Este ensayo se propone analizar las dinámicas del poder dictatorial e imperial en el siglo XXI, desde una perspectiva conceptual y estructural, sin recurrir a la mención directa de países o figuras políticas específicas. Esta decisión responde a dos razones fundamentales: por un lado, se busca evitar juicios reduccionistas que puedan desviar la atención del fenómeno general hacia casos particulares; por otro, se privilegia una mirada crítica más abstracta y analítica, centrada en las lógicas de funcionamiento, los mecanismos de control y las estrategias de dominación que caracterizan tanto a las dictaduras como a los imperios contemporáneos. Al no personalizar ni territorializar el análisis, se pretende resaltar la naturaleza de estas formas de poder, las cuales adoptan múltiples rostros según el contexto histórico, tecnológico y cultural en el que emergen.
Consideramos que estamos presenciando un resurgimiento de ciertas tendencias de corte dictatorial e imperial; no obstante, para evitar afirmaciones apresuradas, conviene precisar el significado de ambos conceptos. Esta aclaración permitirá abordar el tema con mayor rigor y equilibrio. Cuando hablamos de gobiernos dictatoriales, nos referimos a regímenes que ejercen un control absoluto dentro de su propio país, restringiendo las libertades y concentrando el poder en una sola figura o élite. Los gobiernos imperiales, de su lado, son aquellos que extienden su influencia más allá de sus fronteras, imponiendo su voluntad en otros territorios a través de mecanismos políticos, económicos o culturales y reproduciendo dinámicas similares a las de antiguos imperios como el romano, el español colonial o las potencias hegemónicas contemporáneas.
La historia ha mostrado repetidamente que este tipo de regímenes tiende a concentrar el poder en pocas manos, limitar las libertades individuales, reprimir la disidencia y generar conflictos tanto internos como internacionales. Aunque algunos de estos gobiernos se justifican diciendo que traen estabilidad o crecimiento económico, lo cierto es que suelen hacerlo a costa de los derechos humanos, la democracia y la equidad. Además, en una época de globalización, interconectividad y avance en la conciencia sobre derechos universales, el resurgimiento de estas formas de gobierno representan un retroceso. Las sociedades actuales demandan más participación ciudadana, mayor transparencia, justicia social e inclusión, aspectos que difícilmente pueden prosperar bajo regímenes autoritarios.
Sin embargo, hemos presenciado y seguimos presenciando, un fortalecimiento de tendencias autoritarias en varios países. Esto se manifiesta en los siguientes puntos focales: el debilitamiento de las instituciones democráticas, el ataque a la independencia judicial, las restricciones a la libertad de prensa y de expresión, la erosión de los controles y equilibrios de poder. De igual forma, la concentración de poder en líderes que buscan extender sus mandatos, modificar constituciones para perpetuarse en el poder y centralizar la toma de decisiones. Sumado a eso, existe en muchos lugares del mundo una represión de la oposición, manifiesta en persecución de disidentes políticos, restricciones a la participación de la sociedad civil y uso de la violencia estatal para silenciar voces críticas. Por otro lado, en contextos donde persisten desafíos en la gestión migratoria y el control de fronteras, han resurgido expresiones nacionalistas que buscan resguardar la identidad cultural y el orden interno. Si bien estas preocupaciones son legítimas, es importante distinguir entre la defensa de la soberanía y aquellas narrativas que, influenciadas por tendencias autoritarias, promueven divisiones sociales radicales y peligrosas. Por último, se evidencia la utilización de la tecnología orientada a la vigilancia y el control, mediante la implementación de sistemas de monitoreo masivo y la manipulación informativa, con el fin de suprimir la disidencia y moldear la opinión pública.
En la actualidad, existen líderes con inclinaciones autoritarias que, pese a sus intentos, no han logrado instaurar una dictadura formal debido a la resistencia de las instituciones democráticas (Congreso, Corte Suprema y una prensa independiente) que han actuado como frenos al poder. En contraste, en otros países sí se ha consolidado un autoritarismo con concentración del poder en el Ejecutivo, subordinación del Poder Judicial mediante la remoción de jueces incómodos, reformas legales para permitir la reelección inmediata, regímenes de excepción prolongados que restringen derechos fundamentales y la militarización de la vida civil. Estas medidas, aunque a veces generan resultados positivos, como la reducción de la criminalidad, abren la puerta a graves violaciones de derechos humanos. También hay líderes que llegan al poder con discursos “anticasta”, atacando a políticos tradicionales y deslegitimando a medios, opositores e instituciones. Utilizan decretos para imponer reformas sin pasar por el Congreso, recortan drásticamente el rol del Estado, despiden masivamente empleados públicos y promueven un culto a la personalidad. Aunque mantienen formas democráticas (elecciones periódicas y el órgano legislativo activo) sus estilos extremos generan serias dudas sobre su compromiso con el orden institucional.
Resulta evidente que la consolidación de regímenes autoritarios y el debilitamiento de la democracia constituyen una preocupación creciente en distintas regiones del mundo. Sabemos que la idea de que estamos ante un desbordamiento de pensamientos, acciones y formas de gobierno de carácter imperial podría parecer exagerada a primera vista; por ello, conviene desarrollar con mayor claridad lo que pretendemos señalar… La noción de “gobiernos imperiales” en el siglo XXI es muy compleja y requiere una definición actualizada. Reconocemos que el modelo clásico de imperio, con la anexión formal de territorios y la dominación política directa, es menos frecuente hoy en día. Sin embargo, sí observamos dinámicas que evocan ciertas características imperiales notamos lo siguiente: hay una proyección de poder e influencia a nivel global, algunas potencias buscan expandir su influencia política, económica, militar y cultural a través de diversos medios. De igual forma, hay una competencia geopolítica intensa. La rivalidad entre grandes potencias por la hegemonía regional o global se ha intensificado en algunos ámbitos. Incluso, el uso de la coerción económica y la presión diplomática es notoria para influir en las políticas internas y externas de otros Estados.
Y todavía en pleno 2025 siguen las intervenciones (directas o indirectas) en asuntos internos de otros países ya sea a través del apoyo a facciones políticas, injerencia en procesos electorales o, incluso, intervenciones militares. Hemos llegado al extremo de presenciar el retorno de los métodos tradicionales de conquista, como la ocupación territorial mediante bombardeos, con consecuencias devastadoras no solo para la infraestructura, sino, también para la vida misma. Sin embargo, es crucial distinguir estas dinámicas de los imperios tradicionales. La interdependencia económica global, el derecho internacional (aunque a menudo violado) y la creciente conciencia de la soberanía nacional presentan limitaciones a la acción de las potencias. La influencia se ejerce a menudo de manera más sutil y a través de mecanismos indirectos. En cuanto a lo “imperial”, si bien no vemos una reedición literal de los imperios coloniales del pasado, sí percibimos una intensificación de la competencia entre grandes potencias y la búsqueda de influencia global a través de diversos medios, lo que evoca ciertas dinámicas imperiales. En conclusión, si bien no creemos que estemos ante un resurgimiento idéntico de los imperios y dictaduras del pasado, sí consideramos que las tendencias autoritarias se han fortalecido y la competencia por la influencia global presenta características que recuerdan a dinámicas imperiales, lo que representa un desafío significativo para el futuro de la democracia y la paz mundial.
En conclusión, la continua evolución de los regímenes autoritarios, con sus diversas formas de concentración de poder y sus intentos de controlar el discurso y las instituciones, nos enfrentan a un panorama donde el imperialismo moderno (neoimperialismo), lejos de desaparecer, toma nuevas formas. En lugar de la ocupación territorial clásica, las grandes potencias buscan expandir su influencia a través de mecanismos económicos, diplomáticos y tecnológicos, redefiniendo las relaciones internacionales. Este resurgimiento de prácticas imperialistas, aunque sutil, socava las estructuras democráticas y promueve una dinámica de subordinación que, al igual que en el pasado, deja a los países más vulnerables a la dominación externa. En este contexto, es esencial que los sistemas democráticos, a pesar de sus fallos, sigan siendo el bastión que resista tanto el autoritarismo interno como las ambiciones imperialistas, protegiendo los derechos y la soberanía de las naciones. Solo mediante el fortalecimiento de las instituciones democráticas y la vigilancia activa de la ciudadanía será posible contrarrestar las amenazas emergentes y asegurar un futuro más justo, libre y soberano para todos los pueblos.