Il Signore Baricco y su alter ego Mr Gwyn

Il Signore Baricco y su alter ego Mr Gwyn

Debo confesar que soy aficionada y casi adicta a la literatura de Alessandro Baricco. La culpa fue de Seda (1996) uno de los tantos libros, siempre acertados, que alguna tarde, después de un viaje a Madrid, me entregó Yaqui Núñez del Risco.
Desde entonces leo con fruición cada cosa que lleva su nombre. Y colecciono sus libros. Anoto lo del año de la publicación de “Mr Gwyn” porque tengo que explicar las razones por las cuales, un libro publicado por Baricco en el 2012, lo leo en el 2017.
Es que en 2011-12, en que Baricco publicó esta novela, apenas podía conmigo. Me había convertido en un lugar oscuro con una flor que lloraba. Esa flor duró tanto tiempo sumida en el llanto que el tiempo pareció detenerse en una noche triste. Una de esas en las que hay alguien a quien llevar al cementerio. Tu no quieres ir y esperas que no amanezca. Y el sol no llega hasta años después.
Estaba sonámbula cuando compré a Mr Gwyn. Lo veía o no, pero no lo tomaba entre los de pronta lectura. Pero hace unas semanas fui a la Librería Cuesta y me compré la novela más reciente editada por Anagrama bajo la firma del escritor italiano: La esposa joven.
La compré y la coloqué en el lugar especial que tengo en mi biblioteca para sus libros y unos días después fui a buscarlo para leerlo. Al hacerlo, reparé que no había leído Mr Gwyn y pensé que lo correcto era leer este libro antes que la nueva novela.
Así empece a Leer Mr Gwyn, que cuenta la historia de un exitoso escritor llamado Jasper Gwyn que de repente decide dejar de escribir y dedicarse a otra cosa. “Soy copista”. Nadie sabía exactamente a qué se refería, pero de eso precisamente se trata, de ir descubriendo poco a poco la extraña historia que se va tejiendo y destejiendo a partir de este personaje y su intención de hacerse invisible para la literatura, sus editores y sus lectores.
No soy una lectora pasiva y menos con Baricco. Voy leyendo y rayando. Resaltando y hasta poniendo comentarios al lado de frases o párrafos que van llamado mi atención.
En este que parece un libro de coaching para escritores que temen escribir, mi primer resaltado fue su descripción del acto de escribir: “el cotidiano cuidado con el que poner en orden pensamientos en la forma rectilínea de una frase”.
En la medida en que avanzo, voy entendiendo por qué tengo esa fijación con este escritor:
Por su exaltación de lo nimio. Por su capacidad de hacer sentir un instante fugaz. Por reparar en un sentimiento que apenas llegamos a sentir y la aparente imposibilidad de que lo que cuenta haya sucedido o pueda suceder. Por mantenerme en ascuas y por darme momentos inesperados que me llenan de risa o de lágrimas con la mayor sutileza que se puede inundar un corazón. No saber si se llora de alegría o se ríe de tristeza. Así de inasible es esa literatura de Baricco que nos cuenta historias bellísimas o tristísimas, pero llenas de candor.
Luego de subrayar en el libro “Consistía en vivir lentamente, concentrándose en cada gesto particular”, escribí a pie de la página 28: La literatura de AB crea un mundo de cotidianidades, o fragilidades… De emociones no premeditadas. Movimientos continuos, apenas perceptibles a las que eleva a cosas importantes, imprescindibles. Es como el aroma de un lugar que pasa, perfumes que reflejan apariciones.
Mr Gwyn se niega testaruda y convincente a seguir escribiendo y publicando libros, se despidió de su oficio en un artículo del periódico. Y, aunque se sentía internamente afectado por este vacío, había encontrado la forma de superarlo, al decir del autor: “elaborando liturgias sustitutivas imperfectas y provisionales, como colocar juntas frases en su mente o anudarse los zapatos con una lentitud de idiota”.
Una de las escenas que más me impactaron fue la que cuenta el instante en que este se encontró con unos cuadros: “Eran pinturas grandes, todos parecidos, como la repetición de una única ambición, hasta el infinito”.
Tal vez, en ese momento a Jasper Gwyn se le ocurrió su increíble fórmula para hacerse copista pues decidió que este estilo de hacer retratos no le gustaba. Entendió que modelo y artistas esperaban algo cada uno, pero que no era precisamente el cuadro.
Se pregunta Mr Gwyn “a quién se le ocurriría dejarse desenmascarar por un pintor y por colgar en casa lo que de sí mismo se empeñaba en esconder todos los días?”.
Esta es magistral. El escritor decepcionado está junto a la galerista, “él absorto en un pensamiento tan frágil que la galerista permaneció inmóvil, como cuando alguien no quiere que se vaya volando un pájaro posado en la barandilla”. Esa fugacidad de la emoción que todos conocemos y que pocos podemos escribir, es de lo que hablo.
El contexto de los diálogos raras veces es dado, pero los diálogos en sí tienen tanta fuerza como cuando Jasper descubrió porqué no le gustan los cuadros:
-Están mudos, dijo.
-Cómo dice, le pregunta la galerista.
-No me gustan los cuadros porque están mudos. Son como personas que hablan moviendo los labios, pero cuya voz no se oye. Hay que imaginarla. Y no me gusta hacer ese esfuerzo.
En momentos así, leer algo como esto me hace primero subrayarlo. Luego hablar en voz alta o reír o sentir en la garganta un nudo… que me enmudece, con un silencio de respeto por el que escribe con tanta sensibilidad y belleza.
Los personajes de Baricco son en su mayoría solitarios, derrotados de la vida que alcanzan sus pequeñas victorias. Son personas comunes, pocas veces despampanantes, pero tienen la virtud de cobrar de repente vitalidad, como una chispa de luz en la oscuridad o el paso de una estrella fugaz, mientras casualmente mirábamos al cielo.
El autor es un seductor que deposita pensamientos que también iluminan y que nos pone a pensar que no lo sabíamos o que nadie lo había dicho así:
“Como suele suceder, tardaron tiempo en acordarse de que, cuando alguien muere, a los demás les corresponde vivir también por ellos –y no hay nada más que resulte adecuado-”. (Debí leer esto antes).
Baricco trasiega personas y escenas entre sus propios libros. Aquí trae a “Tres veces al amanecer”, como parte del nudo que necesita desenlace.
A Rebecca, su asistente, Jasper Gwyn le enseñó que lo que nosotros tenemos que entender es que nosotros no somos solo el personaje sino que somos “el bosque por donde camina, el malo que lo incordia, el barullo que hay alrededor, toda la gente que pasa, el color, los ruidos…”.
El retrato que hacía Gwyn era sencillo, cuenta Rebecca: “los miraba durante mucho tiempo. Hasta que veía en ellos la historia que eran”.
Un retrato hecho de palabras sin entrevistar al protagonista. Solo mirarlo y escribir, para que el modelo regrese a casa. Se conozca. Bella e imaginativa historia. Como Baricco.

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