El ministerio de la iglesia es una tarea de gran trascendencia a favor de la humanidad. Produce enorme satisfacción apreciar los resultados.

Los pastores, sacerdotes y líderes religiosos cumplen su misión en medio de sociedades con problemas y situaciones muy complejas. Y hoy más que nunca.

Utilizando como recurso principal -y a veces único- la fe, hay que enfrentarse a elementos adversos que desean desestabilizar la familia, la vida sana de los jóvenes y los buenos valores éticos y morales de la sociedad.

En la mayoría de los casos se requiere de un tratamiento muy directo o cercano que el hombre que se siente solo, abandonado y que ha perdido la esperanza y las ganas de seguir adelante en el mundo. Son muchas las veces que los pregoneros de la Palabra escuchamos de labios de personas expresar el deseo de quitarse la vida, matar a otro, dejar la esposa y abandonar los hijos. Con dolor uno se tropieza con adolescentes en las calles que con urgencia piden ayuda.

Son víctimas de los vicios malditos, de la irresponsabilidad familiar y cuya vida está a expensas de la decisión militar.

Los hombres al servicio de Dios habrán de ser siempre curadores de almas. Y no solo eso, hay que tomar la mano de los que no ven nada de cara al futuro y darle una visión de desarrollo en la vida.

No es sólo socorrer a los caídos a orillas del camino, sino enseñarles que ellos tienen virtudes extraordinarias dadas por el Todopoderoso para que puedan llegar a calar el éxito y ser entes de bien a la sociedad y al mundo.

 La obra de la iglesia es luz que ilumina a los perdidos, desilusionados y carente de visión para el éxito.