Imperio estremecido en su grandeza

Imperio estremecido en su grandeza

FABIO R. HERRERA MINIÑO
La tragedia de la madre naturaleza, que sacudió a los Estados Unidos en el corazón de tres estados sureños, ha impactado y conmovido a todo el mundo al ver la debilidad de un imperio que se creía el amo y el señor del globo terráqueo, en cuanto a disponer cómo debía ser el comportamiento de millones de seres. Estados Unidos, acostumbrado desde el inicio de la década del 90, después del colapso de la Unión Soviética, disponía y dispensaba sus favores y castigos a los países que asumían una conducta que eran del agrado de las directrices imperiales, o por el contrario, eran pasibles a ser castigadas de las más diversas formas, incluyendo la ocupación de sus territorios, a nombre de combatir el terrorismo, la subversión o las drogas.

La Madre Naturaleza le hizo una jugada terrible al poder norteamericano, pese a que desde días antes al 29 de agosto se advirtió de la peligrosidad del huracán Katrina y los probables daños que ocasionaría, y pese a que se decretó una evacuación obligatoria de miles de habitantes del estado de Louisiana; pero fueron más los que se quedaron al no disponer de los medios de poder movilizarse. Ahí estuvo el primer fallo de las autoridades locales, las estatales y las federales, al no enviar los autobuses para acelerar la evacuación, que el lunes 29 era imposible, dejando a la merced de la furia de los vientos a miles de infelices que no tenían los medios para desplazarse. En los pocos refugios disponibles, donde fueron llevados bajo la furia de los vientos, no tenían ni agua, ni alimentos, ni camas para descansar, y los desafortunados que se refugiaron en el Super Dome o el Centro de Convenciones vieron muchos de sus semejantes morir por falta de agua, de alimentos o de medicinas.

Estados Unidos quedó al desnudo para enfrentar una tragedia de ese tipo. Por dos ocasiones en este siglo ya han sido sacudidos por tragedias terribles; una, fruto del odio fundamentalista musulmán que derribó las Torres Gemelas el 11 de septiembre del 2001, y la otra, lo que la Naturaleza desató con violencia en una región que vivía bajo el temor de que algún día se produjera un huracán de la magnitud experimentada.

Los fallos humanos fueron diversos y variados. Pasará mucho tiempo discutiendo, analizando y penalizando las actuaciones de personas que se sobrecogieron por la magnitud de la tragedia, sin poder articular un plan de acción que disminuyera los efectos en tanta gente, que se vio desamparada y abandonada a su suerte, cuando en los escasos refugios no tenían agua, ni alimentos, ni colchones y mucho menos medicinas.

¿Qué sucederá en Estados Unidos después de la experiencia de Katrina para evitar errores similares? Tal es la interrogante en momentos que los afanes bélicos del gobierno norteamericano se resienten en Irak al ser vapuleados por una resistencia amorfa que cada día les ocasiona severas bajas y en Afganistán tampoco se le ve un fin a su intervención. El convertirse en la policía del mundo, ha sido con mala suerte por la cadena de fracasos que han ido acumulando desde los finales de la II Guerra Mundial, tiempo de su último gran triunfo a costa de muchas vidas humanas ya que Japón recibió en agosto de 1945 el impacto demoledor de dos bombas atómicas que diezmaron las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki, poniéndole fin a un conflicto que ya había asolado a Europa y en el Pacífico se luchaba de isla en isla, empujando a los japoneses a su último reducto en sus islas imperiales, que era su patria.

Todos los países ubicados en la ruta de los huracanes tropicales asimilamos los errores de los Estados Unidos, muchas veces vividos por nuestra región caribeña. Hay que aprender de sus errores por la falta de decisión para hacer, así como de liderazgo, olvidándose prepararse para cuando la gente llegara a los refugios, o cómo evacuar a millares de personas. Se vio al desnudo una población sumergida en la pobreza dándole en la cara a los norteamericanos al darse cuenta que cuentan con millones de pobres que viven precariamente dentro de la opulencia del imperio.

Los dominicanos hemos sufrido tragedias parecidas de ver poblaciones y barrios arrasados por las aguas, como ocurriera en la Mesopotamia de San Juan de la Maguana al paso del huracán George, o ver a Jimaní sumergida en el lodo y otras del Este por igual cuando Jeannie anegó de agua a la región; pero al menos se tenían respuestas rápidas para atender a los damnificados y aliviar sus padecimientos en los refugios, ayudarles a la limpieza de sus casas o reconstruirlas en otros lugares. Pese a nuestra pobreza, aquí no se ha llegado al extremo de dejar sin agua a los damnificados ni mucho menos sin alimentos, que por esa causa pudieran morir algunos de ellos.

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