Imágenes de Trujillo y su era vistos desde hoy

Imágenes de Trujillo y su era vistos desde hoy

POR LIPE COLLADO
Las imágenes proyectadas por Trujillo, como la de cualquier persona, y la de cualquier institución, resultan inevitables y descansan en la apariencia y en la realidad y en cómo fueron y son percibidas. Una persona o una institución o un objeto son lo que uno los hace independientemente de lo que pretendan al representar sus papeles. Trujillo y su Era proyectan a través del tiempo imágenes activas que se rehacen en la acción y en el sentimiento de adhesión incondicional. Como todos nosotros, Trujillo fue el producto de lo que él y su régimen dijeron y pregonaron, de lo que hicieron y de lo que parecían ser o representaban ante el público.

Trujillo basó su sistema sobre cinco pilares fuertes: el ejército y la policía, el Partido Dominicano, la prensa, la Iglesia Católica y los medios de producción. Los campesinos, la vanguardia intelectual, los militares y policías, los sacerdotes y la prensa lo endiosaron. Trujillo cultivó con esmero la adhesión de los sacerdotes y campesinos. A los primeros los fundió con el Estado y los colmó de favores. Organizó las Revistas Cívicas en los pueblos cercanos y remotos para escuchar los pareceres, pedidos, quejas y quereres de los campesinos. Los tomó en cuenta, los elevó en su estima y consideración enviándoles cartas de su puño y letra y hasta otorgándoles poderes al distinguir a los alcaldes pedáneos.

Por lo demás, tenía una autoridad ganada no a través de una comunicación persuasiva –de la que carecía- sino a través del quehacer continuo y el uso de la fuerza y el aura de una imposición sobre los demás caudillos y líderes cívicomilitares. Desplazó al presidente Horacio Vásquez, el gran héroe del asesinato del tirano Ulises Hereaux, eliminó al temido y admirado general Desiderio Arias y aplacó o venció a sus remanentes. Cierto o no, se le tuvo como quien acabó o diezmó a los gavilleros nacionalistas y a todos los montoneros. Impuso su imagen grandilocuente y desmesurada sobre las adversidades cotidianas.

Trujillo trasuntaba energía, acción y ambición permanentes. Se asumió como un guerrero políticomilitar y se esforzó en ser percibido así porque pretendía saber de antemano cómo era que la gente lo quería ver.

VIVAZ Y CONQUISTADOR

Era un gobernante de respuesta rápida en el tiempo forzoso, el de su presente, que sabía manipular el tiempo corto y proyectarse en el tiempo largo. Sus allegados han dado testimonio de que el Trujillo de los primeros años en la presidencia supo equilibrar el ejercicio del poder de modo que su represión selectiva fuese dura pero no implacable prefiriendo siempre agenciarse el apoyo del enemigo convirtiéndolo a su fin y premiándolo con posiciones de relativo poder demostrándole así su confianza. Aunque era orgulloso en demasía, siempre en estado de alerta y de imaginación viva, muy inclinado a la acción rápida forzosa, era también hombre de proyectos y planes a mediano y largo plazo. Se le presentó a su nación como emprendedor, desarrollista, asaz trabajador, organizador, disciplinado y disciplinario.

Su lema “no hay peligro en seguirme”, para despejar los temores de los primeros años treinta de que implantaría una dictadura, se enarbolaba en momentos en que abría caminos, levantaba edificios para oficinas públicas, reconstruía la ciudad e iniciaba proyectos ambiciosos como la construcción del puerto de Santo Domingo; y el lema sustituto “seguiré a caballo”, escogido de una declaración a quienes le pedían en 1934 que siguiera cuatro años más en el poder, enviaba el mensaje de que establecía un sistema duradero y firme y que no había alternativa que no fuera unirse a él, o atenerse a las consecuencias de todos ya conocidas: ocultarse o ir a la cárcel o partir al exilio.

Como la clase intelectual y elitista le repudiaba por su estilo e historia militar, política y personal, tuvo a bien emplearse a fondo para comprometer con altos puestos a parte de la crema y nata. Logrado esto Trujillo ornamentó su sistema permanentemente con estas figuras selectas y así le dieron un lustre que aún hoy día se le reconoce en los análisis históricos que suelen concluir en que Trujillo se rodeó y benefició de lo mejor de la intelectualidad y de la clase alta a cuyos integrantes les permitió desarrollar sus ideas innovadoras a sus anchas pero encuadrados en el sistema trujillista, algo bastante parecido a lo que el comandante revolucionario cubano Fidel Castro bautizó décadas después –al definir el papel de los intelectuales, luego de una confrontación-: “todo dentro de la revolución, nada fuera de la Revolución”. Digamos, pues, que Trujillo les impuso: “Todo dentro de la Era de Trujillo, nada fuera del trujillismo”.

