Igualdad de oportunidades

Igualdad de oportunidades

POR EDUARDO SANZ LOVATON
La igualdad de oportunidades es uno de los pilares para que las economías de mercado puedan desarrollarse y para que contribuyan a la formación de una sociedad con aspiraciones de justicia. Muchos economistas y políticos pierden de vista esta realidad cuando defienden la aplicación de los preceptos del libre mercado.

Adam Smith en su libro «Las Riquezas de las Naciones», tratado esencial del capitalismo moderno, nos habla de las virtudes del mercado y de cómo la mano invisible del mismo sería un constante nivelador de nuestras economías. El argumento central de Smith y sobre el cual se fundamentan muchas de las teorías liberales y neoliberales es el de que las fuerzas libres de atribución de recursos y las leyes de oferta y demanda orientaran la vida de una sociedad a su mayor expresión de eficiencia y bien común.

Smith, filósofo además de político y economista entendía que la economía no podía desligarse de la realidad social en la que se desenvolvía. Como garantía de que las fuerzas del mercado se podrían expresar en un ambiente libre y al mismo tiempo como seguro de vida para las sociedades que adoptaran sus consejos, el renombrado autor propone la necesidad del reflujo que otorga una verdadera igualdad de oportunidades. ¿Y que podemos entender con igualdad de oportunidades? Debemos entenderla como un punto de partida común para los actores económicos, como un grupo de reglas a las que se tengan que atender de manera igualitaria los que deseen pulular en el mercado, como un nivel educativo básico desde el cual todos puedan desarrollar sus aptitudes y en fin, como una estructura institucional que corrija el abuso de los mismos privilegios que el mercado va generando.

No puede haber libre mercado en sociedades donde el tráfico de influencia este a la orden del día y en donde la educación sea un privilegio y no una obligación. Mucho menos puede haberla en países donde las sanciones a los abusos de poder estén vedadas para castas sociales, políticas o económicas. Juan Bosch, uno de los tratadistas sociales y políticos más brillantes de la República Dominicana, fue muchas veces malinterpretado por sus criticas al sistema económico que hoy impera en el mundo occidental y que nuestro país hace esfuerzos por incorporar. En innumerables ocasiones pronunció su parecer de que nuestra estructura económica e institucional no alcanzaba el nivel de desarrollo para una economía de mercado que sirviera de base para una democracia representativa. Han pasado ya varias décadas de esos pareceres de Juan Bosch y justo es reconocer que estos eran ciertos. Y que solo hoy comienza la sociedad dominicana a disfrutar de niveles de desarrollo industrial y tecnológico que nos permiten avizorar en el horizonte la posibilidad de adoptar el modelo referido.

Sin embargo nos falta lo más importante, nos hace falta la estructura institucional que promueva la igualdad de oportunidades. Sin eso no hay índices de crecimiento, no hay remesas, no hay parques tecnológicos, no hay inversionistas turísticos o financieros que nos catapulten finalmente a una economía eficiente y desarrollada. Sin esa reserva institucional no nos respetaremos nosotros y no nos respetaran los agentes exógenos.

Las propuestas abundan y las acciones escasean. Por eso nos da miedo proponer. Sin embargo, ahí vamos. La principal acción es ocuparse de las herramientas que dotan a nuestras generaciones emergentes de los instrumentos para defenderse en una sociedad de la información donde el conocimiento es la materia prima por excelencia. En una palabra. ¡Educación! Sin límites y sin presupuestos, educación ante todo. No podemos cambiar nuestra historia, la cual promueve un régimen de desigualdades y de injusticias. Pero podemos aprender de ella, podemos aprender que nuestro autoritarismo y nuestro clientelismo son más que prácticas políticas son culturas políticas. Y que para variarlas se necesitan pasos firmes y claros que varíen no solo comportamientos sino mentalidades.

Lo primero es constituir fuerzas sociales que observen a sus actores, los juzguen y luego les pasen factura. Eso vienen haciendo con certeza algunos núcleos de la sociedad dominicana que se han autodenominados sociedad civil, pero que en realidad son legítimos y necesarios grupos de presión. En adición a esto debemos fortalecer nuestros partidos políticos, nuestros sindicatos y los demás grupos de presión para que defiendan sus intereses. Es importante reconocer que el modelo económico que perseguimos está fundamentado en la libre lucha de intereses y que de esta se reflejará el bien común. Admitimos que cada quien luche por su lucro y por su interés, pero debe hacerlo de manera transparente y no con los esquemas tradicionales del oscurantismo político dominicano.

¿Podemos acercarnos a la igualdad de oportunidades? De eso dependerá el futuro de nuestro país.

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