Imaginemos que los dominicanos somos seres privilegiados que habitamos en un territorio libre de corrupción, violencia y delincuencia.
Pensemos que todos y cada uno de nosotros disfrutamos de alimentos a muy bajo costo, energía eléctrica barata y estable y suministro de agua potable permanente.
Supongamos que tenemos un ingreso per cápita equivalente a los 43,500 dólares de Estados Unidos (antes de la crisis, por supuesto).
Imaginemos que los habitantes de esta tierra bendita tenemos libre acceso a lujosos lugares de descanso y hermosas playas, incluyendo la hoy exclusiva y limitada de Juan Dolio.
Soñemos que los hijos de esta patria cuentan con eficientes y confortables servicios de transporte de pasajeros 24 horas. Y que un 85 por ciento de la población es propietario de un vehículo privado.
Que la posesión de barrilitos y nominillas congresionales son pasibles de penalización hasta en la Corte Internacional de La Haya.
Consideremos, sólo eso, que al sector educación se le dedica el 6% del Producto Interno Bruto (PIB).
Imaginemos que el 57% de la población que según la Encuesta Gallup-HOY desea abandonar el país, fuese llamado a optar por una visa segura para viajar a Norteamérica o Europa.
Que los conductores y choferes son personas respetuosas de las leyes, y que las normas y regulaciones de los espacios urbanos son áreas intocables.
Si ése fuere el panorama real de un país llamado República Dominicana, ¿de qué vivirían nuestros políticos?
Despertemos de esos sueños y aterricemos en la dura realidad que nos golpea y martiriza.