rafael Núñez cavaba un hoyo de retrete. Muy cerca de él, observándolo, su perro Cuco, desganado, descansaba. ¿Cómo estás Wilson?, saludó José Andrés. Pues ya ven, aquí hoyando para tapar la vergüenza del mundo. Y ustedes ¿qué se traen? Nada, buscamos colmenas. ¡Yo se donde hay una!, exclamó. ¿Donde? Explícanos. Los acompañaré, pero no picaré y estaré lejos para cuidarme de las abejas. Sólo quiero que me den un panal.

Caminaron hasta llegar al tronco de una enorme Palma Real (Roystonea hispaniolana).

Aquí es, dijo Wilson. Todos miraron hacia arriba, comprobando como salían y entraban abejas a cada segundo de un viejo nido de pájaro carpintero, cumpliéndose el ciclo milenario de convertir a rica miel los azúcares del polen de las flores, que estos extraordinarios insectos son capaces de lograr con su febril actividad.

Será difícil, esta palma está muy gruesa, dice José Andrés. Pero somos cuatro y si Wilson no quiere picar, entre nosotros tres la tiramos abajo en un rato, exclamó Joel. Manos a la obra, yo primero dijo José Andrés, después Joel y luego José Luis. El hacha saltaba como si chocara en piedra guija y una y otra vez su filo se estrellaba contra la dura corteza de la Palma, sacándole apenas pequeñas astillas. Nacían ampollas en las manos de los inexpertos jóvenes, el hacha cambiaba de manos y el acero se salía y era acuñado de nuevo con astillas de cuaba y a golpes de piedra, hasta que poco a poco la hendidura crecía y la palma mostraba cada vez más un profundo surco. De tanto en tanto varias abejas venían en tropel y atacaban como fieras salvajes las áreas desnudas de aquellos intrusos que estropeaban su fiesta de sol, flores y miel.Aunque muy herida, aquella mole de la naturaleza que al decir de Juan Luis Guerra “son más altas pero los puercos se las comen”, seguía enhiesta, mientras los picadores quedaban extenuados. Wilson no soportó más y vociferó ¡Voy a picar! Joel, el picador de turno, sin más fuerza, soltó el hacha.

Más fuerte y diestro en esta faena, Wilson penetró rápido, profundizando el corte y llevándolo casi a término. De pronto, una fuerte y misteriosa brisa se apoderó del lugar. El árbol, debilitado, se balanceó. Las raíces ya no podían sostenerlo. El enorme fuste comenzó a inclinarse, vencido por la fuerza de gravedad. La caída era inminente, pero los jóvenes no habían tomado precauciones. ¿Qué hacer? ¡Corran! vociferó Wilson, quién escuchó como rompían los últimos tejidos leñosos de la planta. Reinó la confusión. La Palma, herida de muerte, comenzó a trazar el arco de 90 grados entre ella y el suelo, cuando Wilson vió que su perro Cuco estaba en la trayectoria. Como buen amo, corrió a salvarlo mientras gritaba ¡quítate Cuco! Este, asustado por la confusión, los gritos, el movimiento de la gente y una sombra que a su lado crecía como queriendo tragárselo, se movió rápidamente con la natural agilidad de estos animales. Pero su dueño ya no pudo cambiar el rumbo y a diferencia de Cuco, quedó atrapado en la sombra. El descalabro llegó con el impacto de la enorme mole sobre su cuerpo. Su último hálido de vida fue apagado por las picaduras de cientos de abejas que en venganza se abalanzaron sobre él. La dulce miel, en este caso resultó amarga. Cuentan los lugareños que Cuco jamás se despegó del féretro de Wilson.

Esta tragedia sólo pudo ocurrir por ignorancia. Por falta de educación ambiental en el hogar y en las escuelas, mucha gente desconoce el valor de la naturaleza en sus diversas expresiones. Es inconmensurable el rol que juegan muchos insectos, especialmente las abejas en su función polinizadora, y el valor económico y ambiental de la Palma Real, que entre sus múltiples funciones ecológicas, además de producir alimento, es también el hogar de la Cigua Palmera, nuestra ave nacional. Sin duda, los CAE llenarán un gran vacío.

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