VOCACIÓN POR LA COMUNICACIÓN

Trujillo tuvo desde siempre vocación por la comunicación aunque careciera de condiciones para pronunciar con sus propias palabras o siquiera leer aceptablemente un buen discurso. Antes de enrolarse había hecho un curso de telegrafista y había trabajado como telegrafista y había sido empleado del Correos de Santo Domingo. Ya comandante de la Guardia Nacional era un lector tempranero de los diarios y no diarios. Trujillo era un gran propagandista de los asuntos positivos que concernían a su persona y a su régimen. Como todo buen predicador inflaba y difundía las bondades de su accionar. Baste recordar que las iniciales de su nombre completo –R.L.T.M.- se utilizaron para crear una leyenda que teníamos que aprendernos en la escuela pública: Rectitud, Lealtad, Trabajo y Moralidad. Desde el principio hacía que las cosas sucedieran y que sucedieran bien, y las que no sucedían bien él hacía que parecieran que sucedían bien.

Hubo una coincidencia histórica curiosa entre el crecimiento político y militar de Trujillo y el desarrollo de la comunicación social en el país. La Radio llegó aquí en 1924 y para el 1930 cobraba bríos. Al momento de Trujillo asumir la presidencia se publicaban aproximadamente 50 periódicos a nivel nacional. Confrontó a los principales diarios y los ahogó o los colocó en sus sobacos. A la par un equipo de intelectuales y periodistas escribían artículos enalteciéndolo. Antes que los Nazis en Alemania, aquí Trujillo estableció las coordenadas públicas de su endiosamiento. Para el 11 de noviembre de 1932, a apenas dos y medio años de ser Presidente, el Congreso Nacional lo declaró “generalísimo”. Y uno y medio después, en 1934, la Universidad de Santo Domingo, la más vieja y prestigiosa de América, le conferiría el título de “Doctor”, a él, un líder cívico militar de mano dura como el acero que apenas había alcanzado algunos cursos de nivel primario.

Un análisis en crudo de él y su Era nos revela que Trujillo terminó creyendo en sus propias mentiras interiores y en las que hacía públicas. Y cuando las medias verdades se venden como verdades y las medias mentiras se venden como verdades y las verdades como verdades exageradas y las verdades inconvenientes o como mentiras u ocultándolas, cualquier persona, institución y sistema en apariencia omnímodo cae en el pantano de la soberbia excedida que, por cierto, es típica de quienes obtienen éxitos permanentemente.

NO PROPICIÓ UNA EVOLUCIÓN

Con lentitud, al principio, y con rapidez en sus últimos 5 años, Trujillo fue incubando las causas que arrasaron con su Era de Trujillo. No hubo una evolución como era de esperarse. Una evolución que preservara lo bueno de la tiranía y digo lo bueno porque los hombres e instituciones emprendedores y que se valen de lo bueno y de lo malo son como los aguaceros diluvianos que pagan su daño, lo que aparece reflejado en la sabiduría campesina de que “el agua paga su daño”.

A la muerte a tiros del tirano sobrevino una ruptura de cuajo a exceso de velocidad, muy a pesar de que Trujillo se empeñó desde sus primeros hasta sus últimos años en preparar la permanencia de su sistema antidemocrático. El estudioso no encuentra huellas de que él previera una transición del sistema trujillista al sistema democrático que a la larga lo revalidara ante la historia. De todas maneras, como en el terreno de lo militar, el ejercicio del poder es más un arte práctico que un arte teórico, aunque el esfuerzo del ideal se concentra en equilibrar la teoría y la práctica. Nadie puede asegurar hoy que las cosas habrían tomado otro rumbo favorable si se hubieran adoptado años atrás decisiones diferentes a las asumidas por Trujillo.

