¿Igualdad de oportunidades para todos?

¿Igualdad de oportunidades para todos?

Jesus de la Rosa.

2 de 2

En el preámbulo de la obra “Aprendizaje y Desarrollo Profesional Docente”, el entonces secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Álvaro Marchesi, expresa que “la calidad de la educación de un país no es superior a la calidad de su profesorado”. En la página 11 de dicha obra, las educadoras chilenas Consuelo Vélaz y Denise Vaillant, refiriéndose al tema del papel que habría de desempeñar el personal docente en todo proceso de reforma de la educación, apuntan que “la teoría y la práctica de la educación indican que uno de los elementos que más inciden en el proceso de aprendizaje de niños y jóvenes tiene que ver con lo que creen, puedan y están dispuestos a hacer los docentes”.
Minimizar o tratar con ligereza este punto supone restringir y de hecho desviar la comprensión del problema (el de la calidad de la educación) y la búsqueda responsables de soluciones. En próximas entregas, nos referiremos a las diversas formas y maneras de mejorar la calidad de la educación que esperamos que contribuyan a un debate bien informado sobre dicha temática.
Aquí, en uno de los pasados gobiernos se formuló un llamado Plan Estratégico de Desarrollo de la Educación Dominicana 2003-2012 en el que laboramos alrededor de 20 técnicos nacionales y extranjeros. Se trataba de un proyecto a ponerse en práctica a título de continuación en el tiempo del Plan Decenal de Educación 1993-2003.En esa ocasión, no nos cansamos de advertirles a las autoridades de entonces y a un sabio brasileño consultor de la UNESCO “de cuyo nombre no quiero acordarme” que un plan formulado sin la intervención de quienes habrían de ponerlo en práctica estaba de antemano condenado al fracaso. Era que los llamados a implementar los planes de reformas consignados en ese proyecto ni conocían ni disponían de las competencias necesarias para el manejo de un currículo que para ellos resultaba ser extremadamente complicado. Por ello señalábamos que al final de ese gobierno, dicho proyecto iría a engrosar los archivos muertos del Ministerio de Educación. Lamentablemente así ocurrió.
La educación pública de la República Dominicana confronta graves dificultades. Algunos de sus indicadores revelan la gravedad de la crisis: baja tasa de cobertura acompañada con una alta tasa de deserción; bajo porcentaje de estudiantes promovidos y sobrecogedores índices de sobre edad.
Al final de la dictadura trujillista la escolaridad promedio de la nación dominicana era de 2,5 cursos de enseñanza básica; hoy es de 5.6 de ese mismo nivel. Como vemos, los dominicanos sólo hemos adelantado tres cursos en los últimos sesenta años.
Ahora, tenemos dos grupos de excluidos: uno, el que integran los que no puedan acceder a las escuelas, a los institutos politécnicos ni a las universidades por falta de recurso; y otro, el formado por los que aun accediendo no puedan adquirir en los centros donde estudian las competencias requeridas para crear y tratar informaciones y conocimientos.
No debe confundirse las modificaciones introducidas en el proceso de producción con las que tienen lugar en el modo de producción. La sociedad dominicana no es post capitalista, pese a que en algunas de las empresas de capital privado, especialmente las localizadas en zonas francas, se emplee la más variada tecnología de punta y se llevan a cabo sofisticados procesos de automatización.
La educación debe basarse en la utilización de las habilidades comunicativas y del dominio del lenguaje de modo que permita una participación más activa y más crítica de los estudiantes. Más que de escuela, hoy se habla de comunidades de aprendizaje. Es cierto que el sistema de educación pública de la República Dominicana es y ha sido en los últimos años el peor financiado de la América española. Pero, ese hecho no es precisamente el causante de todos los males. En algo nosotros debimos de fallar.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas