Imparten postgrados al vapor,
huérfanos de investigación

Imparten postgrados al vapor,<BR>huérfanos de investigación

Por Minerva Isa y Eladio Pichardo
Una y otra vez nos lo recuerdan los portavoces de los nuevos paradigmas. La vida es un proceso de continuo aprendizaje,  aprender de la cuna a la tumba, una virtud cardinal en estos tiempos globalizantes que entronizan la educación continuada, la búsqueda incesante del conocimiento que eleva a los científicos a una casta superior y a los profesionales conduce a atesorar doctorados y postdoctorados para escalar los altos sitiales de la “meritocracia”.

Aprender, adquirir nuevas destrezas. Una aptitud que ha sido guía y norte del desarrollo humano a través de la historia, formalizada por las universidades con postgrados que reabren sus puertas a los egresados, convirtiendo a maestros en alumnos, congregando en el campus a padres e hijos, a generaciones distintas.

Cada vez más las licenciaturas quedan a la zaga, los títulos de grado se desfasan,  pierden el relumbre de antaño. Cobra fuerza la tendencia a instituir programas de especialización, sistemas educativos a lo largo de toda la vida. Estudiar, estudiar siempre, una exigencia del mundo postmoderno, de la sociedad del conocimiento que emplaza a una permanente actualización o ser profesionalmente desahuciado, considerado un anacronismo, una pieza de museo. 

Aunque restringidos por su alto costo, profesionales dominicanos -mujeres y hombres a la par-, se inscriben en esa corriente, realizan o aspiran a un grado en maestría, un doctorado, una especialidad, hacerse de nuevos saberes, de innovadoras herramientas tecnológicas en su propia disciplina o en otras áreas del conocimiento.

Boom de postgrados

En días laborables y feriados operan a todo vapor fábricas de titulación, especialidades, maestrías y doctorados, que reproducen las mismas deficiencias, debilidades y errores de las licenciaturas. El producto, naturalmente, es de pobre calidad y pertinencia cuestionable. Emiten títulos desacreditados por enfatizar  en una enseñanza verbalista.

Con pocas excepciones, reflejan carencias medulares expresadas en la ausencia de una plataforma de docentes apta para el cuarto nivel, de académicos suficientemente formados con rigor teórico-metodológico, estudiantes que no siempre califican, pobreza tecnológica, falta de bibliotecas especializadas. Si no existen a nivel de grado, la situación es peor en los postgrados o de cuarto nivel.

Los estudios post universitarios locales no cuentan con la logística institucional, el acervo bibliográfico documental y la asesoría metodológica permanente, que traban los fallidos intentos de investigación científica. Se desnaturalizan. Pierden su esencia por la falta de investigación, inherente a las maestrías y particularmente a los doctorados, centrados en la búsqueda de nuevos conocimientos, en generar tecnologías, desarrollar un pensamiento original. Lograr un Ph.D implica probada capacidad para crear e innovar, remover ideas, formular hipótesis.

Esos programas de educación continuada generalmente no siguen una línea investigativa que metodológicamente oriente hacia el abordaje de los principales problemas nacionales. Salvo los impartidos mediante alianzas con universidades extranjeras – no siempre pertinentes o de óptima calidad-, son de corte profesionalizante, transfieren conocimientos, no los crean, enseñan tecnologías, métodos, herramientas. Están dirigidos a fortalecer la capacidad de los egresados que vuelven a la universidad para reentrenarse en sus profesiones o incursionar en nuevas disciplinas.

En gran mayoría no cumplen los parámetros de calidad internacionales, los objetivos académicos que norman la educación de cuarto nivel, ni contribuyen a la formación de recursos humanos innovadores, con gran capacidad de investigación. Los criterios de ingreso no son rigurosos, aceptan los aspirantes sin someterlos previamente a pruebas de aptitud, a una evaluación de su capacidad de raciocinio, creatividad y criticidad, que permitan una selección de estudiantes con el potencial adecuado para este nivel.

Contribuye a bajar la calidad la escasa duración en que se agota el programa formativo, el poco tiempo que le destinan profesores y alumnos, quienes normalmente los realizan luego de una intensa jornada laboral o los fines de semana. Difícilmente el estudiante encuentre un profesor que le dedique algún tiempo, debido a que la universidad sólo les paga las horas de clases, como en las licenciaturas.

Hay experiencias interesantes, pero no constituyen una condición generalizada –apuntan educadores–, porque si la academia no tiene una misma lógica para organizar toda su formación de cuarto nivel, en algunas disciplinas logra buenos o aceptables resultados, en otras regulares o de baja calidad. Cuestionan, además, la pertinencia de las maestrías y aconsejan que en la selección de las especialidades se consideren las necesidades reales del mercado laboral.

Lo que sucede — expresan — es que se le permite a los países desarrollados que tienen problemas de empleos con sus profesores venir aquí a hacer transferencia de conocimientos con  doctorados, pero con contenidos  que no se corresponden con nuestra realidad, que todavía no cumplen una función en el nivel de desarrollo de la sociedad dominicana, con otras urgencias que ameritan soluciones.

La SEESCYT tiene gran responsabilidad en garantizar la pertinencia y calidad de la educación de cuarto nivel para que no pierda su valor, no se desnaturalice su filosofía. Deberá exigir el cumplimiento de los parámetros de calidad a fin de revertir el descrédito, adoptar mecanismos de control y supervisión, actuar con el debido rigor y hacer evaluaciones exhaustivas y objetivas, sin condicionamientos que alteren sus resultados. Además, establecer requisitos de ingreso. Prácticamente el único existente es una certificación de grado original legalizado por la SEESCYT, por lo que académicos recomiendan aplicar otros criterios de acceso, pruebas de aptitud, un índice académico acumulado de 3.0 a 3.5 puntos.

Alianzas estratégicas                                            

Desde que en 1974 fuera validado el primero, la oferta de postgrados se incrementó lentamente en el último decenio del siglo pasado. El boom estalla a partir del  2000, disputándose las universidades en reñida competencia a los alumnos, pocos por las restricciones de costos.

La UASD e INTEC, pioneras en estos programas, las que más profesionales especializados han titulado, tienen el liderato junto a la PUCMM, concentrando en conjunto sobre el 60% de los participantes.

Más de la mitad, el 55%, corresponde a especialidades; 44% a maestrías; y apenas 1% a doctorados, estos últimos desarrollados en colaboración o asociación con universidades extranjeras.

Alrededor de veinticinco instituciones de educación superior los imparten, y algunas ya crearon sus escuelas de egresados, asociándose a homólogas  españolas, cubanas, norteamericanas, francesas, belgas, canadienses y, entre otras, argentinas y mexicanas. 

Las alianzas y convenios se inician en los noventa del pasado siglo, predominando el desarrollo de programas académicos de las universidades del exterior en las instalaciones de sus pares locales. Las modalidades utilizadas, alrededor del 90%, son la presencial y semi-presencial, combinada con herramientas virtuales.

En virtud de la magia del satélite, de las facilidades de las tecnologías de la comunicación, profesionales dominicanos pueden obtener títulos de universidades extranjeras sin salir del país, sin separarse de su familia, a través de video conferencias y también con la presencia de profesores de esas academias. Sólo un 7% se realiza exclusivamente mediante el método virtual.  La proporción aumentaría con las 150 universidades virtuales que se instalarían a través de un acuerdo con el Instituto Tecnológico de Monterrey,  México.

En alianza con instituciones universitarias europeas se ofertan maestrías internacionales que garantizan la doble titulación para legitimar su ejercicio profesional en la Unión Europea y la posibilidad de trabajar en mercado local e internacional, permitiendo titularse en el país con el grado de doctor o magister, a un tercio o menos de su valor en el exterior. Prevalecen las universidades españolas, con poco más de la mitad, entre ellas la Complutense de Madrid, las de Sevilla, Valencia, Barcelona y la Coruña. En alrededor del 70% las academias del exterior otorgan la titulación, un 24% por ambas instituciones y el resto sólo por las nacionales.

Educación y negocios dominan el espectro de las propuestas académicas. Existen convenios de doctorados en el área económica,  sicología educativa, derecho internacional, humanidades, lingüística, políticas  sociales, liderazgo educativo y otras especialidades. Maestrías en salud, comercio y finanzas internacionales, administración de recursos humanos y financiera, terapia familiar y prevención de riesgos laborales, entre una amplia gama del conocimiento.

Estas alianzas responden a las demandas del sector productivo, donde el requerimiento de un título de maestría es más frecuente para la gerencia alta y media. Su importancia es capital en el desarrollo profesional de miembros del claustro universitario, permitiendo a docentes alcanzar el grado doctoral no sólo para cumplir con los requisitos de acreditación de las universidades en función de los estándares internacionales, sino también para  posibilitar el desarrollo de postgrados con recursos humanos nacionales.