Aunque Trujillo estableció lo que el inteligente y capaz general Arturo Espaillat, más conocido como “Navajita”, denominara Programa de Ejecución Operativa, que pautaba de antemano qué debía hacerse en determinados casos sin consultar a la superioridad, para muchos de sus colaboradores y hasta para no pocos de sus críticos, si Trujillo no hubiera incurrido en sus excesos repulsivos como los genocidios de los haitianos cifrado en unas 18,000 víctimas de todas las edades: niños y niñas, jovencitos y jovencitas, viejos y viejas, mujeres embarazadas, etc., el genocidio en la finca de su hermano Aníbal cifrado en unas 200 personas: niños, niñas, jovencitos y jovencitas y viejos y viejas y mujeres embarazadas, y el genocidio de los invasores de 1959 cifrado en unos 180 torturados y fusilados, los frecuentes encarcelamientos, torturas y asesinatos a partir de 1958, el genocidio de los militares envueltos en la conspiración de los sargentos, cifrado en unos 40, y el genocidio de los militares conspiradores bajo las órdenes del mayor Sergio Bencosme cifrado en unos 50, tal vez Trujillo y su Era hubieran podido ser juzgados con relativa ecuanimidad. Pero, en honor a la verdad, desde el primero hasta el último de sus días, Trujillo no paró mientes frente a sus contradictores. Arremetió primero o reaccionó vigorosa y sangrientamente contra sus oponentes en el curso de sus 31 años de tiranía.

SU MALA REPUTACIÓN

La mala reputación de Trujillo y de su Era como autores de crímenes y represiones y la buena reputación de Trujillo como que encarnó el orden, la disciplina, la autoridad y el respeto debido, se forjaron en el tiempo largo como una consecuencia de su accionar en el tiempo forzoso y en el tiempo corto.

Estas reputaciones fueron creciendo de modo que llegaron a ser un aura, como el aura de los ángeles, y/o como la lanza de dos puntas del diablo. Inspiraron o respeto o temor, o ambas cosas. Por lo demás la reputación y la fama suelen ser hermanas y en el caso de Trujillo fueron hermanas gemelas y él se desdobló en las imágenes del día y de la noche. (Como bien sabemos una reputación es una opinión que se generaliza y se acepta acerca de una persona y/o de una institución y su personal.)

Para comprender cabalmente el impacto severo de la reputación sobre los demás recurramos al caso del eficaz general Chuco Liang, comandante de las fuerzas del reino Shu, durante una guerra en China que duró 58 años, de 207 a 265. En un momento del desarrollo de la guerra Chuco Liang tomó una decisión que se le tradujo en error: despachó a su ejército a acciones en lugares muy alejados del fuerte en el que con sólo 100 hombres se quedó a descansar. Su contendor, el general Sima Yi, apareció de repente en el horizonte al mando de 150,000 hombres. ¿Qué hizo el astuto Chuco Liang? Tomó rápidamente 4 medidas: 1-Arrió las banderas. 2-Abrió las puertas de la amurallada ciudad. 3-Ocultó a sus hombres. 4-Se vistió con una gran bata blanca, cogió incienso y un laud, y subió al punto más alto de la muralla. Prendió el incienso y al poco le acompañaba una humareda gris. Luego tocó el laud y empezó a cantar. Estuvo así tranquilamente mientras sus 150,000 enemigos comandados por Sima Yi se aproximaban lentamente. Los enemigos se acercaron tanto como que el general Yi le reconoció. Yi vio a Liang imperturbable y llegó a la conclusión de que estaba a un tris de caer en una trampa y entonces ordenó el retiro inmediato de las tropas y se alejó cuanto pudo hasta perderse en el horizonte convencido, quizás, de habérsele zafado a las garras del astuto Liang.

Liang había recurrido a su aura: su filosa arma de la fe profunda en su reputación de hombre astuto que siempre sorprendía y vencía a sus enemigos.

La mala reputación de Trujillo y su sistema tiránico nació de sus hechos y de cómo fue percibido y le fue colocada hasta hoy día como su fachada principal. Parecería que Trujillo desarrolló en algún momento de su vida –quizás en sus operativos militares con cierto tipo de tropas de las de Estados Unidos en el Este del país- una capacidad terrorífica a través del vejamen y del crimen. Nada es más característico en el hombre que aprender haciendo más que viendo, e interesarse por lo que demuestra más destreza y capacidad.

La sola reputación de una persona o puede atemorizar o puede desatar simpatía franca. La magia de la reputación es tal que podemos avanzar o retroceder, crecer o perecer, gracias a nuestra reputación. Trujillo estaba reputado como asesino, ladrón e implacable con sus enemigos y hasta con sus amigos. Sólo creía en ver la sangre correr, según un decir.

