Imágenes y evocación de Pedro Mir 

Imágenes y evocación de Pedro Mir 

La vida se acaba a cada momento. Eso lo saben los poetas y se sienten conminados a  escribir poesía. La vida y sus imágenes, los personajes con sus gestos, con su gran cadena de acontecimientos, se esfuman, desaparecen. Los fotógrafos también conocen esta realidad, y de ahí que traten de captar, de asegurar ese instante, dejándolo como un chispazo sagrado del fuego que es la vida. Todo acto de creación es en definitiva una intentona del artista o del ser humano para decir «Yo estuve aquí».

He pensado en esto al hojear el libro  titulado «Imágenes y Evocación de Pedro Mir», de Onorio Montás. Es un libro que no me dejó indiferente desde que visualicé la portada, donde aparece un Pedro Mir humano y a la vez un tanto alado. Es el Pedro Mir de la poesía, el Pedro Mir del poema con tono épico, pero también el Mir del texto amoroso, y es el Pedro Mir que muestra en su mirada la condición de debilidad que le acompañó toda la vida y de la cual habló sin poses ni medias tintas.

«Imágenes y Evocación de Pedro Mir», selección acertada de sus textos, y una colección de excelentes fotografías, hechas ambas  por Montás, es un libro que resultará valioso para la bibliografía dominicana. De esto no tengo dudas. En él se encuentran sus poemas, sus reflexiones, comentarios sobre sus obras hechas por amigos e importantes intelectuales dominicanos.

Esta colección de fotografías tomadas por  Montás, y de textos seleccionados,  se aúnan. Se dan la mano. Ambos se hacen imprescindibles el uno del otro, demuestran que éste le dio una mirada cercana al poeta. Es un  tipo de texto muy raro en el medio dominicano, donde los poetas generalmente se van como viven: olvidados y hasta cierto punto ignorados.

Montás en “Evocaciones de Pedro Mir» ha hecho un hermoso trabajo desde todos los puntos de vista. Se percibe el gusto al seleccionar los poemas. Se siente la estupenda intención de echar luz sobre el poeta al publicar interesantes comentarios que sobre el poeta hicieron algunos. Y, algo fundamental, se siente el profundo respeto y la enorme entrega que hizo para poder captar el alma espiritual del poeta al fotografiarlo en distintas poses. Sí, porque un poeta es una pose. Posa para la eternidad y posa para dejar al mundo un decir digno, fundado en la poesía.

«Por mi baja estatura, me decían microbio, taponcito, enano…me sentía despreciado, tal vez por eso, quería ser como una de esas gentes que escribían en los libros que leía de niño. Así, todo el mundo me tendría cariño, encontraría amparo en todos los corazones».

En las imágenes que logró captar, luego de varias sesiones, aparece el poeta de cuerpo y alma. El Mir conversador, el Mir gestual, el Mir de mirada tristona y de endebilidad aparente, están retratados, para configurar esa noble espiritualidad que se materializó en las palabras.  Y así hace aparecer Onorio a Mir.

Y digo aparecer, y debo subrayar esa palabra. Pues es ese necesariamente el trabajo fino y artístico de quien fotografía: hacer aparecer al verdadero hombre, mostrar a través de la carne ajada, de la arruga, del gesto, de la mirada, al verdadero hombre que lo habita, al verdadero ser, ese que ha logrado comunicarse perfectamente con los suyos a través de la poesía.

Con la luz y las sombras juega con magistralidad Montás, regalándonos unas fotografías de Mir únicas, invaluables.

Y es que Onorio Montás nos muestra, o más bien sitúa, en el contexto de realidad, de su realidad, que es su permanente fragilidad y una muy sutil tristeza. Es ese Pedro Mir el que Onorio capta. Por eso esa imagen de primer plano donde se ven unos ojos anegados por esa prístina tristeza, por esa indefensión que Mir no ocultó nunca y de la cual se expresó siempre, y que su frágil figura no hizo más que acentuar o más bien anunciar su sacerdocio a la poesía, pues la poesía representa la fragilidad, la debilidad, lo que se quiebra tan fácilmente que hay que tratar de inmortalizarlo o defenderlo con las palabras.  En la fragilidad reside la belleza, decía Jiddu Krishnamurti. Y es esa fragilidad la que ha podido captar con marcada honestidad  Onorio Montás.

No creo que las imágenes digan más que las palabras, quien lo dice no sabe el peso que tiene una sola palabra. Lo que sí tienen de poderoso y de mágicas las buenas o excelentes imágenes es que nos lleven al río o el mar de las palabras. De ahí que yo contemplando el conjunto de imágenes que Onorio Montás ha tomado, me lleva a leer también la selección de sus poemas que atinadamente ha hecho.

Después de hojear el libro «Imágenes y Evocación de Pedro Mir»,  uno como que le coge más cariño (ese que siempre buscó) al poeta.

La condición de desamparo, a la que le huyó siempre y por la cual se refugió en la poesía, es mostrada en este maravilloso texto de Onorio, donde las imágenes tienen vida, y donde todo lo seleccionado por éste, demuestra que Pedro Mir fue un poeta de cuerpo entero.

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