Implacable verdad histórica

Implacable verdad histórica

HAMLET HERMANN
La verdad se comporta como el agua subterránea; circula por las profundidades de la tierra por recorridos tortuosos y lentos hasta que encuentra una grieta que la conduce hasta la superficie. Ya al aire libre, a la vista y al tacto de todos, busca por dónde correr y convertirse en río para beneficio de la humanidad. Indudablemente, así es la verdad a la que quisiéramos llegar para conocer mejor a otros y a nosotros mismos.

En días recientes, Claudio Caamaño y yo publicamos fragmentos de documentos de veracidad irrefutable que se explican por sí solos. Uno, el diario del ex presidente Francisco Caamaño Deñó, documento este que estamos transcribiendo para su análisis histórico. El otro, un informe de la Presidencia de Estados Unidos en tiempos de Richard Nixon enviado a la Agencia Central de Inteligencia (CIA), obtenido luego de agotadoras búsquedas en los Archivos Nacionales de Estados Unidos entre los documentos que cuarenta años atrás fueron secretos de Estado y que recientemente se han publicado.

Si se lee con detenimiento aquel escrito publicado en el periódico HOY, cualquiera podría darse cuenta de que en momento alguno acusamos de traicionar a Caamaño a Manuel Ramón Montes Arache y Héctor Lachapelle Díaz. Lo que pasa es que la soga no puede ser mencionada delante del ahorcado. Por el contrario, los que hoy se sienten agraviados debían agradecernos que les ofreciéramos la oportunidad de desmentir uno o ambos documentos publicados. Resultaría muy sencillo para ellos decir que eso no es verdad, que estamos usando la mentira para hacerles daño y que debíamos presentar más pruebas de las desleales actitudes que esos documentos describen. Si hubieran adoptado esa actitud, entonces la bola estaría en nuestra cancha y tanto Claudio como yo habríamos tenido que mostrar más evidencias que respaldaran nuestra publicación. Sin embargo, los dos militares retirados prefirieron decir que nada responderían «por respeto al 40 aniversario de la gesta de abril y sus muertos», según declaración escrita que entregaran a los medios de comunicación. Infantil excusa que podría presagiar un sentimiento de culpa.

Los constitucionalistas que enfrentamos a la invasión norteamericana de 1965, tanto civiles como militares, debimos haber aprendido desde entonces que el patriotismo es un compromiso de toda la vida. La patria no puede ser esgrimida con el desgano de quien se pone y se quita un sombrero en función del clima. Cuando entre hombres de verdad se contraen compromisos que involucran enormes riesgos, la sinceridad y la lealtad son imprescindibles. Cambiar de opinión es siempre una opción pero debe ponerse en conocimiento de esto a los aliados si se actúa de buena fe. Esconder un cambio de opinión y fingir lo que no es se califica como un acto traicionero y cobarde. No haber estado de acuerdo con los planes guerrilleros del presidente Caamaño en los años 60 pudo haber estado entre las opciones de cualquiera. Si alguien consideraba que aquello nunca sería exitoso, por lo menos no debió interferir con los que estábamos intentándolo. Pero pasarse a las filas del enemigo, a formar parte integral de los que violentaron la soberanía nacional y de los que en ese momento asesinaban y robaban a nuestro pueblo, no tiene perdón. Si por instinto de conservación personal no tenían otra solución honorable a mano, por lo menos podían hacer uso de otra forma de heroísmo: la de permanecer fieles a la causa de la patria y del honor.

Años atrás pudo habernos sorprendido que mientras el presidente Caamaño luchaba en 1973 con un pequeño grupo de compañeros en las montañas de la patria, tanto Montes Arache como Lachapelle Díaz comandaban las tropas del gobierno de Balaguer encargadas de «mantener el orden» en Santo Domingo y en Santiago, respectivamente. Hoy hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante este tipo de noticias. Esa relación de contubernio pudo haberse desarrollado desde que en mayo de 1968 esos oficiales se reunieron en Madrid con el jefe de «los incontrolables», Ney Tejeda Álvarez y con el otrora espía del dictador cubano Fulgencio Batista, Camilo Padreda para, según dice el informe de la Casa Blanca, denunciar los planes que tenía el presidente Caamaño para que retornara la verdadera constitucionalidad a República Dominicana.

Algunos se sienten molestos porque la verdad, como el agua subterránea, haya encontrado a través de esos documentos la grieta para llegar hasta la superficie donde todos podemos disfrutarla. Lo lamentamos, pero la verdad debe ser siempre dicha.

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