Concluyamos estas reflexiones con una observación provocadora: Tal vez por soberbia, quizás por la fundición de su temperamento con el estilo de su sistema, quizás porque no concebía al país sin los Trujillo, quizás porque la mecánica y lenguaje de los hechos se le imponían a su obsolescencia personal e institucional, por lo que fuere, Trujillo al final rebasó a exceso de velocidad una ley de la historia política y militar: el secreto de la permanencia está en el cambio: hay que adaptarse, hay que ser coyuntural, hay que cambiar. Pero para contrariar esta ley existe un aforismo de Nicolás Maquiavelo: “Nadie apoya el cambio”, si este cambio lo incluye a él.

Su mala reputación

La mala reputación de Trujillo y de su Era como autores de crímenes y represiones y la buena reputación de Trujillo como que encarnó el orden, la disciplina, la autoridad y el respeto debido, se forjaron en el tiempo largo como una consecuencia de su accionar en el tiempo forzoso y en el tiempo corto.

Estas reputaciones fueron creciendo de modo que llegaron a ser un aura, como el aura de los ángeles, y/o como la lanza de dos puntas del diablo. Inspiraron o respeto o temor, o ambas cosas. Por lo demás la reputación y la fama suelen ser hermanas y en el caso de Trujillo fueron hermanas gemelas y él se desdobló en las imágenes del día y de la noche. (Como bien sabemos una reputación es una opinión que se generaliza y se acepta acerca de una persona y/o de una institución y su personal.)

Para comprender cabalmente el impacto severo de la reputación sobre los demás recurramos al caso del eficaz general Chuco Liang, comandante de las fuerzas del reino Shu, durante una guerra en China que duró 58 años, de 207 a 265. En un momento del desarrollo de la guerra Chuco Liang tomó una decisión que se le tradujo en error: despachó a su ejército a acciones en lugares muy alejados del fuerte en el que con sólo 100 hombres se quedó a descansar. Su contendor, el general Sima Yi, apareció de repente en el horizonte al mando de 150,000 hombres. ¿Qué hizo el astuto Chuco Liang? Tomó rápidamente 4 medidas: 1-Arrió las banderas. 2-Abrió las puertas de la amurallada ciudad. 3-Ocultó a sus hombres. 4-Se vistió con una gran bata blanca, cogió incienso y un laud, y subió al punto más alto de la muralla. Prendió el incienso y al poco le acompañaba una humareda gris. Luego tocó el laud y empezó a cantar. Estuvo así tranquilamente mientras sus 150,000 enemigos comandados por Sima Yi se aproximaban lentamente. Los enemigos se acercaron tanto como que el general Yi le reconoció. Yi vio a Liang imperturbable y llegó a la conclusión de que estaba a un tris de caer en una trampa y entonces ordenó el retiro inmediato de las tropas y se alejó cuanto pudo hasta perderse en el horizonte convencido, quizás, de habérsele zafado a las garras del astuto Liang.

Liang había recurrido a su aura: su filosa arma de la fe profunda en su reputación de hombre astuto que siempre sorprendía y vencía a sus enemigos.

La mala reputación de Trujillo y su sistema tiránico nació de sus hechos y de cómo fue percibido y le fue colocada hasta hoy día como su fachada principal. Parecería que Trujillo desarrolló en algún momento de su vida –quizás en sus operativos militares con cierto tipo de tropas de las de Estados Unidos en el Este del país- una capacidad terrorífica a través del vejamen y del crimen. Nada es más característico en el hombre que aprender haciendo más que viendo, e interesarse por lo que demuestra más destreza y capacidad.

La sola reputación de una persona o puede atemorizar o puede desatar simpatía franca. La magia de la reputación es tal que podemos avanzar o retroceder, crecer o perecer, gracias a nuestra reputación. Trujillo estaba reputado como asesino, ladrón e implacable con sus enemigos y hasta con sus amigos. Sólo creía en ver la sangre correr, según un decir.

Concluyamos estas reflexiones con una observación provocadora: Tal vez por soberbia, quizás por la fundición de su temperamento con el estilo de su sistema, quizás porque no concebía al país sin los Trujillo, quizás porque la mecánica y lenguaje de los hechos se le imponían a su obsolescencia personal e institucional, por lo que fuere, Trujillo al final rebasó a exceso de velocidad una ley de la historia política y militar: el secreto de la permanencia está en el cambio: hay que adaptarse, hay que ser coyuntural, hay que cambiar. Pero para contrariar esta ley existe un aforismo de Nicolás Maquiavelo: “Nadie apoya el cambio”, si este cambio lo incluye a él.

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