Imploración

Imploración

En momento tan decisivo para el porvenir inmediato de la patria, imploro a todos los candidatos que aspiran ser bendecidos y escogidos por el voto popular para ocupar la Primera Magistratura de la Nación en lo próximos comicios del 16 de mayo del año que discurre a que tomen en cuenta ante todo el bienestar general de la nación, tanto en lo social como en lo político y económico, para que haciendo un alto en esa carrera desenfrenada de denuestos, improperios, chismes, malquerencias, etc., que nos sacuden, se aúnen para, además de proponer las soluciones inmediatas que se necesitan para salir del atolladero, levanten el espíritu patriótico de este pueblo, que se mantiene adormecido en sus entrañas, como necesidad primordial para que el próximo gobernante pueda enfrentar la crisis agobiante en que estamos sumidos, tormento espectacular que en otras ocasiones del pasado hemos podido superar.

En nuestra historia se da cuenta de grandes escollos y adversidades que hemos salvado. Para ello siempre aparece el concurso de hombres con elevado espíritu de patriotismo. No basta tener la intención, hay que amar nuestro terruño y tener una idea clara del papel que los dirigentes deben llenar en la vida republicana.

Es hora de que nuestros estadistas o los aspirantes a ello se decidan a enarbolar la bandera de la patria; que demuestren su adhesión a la patria; que se olviden de los intereses espurios, personales o de amigos de conveniencia o grupos de poder.

Para calificar como estadista necesariamente hay que amar a la patria.

Ejemplo de ello lo fue el admirado General De Gaulle, que se expresó sobre Francia en los siguientes términos: «Toda mi vida he tenido de Francia una idea personal, inspirada tanto por el sentimiento como por la razón. Afectivamente la imagino, cual la princesa de los cuentos o la madona de los frescos murales, predestinada a una misión eminente y excepcional. Por instinto, tengo la impresión de que la Providencia la ha creado para el logro de grandes empresas o para sugerir infortunios ejemplares. Si, a pesar de ello, se da el caso de que la mediocridad asome en sus hechos y gestos, experimento la sensación de una absurda anomalía, imputable a la falta de los franceses, no al genio de la patria. Pero también el lado positivo de mi espíritu me convence de que Francia no es realmente Francia más que situada en el primer puesto; de que sólo vastas empresas pueden compensar los fermentos de dispersión que su pueblo lleva en sí; de que nuestro país, tal como es, entre los demás, tales como son, deben, so pena de vida, apuntar alto y mantenerse erguido. En fin; a mi entender, Francia sin grandeza no puede ser Francia».

Muchos tildarán de cursi lo que hoy escribo; parecería que estos tiempos no son para tales disquisiciones de corte filosófico patrióticas; pero, si no fuera por estas quijotadas hasta la esperanza se desvaneciera.

Por ello, ruego e imploro a nuestros candidatos a que se conviertan, ya en esta recta final, en portaestandartes de la dominicanidad y que demuestren, diariamente, su amor a la patria y su vocación de servir al pueblo.

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