Estudios revelan que su impacto es todavía mínimo, estimándose que los participantes en postgrados bajo la modalidad de convenios internacionales apenas ronda el 1% de la matrícula estudiantil nacional. Y es que la mayoría de los profesionales no tiene acceso por su alto costo. Dependiendo de si es diplomado, maestría o doctorado, en los últimos cinco años ha fluctuado entre US$2 mil, US$4 mil, US$24 mil y más de US$30 mil.

Otra limitante es el tiempo. Los horarios laborables de los profesionales que generalmente cursan los postgrados sobrepasan las ocho horas, por lo que se ha tratado de concienciar al empresariado sobre la necesidad de ser más flexibles, ofertando a sus empleados facilidades en el desarrollo sus labores para poder realizarlos o recursos para pagar los estudios.

Pese a las trabas de dinero y tiempo, la demanda crece. En estos tiempos que exaltan el conocimiento, el pregrado no es suficiente. El  egresado con una licenciatura tiene menos posibilidad de insertarse en el mercado laboral, donde las mejores posiciones están reservadas a los que cuentan en su portafolio una o dos maestrías, una especialidad, un doctorado. Jóvenes graduados en Derecho, por ejemplo, optan por una maestría al constatar mejores oportunidades de empleo si se especializan en Derecho Comercial o Internacional. Egresados de Administración de Empresas retornan a las aulas a especializarse en Logística, a un ingeniero graduado en alta gerencia, el mercado le abre las puertas. Buscan acrecentar su valor profesional, estar a la vanguardia del conocimiento.

Conviene satisfacer esa demanda, pero los postgrados profesionalizantes no bastan. Si se aspira a que el país sea competitivo, tenga capacidad de innovación y la industria responda a las nuevas exigencias nacionales e internacionales, las universidades deben incorporar otros componentes fundamentales del quehacer académico. Dedicar un presupuesto anual exclusivo para programas del cuarto nivel, especializar profesionales, desarrollar programas de postgrado con investigación, capaces de generar conocimientos, de transformarlo, de innovar. Es lo que los nuevos esquemas de integración económica reclaman.

Maestros, ¡a las aulas! 

Con el  pluriempleo y falta de recursos se dificulta a los profesores cursar postgrados, una exigencia de la Ley de Educación Superior, 139-01, que estableció un período de cinco años para que los profesores tengan una maestría. La meta no se ha cumplido,  mas los educadores hacen enormes sacrificios para especializarse. Algunas academias les conceden facilidades, aunque tienen que cursar la maestría con las mismas cargas docentes,  y de noche, los sábados y domingos se convierten en alumnos. Terminan explotados, pero también la maestría sufre deterioro, porque no se hace con la dedicación de quien pueda  realizarla a tiempo completo.

La ley lo exige, pero los postgrados, ni la investigación inherente, no han recibido la prioridad necesaria en la definición de las políticas públicas en la enseñanza superior. En los organismos oficiales no se recibe el apoyo indispensable con la aprobación de  proyectos y becas de estudio. Se prefiere enviar al exterior a realizar postgrados que fortalecer la oferta nacional y, por ende, aumentar la capacidad competitiva de las academias nacionales.

Crear estímulos

De los pocos doctores que tiene el país, la mayoría se formó en el exterior mediante becas otorgadas por la SEESCYT, gobiernos e instituciones internacionales o por sus propios medios los profesionales de las élites sociales. Aunque todavía sin llegar a niveles deseados, esa secretaría aumentó los fondos destinados a becas para formar profesionales en el extranjero, donde desde 2005 ha enviado 2,000 estudiantes . Recientemente entregó las primeras cartas que autorizan la formación gratuita en instituciones como la Complutense de Madrid, Palermo de Argentina, Nacional de México y la Sorbona de París.

El país invierte en su formación, pero sus conocimientos irán a beneficiar a otras naciones. La baja remuneración del mercado local repatria a los dominicanos mejor preparados, cuya presencia sería de gran impacto para la competitividad nacional. Hay que crear estímulos para insertar a  egresados que, mediante becas, el gobierno manda a hacer maestrías y doctorados a universidades extranjeras. Tratar que regresen ofertándoles salarios atractivos. Si se lo pagan a un extranjero, ¿por qué no a un dominicano con competencias profesionales similares, que hizo esfuerzo de cuatro o cinco años para obtener una maestría o un doctorado en el exterior?

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