Impaciencia

Impaciencia

La Real Academia de la Lengua Española define impaciencia como: “Intranquilidad producida por algo que mortifica o no acaba de llegar”. La historia contemporánea del pueblo dominicano muestra que nos estamos haciendo más impacientes para nuestro propio perjuicio como personas y nación. Tenemos suficientes motivos para mortificarnos y nos hemos pasado la vida tratando de conseguir cosas que no acaban de llegar. Quizá esto justificaría la impaciencia.

No obstante, la impaciencia y la prisa no son buenas consejeras, empujan a situaciones poco inteligentes, groseras o desesperadas que, generalmente, terminan en un error, abuso y pérdida de salud que se nos manifiesta mediante ansiedad, desasosiego, malestar y tensión (stress); difíciles de controlar  por lo que generalmente terminan en alcohol, violencia, suicidio, etcétera.

No hace una semana, atravesaba una gran plaza de parqueos, delante, una hilera de tres carros, uno de los cuales se detuvo unos instantes para satisfacer alguna nimiedad, todos nos detuvimos en silencio menos la señora que venía conduciendo detrás. No sé qué mortificaba a esa dama que comenzó a tocar su bocina como una maníaca y la sostuvo hasta que salimos del estacionamiento. Al parecer consideró que esos segundos la ofendían seriamente. Una vez en la calle, tuvo la mala suerte de encontrarse con el semáforo en rojo para doblar a la izquierda pero como era de sospecharse, no le importó y del carril de la derecha, dobló a la izquierda, pasándonos por delante a los tres que nos había atosigado en el parqueo. Un acto de soberbia brutal que seguramente la inquietó por un buen rato.

Eso de saltarse la luz roja en una esquina es tan común que ya no nos llama la atención. De hecho si alguien viene con derecho de vía, lo más probable es que tenga que dar paso al gran señor o señora que llevan prisa. Muy posiblemente haya que darle tiempo suficiente al que quiera doblar en U frente a una luz roja o verde: ¡Qué importa si son iguales!

Los motores de autoservicios o los famosos “conchos” hace tiempo que se consideran por encima de la Ley. En realidad a los carros públicos, “voladoras” y demás vehículos de transporte masivo, los policías de tránsito les tienen más miedo que vergüenza. No vaya ser que el mal llamado sindicato amenace hacerle una huelga al gobierno de turno, porque para calmarlos necesitarían muchas concesiones. No hay calle en Santo Domingo que los motores reconozcan como de una sola vía. Tampoco aceptan detenerse detrás de unos carros, como les toca, buscan la manera de ir maniobrando entre unos y otros hasta llegar a la luz, y la violan.

No hay dudas de que el tráfico es un caos, sin embargo, su corrección debe concebirse con medidas inteligentes, no mediante una ley que impida la salida la salida del país al que reciba una infracción de tránsito que como dice Boquechivo, no va a resolver nada. Con el agravante de que una medida de esa naturaleza, impuesta por un simple policía, podría considerarse que traspasa los límites de los derechos humanos (libre tránsito). Además, existen suficientes mecanismos modernos con los ordenadores, Internet, programas, etc., para que las multas se cobren, si eso es lo que preocupa.

La impaciencia resalta en el tráfico pero no es exclusiva de él, la vemos en el que descaradamente se cuela en una fila de un cine, supermercado u oficina pública. En el que trata de salirse con la suya para irse o llegar primero que los otros. En el comerciante que se hace millonario en un par de años. En el político que no espera a vivir de su merecida fama. La impaciencia es un síndrome que dice mucho del que no tiene la fortaleza de controlarla; puede aparejarse a la impuntualidad. Ambas marcan una falta de consideración y respeto mayúsculos hacia el prójimo. Imagínense a la elegante y blanquísima señora del “yipetón” con su claxon clavado durante los minutos que tomó cruzar el parqueo y luego rematarlo con un violento giro a la izquierda. Sospecho que en su estupidez, se alimentaba con un gustazo prehistórico (por aquello del sistema 1), sin contar, cómo iba su corazón descontándole minutos de su vida.

Estas situaciones abusivas y apabullantes traen a la mente años desgraciados que creemos superados. Solo el Jefe, su familia y amigotes hacía esos espectáculos; ahora vemos gente que fueron enemigos y combatientes, lo imitan y se trasladan con veinte o más carros y varias motocicletas franqueándoles el paso, por aquello de que era: “Quítate tú para ponerme yo”. Cualquiera se cuelga unos “Rayvans”, un quepis y lo designan coronel.

Yendo para aquí y para allá se ven muchos ejemplos, se aprende a medir el tiempo y a respetar al amigo, colega o prójimo.

Uno se entera que existen lugares donde la impuntualidad y la impaciencia no son gracias que levantan sonrisas y se borran con excusas que a veces ni eso se estila porque es tan común como si un médico abusador, cita para una hora y él llega tres después y lo hace día tras día.

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