Imagen policial

Imagen policial

PEDRO GIL ITURBIDES
La detención de un alto oficial de la Policía Nacional como parte de un operativo contra las drogas, crea obligaciones a la jefatura de ese cuerpo. No es nada nuevo el que algunos de sus miembros se involucren en actos delictivos. Tampoco que sean descubiertos y sus casos expuestos en medios de comunicación social. Lo novedoso debe ser el compromiso de procurar el rescate de la imagen de ese organismo.

La falta de credibilidad ha adornado a la Policía por más tiempo del que fuera deseable. Al resquebrajamiento de su imagen contribuyeron aquellos de sus integrantes que, seducidos por el lucro, han sido partícipes de hechos inescrupulosos. Entre las gentes ruedan historias, verdaderas o falsas, que aluden a indecorosas conductas atribuibles a muchos uniformados. Dejar atrás esas pendencias es el compromiso a que se abre la jefatura tras el descubrimiento del caso de drogas en que se acusa a un teniente coronel.

El afán por allegarse riquezas fáciles ha calado la sociedad dominicana.

Muchos son los factores que sirven de sostén a esta inclinación vituperable aunque seductora. Uno de los más destacables lo es la falta de exigencia social a una formación ética en la célula familiar. La laxitud distingue el trato entre todos. En cierta medida, una temerosa prudencia sirve como soporte a la lenidad. Si no me afectan, ¿por qué debo pelear contra mis vecinos, aunque sepa que son ladrones?

Factor no menos decisivo lo es el perdón que otorgamos a todo el que dilapida o roba cuantiosos recursos del tesoro público. Aquellos que en familias humildes contemplan que permanece sin castigo toda forma de dolo, cuestiona su misma honestidad. Sólo quienes prendados por el amor y el temor a Dios mantienen integérrima conducta, son capaces de trascender la pecaminosidad a que se intenta arrastrarnos a todos. El resto, y no son pocos los que son parte de este resto, cede ante los falaces llamados del oro que relumbra.

Una mala res daña un hato, asegura añosa expresión. Y en el caso se aplica el aserto al proceder de cuantos, en cualquier entidad pública o privada, y de manera particular en organismos como la policía, observan que la sociedad carece de consistencia moral para señalar y castigar a los corruptos. ¿Para qué mantener una conducta decorosa si la sociedad no la premia, como tampoco castiga al que la corroe, debilitando estructuras y servicios creados para servir al bien común?

Hace pocas horas, el general Francisco Pérez Vásquez, dijo en Santiago de los Caballeros que a él no lo compra nadie. Cuando poco después conocíamos del apresamiento del oficial involucrado en el tráfico de drogas, volví el pensamiento a esa afirmación. Son muchas las tentaciones que se colocan a las puertas de un oficial de rango, capaz de proteger operaciones ilegales o fraudulentas de cualquier naturaleza. Algunos dirán lo que pregonó el comandante policial de la zona norte. Otros, en cambio, se harán permeables a las variadas formas del soborno enriquecedor.

La jefatura de la Policía Nacional, por tanto, está llamada a proteger a cuantos quieran enfrentar los males y mantener cierta honestidad. Pero está llamada, además, a proseguir una obra profiláctica que se ha iniciado muchas veces y que ha quedado trunca por causa de la política. Lograr que el politiquerismo, las trapisondas y los chismes no se interpongan en el camino del adecentamiento es el mayor reto que tiene ante sí la jefatura policial.

Por el rescate de la imagen de ese cuerpo.

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