La llanura del Cul de Sac,  donde los franceses fundan la capital de su prospera colonia en 1770, a pesar de dos sacudidas en 1751 y 1771, conoce procesos antropogénicos muy preocupantes: primero el proceso de urbanización que fagocita tierras agrícolas desde sus inicios: paso de 9400 h en 1789 a 60.000 en 1927 para 136.000 h en 1950 a más de 3.000.000 h en 2009.

Esa urbanización, principalmente informal, implica una huella ecológica dramática para el manto freático, las aguas superficiales por la demanda de esa población en tierra, en agua y por consecuencias, sus impactos negativos en el medio natural.

El segundo proceso, debido también a las actividades humanas, ocurre en las alturas de la Sierra de la Selle, donde pobres campesinos intentan sobrevivir, obligados a deforestar entre la Croix des Bouquets y Belle Fontaine provocando así la erosión de las vertientes, el derrumbamiento de las laderas para al final del proceso, alimentar súbitamente y permanentemente el lago Saumatre o Azuei.

Esa realidad no es nueva, y eso es lo preocupante, porque en Le Matin del 25 de septiembre del 2008, el ingeniero geólogo Patrick Charles advertía de la probabilidad de un sismo en Puerto Príncipe, como también Raoul Vidal desde el 10 de enero del 2005 advierte de la peligrosidad del lago Saumatre o Azuei, su desbordamiento incontrolable podría provocar un tsunami en caso de sismo poniendo en extremo peligro no solo Puerto Príncipe sino también Jimaní y los asentamientos humanos cercanos.

Y debemos  unirnos a esas voces premonitorias, del peligro que corren el lago Enriquillo y sus poblaciones cercanas; se necesita un observatorio científico permanente en ese lugar, pluridisciplinario y transnacional, que monitoree e investigue todos los procesos desencadenados a la luz de los posibles cambios climáticos a nivel planetario.

Este debe formar parte de los acuerdos para la reconstrucción de Haití, es un imperativo también para Dominicana.